29 de marzo de 2024

El país que le tocó a Enrique Santos Calderón

20 de junio de 2019
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
20 de junio de 2019

El país que le tocó al excodirector de El Tiempo fue el mismo que nos tocó a todos los colombianos nacidos en la década del cincuenta. Un país convulso, con una violencia asfixiante, con mucha sangre derramada, con una clase política corrupta, con unos actores armados para quienes la vida no vale nada y con unas riquezas naturales sorprendentes, que muestran la cara positiva de una nación que quiere superar las escenas dolorosas del terrorismo. Una Colombia marcada por los odios políticos, por los enfrentamientos armados, por la lucha de clases y por los crímenes del narcotráfico. Pero también un país lleno de esperanza, que se resiste a hundirse en el lodazal de la violencia, donde la gente lucha por hacer realidad sus sueños. Un país que quiere dejar atrás el pasado violento para construir una sociedad justa.

Esta es la Colombia que en el libro “El país que me tocó”, muestra Enrique Santos Calderón. Una nación que resurge optimista después de cada bombazo, que sigue aferrada a la vida después de tantos asesinatos, que construye futuro no obstante los malos hijos que quieren destruirla. El autor hace una radiografía del país que conoció como periodista. Y enseña cómo a lo largo de su ejercicio profesional la violencia en Colombia fue una constante. Cuenta que, a los siete años de edad, el 6 de septiembre de 1952, se entera de que los conservadores están incendiando el periódico de la familia. Le tocó ver cómo el papá salió de la finca en Sopó sin despedirse. “Es que los conservadores están quemando El Tiempo”, le gritó la mamá cuando él salió llorando detrás del carro para pedirle que no se fuera.

Es la historia de Colombia la que el autor de la columna “Contraescape”, que El Tiempo publicaba los domingos, cuenta en este libro escrito con una prosa ágil, con un lenguaje periodístico claro, donde se narran hechos que por su crudeza conmovieron al país. La forma cómo el general José Joaquín Matallana desplegó el ejército contra los campesinos levantados en la llamada República Independiente de Marquetalia, la toma de Casa Verde por orden del entonces presidente César Gaviria Trujillo, el asesinato de Jaime Arenas Reyes después de que se retira de la guerrilla, la fuga de Pablo Escobar de la cárcel La Catedral son sucesos que marcaron a un país estremecido por la violencia. Santos Calderón habla sobre estos hechos desde su perspectiva como analista de la realidad nacional.

“El país que me tocó” es un libro escrito con la intención de mostrar cómo fue esa Colombia que el periodista conoció desde su privilegiada posición como miembro de una de las familias más influyentes del país. Aunque Enrique Santos Calderón no intenta escribir un libro de historia, revela sucesos que se convierten en lecciones en este sentido porque tienen significación histórica. Además porque son hechos que solo una persona con acceso a los altos círculos del poder puede conocer. Como cuando cuenta que Juan Manuel Santos consideró la posibilidad de presentar renuncia como consecuencia de los resultados de la refrendación de los acuerdos de La Habana, o cuando revela que César Gaviria le dijo, después de la toma de Casa Verde, “Aquí nadie obedece”.

Enrique Santos Calderón tuvo participación activa en varios de los sucesos que cuenta en un estilo periodístico que por la fuerza de la narración lleva al lector a no querer dejar el libro hasta llegar a la última página. Así las cosas, su testimonio es de primera mano. Es el caso de la iniciación de los diálogos en La Habana para lograr que los líderes de las Farc firmaran el acuerdo de paz. Las conversaciones exploratorias con el grupo armado para que negociara su reinserción a la vida civil fueron lideradas por él. Consciente de que la finalización del conflicto era lo mejor que podría pasarle a Colombia, convenció a su hermano de que se la jugara por la desmovilización del movimiento guerrillero más viejo de América Latina. “La historia le reconocerá a Juan Manuel Santos su obstinación”, dice.

¿Cuál debe ser la posición de un periodista que tiene un hermano ejerciendo la Presidencia de la República? De independencia frente al poder. Enrique Santos Calderón fue consciente de esto. Dice que nunca estuvo de acuerdo con la aspiración de Juan Manuel. Esto los llevó a tener diferencias. Por esta razón dejó la dirección de El Tiempo. En consecuencia, critica a Juan Carlos Pastrana porque durante el gobierno de su hermano Andrés convirtió el periódico La Prensa en caja de resonancia de su mandato. Lo que, reconoce, no hizo Daniel Samper Pizano cuando su hermano Ernesto asumió la presidencia. Aunque su compañero de luchas periodísticas fue solidario con su hermano en los problemas por el proceso ochomil, renunció a seguir publicando la columna “Reloj”. Una lección de ética.

“El país que me tocó” puede interpretarse como una lección de buen periodismo. Miremos nada más lo que escribe en la página 201 sobre este que la Corte Constitucional declaró que era un oficio: “El periodismo es buscar y contar la verdad por encima de presiones e intereses. Es darle a la gente elementos de juicio para que entienda mejor la realidad que la rodea. Es defender el interés común frente a los poderes públicos y privados”, Estas frases las escribe sólo quien entiende el periodismo como una actividad pública en defensa de la sociedad. Santos Calderón desnudó su alma para contar cosas de su vida, como la experiencia con Alternativa, la revista donde se les decía la verdad a los detentadores del poder, y por qué tuvo en su juventud veleidades izquierdistas. Todo escrito en fino lenguaje periodístico.

Un capítulo interesante del libro es el que Santos Calderón dedica al análisis de los diálogos con las Farc en La Habana. Se descubre en esas páginas a un hombre convencido de que el acuerdo cambiará la historia de Colombia. Dice que no obstante la impopularidad que esos diálogos le generaron a su hermano, en poco tiempo el país valorará lo que significó para disminuir los índices de violencia. Se queja, además, de la falta de autocrítica de los líderes del grupo armado. “Ni siquiera las grandes manifestaciones callejeras del 4 de abril de 2008 fueron reconocidas como un clamor nacional contra sus desafueros”, escribe en la página 240.  Ahí aprovecha para decir que en los diálogos en El Caguán la actitud de las Farc no era la de buscar la paz sino la de aprovechar esa tregua para fortalecerse militarmente.