29 de marzo de 2024

Fuego mío, Walt Whitman, fuego nuestro

6 de junio de 2019
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
6 de junio de 2019

El poeta Javier Arias Ramírez dejó escrito un hermoso poema en honor de Ludwig van Beethoven. Lo títuló “Baladina Beethoven”. En uno de sus versos se refiere al autor de la Novena sinfonía con estas palabras: “Fuego mío, Beethoven, fuego nuestro/: tú en las rosas de agua que hace el viento/ y en la proximidad del movimiento/ que nos hace vibrar”. Pues bien: he tomado cuatro palabras del vate caldense para titular este artículo que es un sencillo homenaje a Walt Whitman, el más grande poeta norteamericano, con motivo de los doscientos años de su natalicio. El mismo Arias Ramírez escribió otro poema para exaltar al autor de “Hojas de hierba”. Lo tituló “Oda a mi Whitman”. Ahí le dice: “Todos te han dicho hermoso y eres divino Whitman/ en medio de la hormiga, de la piedra y el árbol”.

La primera noticia sobre la existencia de Walt Whitman la tuve cuando, a mis catorce años de edad, cayó en mis manos el poemario de Arias Ramírez. Hasta entonces no sabía quién era ese hombre de barba blanca y mirada cansada que años después leería con fruición. Fue mi profesor de literatura en el Instituto Universitario de Caldas, Jorge Julio Echeverri, quien me recomendó leerlo. Una tarde, hablando de poesía, me dijo: “Léete a Walt Whitman. Ahí aprenderás lo que es el arte poético”. Un mes después, al pasar por una librería de viejo, encontré el libro “Hojas de hierba”. ¡Oh sorpresa! Era nada más y nada menos que la edición de la editorial argentina Lumen, traducida del inglés por Jorge Luis Borges, quien también escribió el prólogo.

¿Por qué celebrar los doscientos años del natalicio de Walt Whitman? Por una razón muy sencilla: es el hombre que le dio a la poesía una resonancia distinta, que la despojó de falsos oropeles, que la llenó de historias, que transformó el lenguaje para contar su propia vida y los sufrimientos de los demás. Borges dice en el prólogo que el poeta nacido en West Hills, en Long Island, “ejecutó con felicidad el experimento más audaz y más vasto que la historia de la literatura registra”. ¿Cuál fue ese experimento? Hacer de la palabra un elemento para cantar sus vivencias, utilizando el verso libre, dándole voz a los árboles, llenando de sonidos su expresión poética, exaltando la naturaleza con energía transformadora, siendo un innovador en materia poética.

El autor de “Hojas de hierba” nació el 31 de mayo de 1819. Su padre fue un carpintero que obligado por las circunstancias debió abandonar el pueblo donde nació el poeta para instalarse en Brooklyn. El hijo fue bautizado con el mismo nombre de su padre: Walter. Pero desde pequeño decidió que se llamaría Walt. Le parecía un nombre más sonoro. Cuando fue matriculado en la pequeña escuela de Brooklyn, donde estudio hasta los diez años, se hizo conocer con el nombre con que se haría famoso. Sus biógrafos dicen que era un muchacho despierto, con una gran capacidad para observarlo todo, dueño de una inteligencia precoz. Tanto que, siendo todavía muy joven, entró a hacer parte de las redacciones de varios periódicos.

¿En qué radica la grandeza de Walt Whitman? En la originalidad de su poesía, en el tono a veces alegre de cantar las cosas, en la forma de expresar sus padecimientos, en la manera de sentirse parte del universo, en sus reflexiones sobre lo humano. En su poesía coexisten dípticos literarios como sueño y realidad, milagro y naturaleza, inmortalidad y finitud. El encanto de su poesía, según William Ospina, “no está en el verso libre, ni en el tono conversado, ni en el entusiasmo incesante, ni en la naturalidad de su voz, ni en la novedad de sus temas”.  Está en su actitud frente a la vida, en su forma de ver el mundo, en ser la voz de quienes no pueden hablar. Leer “Hojas de hierba” es como asomarse a un balcón para sorprenderse con la magia del paisaje.

Nadie que se haya asomado a la creación literaria de Walt Whitman se queda sin expresar su asombro. Todos lo ven como una deidad, como un sacerdote que oficia con la palabra, como un creador que iluminó el mundo. Alguien que tuvo la osadía de decir: «Divino soy por dentro y por fuera, y santifico todo lo que toco y me toca»es un ser iluminado. Federico García Lorca dijo extrañar su “barba llena de mariposas”. Rubén Darío lo llamó “gran viejo, bello como un patriarca, sereno y santo”. Pablo Neruda escribió: “con los pies desnudos/, anduve sobre el pasto/, sobre el firme rocío de Walt Whitman”. Fernando Pessoa lo comparó con un Dios. Jorge Luis Borges finaliza el soneto Camden, 1892, diciendo: “Yo fui Walt Whitman”. Camden fue el pueblo donde murió, y 1892 el año. Para mí, fue un fuego que quemó mi alma.