29 de marzo de 2024

¡Apostilla historiográfica!

7 de agosto de 2019
Por Mario Arias Gómez
Por Mario Arias Gómez
7 de agosto de 2019

A propósito del bicentenario de la Independencia, el notable, admirado y leído escritor, Gustavo Álvarez Gardeazábal, conspicuo e influyente tulueño, incisivo analista, columnista, político que no traga entero, Doctor ‘Honoris Causa’ en Literatura de la Universidad del Valle, rememoraba ayer (06/08/2019):  “La ominosa actitud del general Santander, cuando se bajó del caballo en Santa Fe, luego de la Batalla de Boyacá, y se pagó por delante, y sin ningún recato, los servicios prestados a la causa libertadora, quedándose con la Hacienda de Hatogrande, expropiándosela a un viejo cura español que era su propietario”.

En gracia a la brevedad y verdad histórica, esclarezco la tradición de la famosa Hacienda en comento, como la expropiación de la misma, de la que fue objeto en 1819, el  ‘viejo curita’, Pedro Martínez de Bujanda, efectuada, no por el General Francisco José de Paula Santander Omaña -conocido como ‘El Hombre de las leyes’, ‘Organizador de la victoria’, como afirma Álvarez Gardeazábal, sino por Simón Bolívar, el ‘Longanizo’ -‘chavista’ de entonces-, remoquete tomado de un ‘descuidado, flaco y desgarbado’ loco santafereño, que los chicheros de ‘Las Cruces’, le adecuaron al libidinoso hipnotizador ‘Padre de  la Patria’.

Fue Bolívar pues, quien le adjudicó a Santander -a su pedido-, la histórica mansión -en ruinas-, de la que fue propietario, primeramente, el licenciado Sanguino, abogado de la Real Audiencia, quien logró le fueran adjudicados -hacia 1550-, unos baldíos de antiguos encomenderos en Chía y Sopó, rebautizados con el nombre de ‘Los Potreros de Sanguino’.

Muerto Sanguino, en 1670, sin sucesión, dichas tierras las adquiere Juan Rodríguez Galeano, quién instala con su hijo un hato, y abren un negocio de mantequilla y quesos, de donde proviene el patronímico de Hato Grande. Terrenos que pasan luego en sucesión, a los hermanos Nicolás y Rosalía Sanz de Santamaría.

De sus herederos, el precitado presbítero español, Martínez de Bujanda, cura de Cajicá, adquiere el dominio. En 1815, es acusado por Bolívar de realista, quien ordena su destierro a Honda y el secuestro de la hacienda, que recupera poco después, tras la reconquista de Pablo Morillo. El 10 de agosto de 1819, regresa triunfante Bolívar a Santafé. Dos días después, ordena detener al susodicho clérigo, y dispone el destierro definitivo, confisca de nuevo la hacienda y la entrega en arriendo a los hermanos, Ambrosio y Vicente Almeida, celebres guerrilleros de Cúcuta, adictos fieles a la causa patriota.

Luego le es adjudicada -a pedido, repito- a Santander, quien coloca en el portal de piedra, una placa que reza: “Esta casa es del General Santander y de sus amigos”. Fallecido Santander, Hato Grande es puesta en venta y adquirida por los hermanos Asunción y Antonio María Silva, el primero, abuelo del poeta, quienes construyeron la actual casa de la hacienda. Muerto el segundo y abierta su sucesión, la adquieren los Suárez Fortoul, emparentados con Santander.

Inmueble comprado por el conocido comerciante de comienzos del siglo XX, don Pepe Sierra, heredada por su hija, Mercedes Sierra de Pérez, quien lega en 1931, parte de Hato Grande al municipio de Sopó y expresa su voluntad de que la casa se dedique a honrar la memoria del Hombre de las Leyes. El Concejo Municipal autoriza al personero, don Rafael Iregui Cuellar, para que, ante la carencia de fondos del municipio para mantener la casa, la ofrezca en venta a la nación. El Ministro de Obras Públicas, Virgilio Barco, quien persuade al presidente Alberto Lleras Camargo de la bondad de la adquisición y lo autoriza, en compañía de Abel Naranjo Villegas, Ministro de Educación, para suscribir la escritura de cesión el 25 de agosto de 1959. Se restaura, es declarada Monumento Nacional y pasa a ser residencia presidencial campestre.

Hato Grande ha acogido una intensa e histórica vida social, política y diplomática. Bolívar, sus ministros, congresistas y generales, la frecuentan con frecuencia. De esa época es la anécdota en la que, al ganar el Libertador una mano de tresillo, comenta: “Al fin me tocó parte del empréstito”; frase que hiere profunda e irreparablemente a Santander, ahondando las diferencias entre ambos personajes que perduran entre sus émulos.

Bogotá, D. C., 07 de agosto de 2019