29 de marzo de 2024

Punto final

9 de mayo de 2019
Por César Montoya Ocampo
Por César Montoya Ocampo
9 de mayo de 2019

Todo lo he hecho intensamente.

La vida es un almácigo de puntos sucesivos. En las mañanas, es potente chorro de un sol imperial; se transmuta en fuego calcinante en las canículas del medio día; se convierte en relajado sofoco en el atardecer; hácese correteadora luna anaranjada por nocturnos espacios siderales. Se nace dentro de un circuito de interrogantes, que rápidamente los años esclarecen. Elegimos una ruta y en ella, con sus altibajos, persistimos hasta la muerte.

Un YO -introvertido- desdeñoso pregunta: ¿Qué hiciste de tu vida? Hay que tener una buena dosis de cinismo, bordeando los 90 años, para hacer un desnudamiento ante los muy pocos lectores de estas prosas.

Soy dueño de un YO vanidoso. De niño fui baquiano para los nados, valeroso para los zancos, diestro para las caucheras. Con amiguillos granujas como yo, nos desaparecíamos de las clases para ir a chapotear en el Guarango, charco grande organizado en un encuevado laberinto del Río Sargento.

Sorpresivamente hace aparición en Aranzazu un Hermano de las Escuelas Cristianas de la Salle. Llegó -según él- en busca de almas para el servicio de Dios. Además de la literatura melosa, muy adornada, el religioso nos habló de una fabulosa piscina que había en el seminario. Esa fue la carnada.

Éramos cinco los pipiolos que nos conocíamos por nuestras hazañas acuáticas. Nos pusimos de acuerdo para el viaje a San Pedro (Antioquia) para ingresar al llamado Noviciado Menor. ¿Piscina? ¡Un tierrero! No obstante allí duré siete años, me cambiaron el nombre por el de Hermano Crisóstomo Ignacio, y después de un año de intenso misticismo, se nos obligaba a hacer tres votos perpetuos para ingresar oficialmente, como Hermano Cristiano, a la Comunidad de La Salle: Pobreza, castidad y obediencia. Unas morenas de ojos penetrantes y cuerpos afrodisíacos se asomaban al balcón de su residencia, frente al edificio cristiano, cantaban y suscitaban malos pensamientos en las dormidas pasiones de los piadosos camanduleros. Con ellas, mentalmente, perdí la virginidad. Regresé a mi pueblo. Escurridizo y tontarrón y un tímido abaniqueo de nalgas. Me debieron ver rasgos de cretino. No tenía entidad social, y me señalaban con sorna como un exseminarista maricón. ¡Cómo estaban de equivocados esos ridículos fetiches de la ñoña oligarquía municipal! Pronto alargué los pantalones, aprendí el lenguaje de los tuteos, liberé insolencias recónditas para ingresar como hombre a las cantinas, me enredé con faldas y me hice líder.

He tenido una vida de equívocos. Muchas veces fui una momia o como el Caballero de la Triste Figura, esgrimí espadas contra enemigos invisibles. Todo lo he hecho intensamente. Precozmente me saturé de importantes cargos públicos, fui guerrero exitoso en el foro como abogado penalista, soy un pésimo orador pero no le tengo miedo a los balcones, y la pluma me ha permitido tener un estilo propio, muy apaleado por cierto.

Hace 70 años, más o menos, era Arturo Gómez Jaramillo director de LA PATRIA. Yo hacía el primer año de derecho en la Universidad de Caldas. En alguna tarde lo asalté para rogarle que me dejara escribir en el periódico. Arturo era temperamental. “No” fue su respuesta lacónica. Salía de su oficina, con cara de regañado, cuando escucho su voz: “Joven traiga su colaboración”. ¡Hace 70 años! Desde entonces estoy vinculado a ésta que es mi casa espiritual.

Gracias Nicolás Restrepo Escobar por el hospedaje. En su nombre involucro a todas las eminencias que han rectorado este templo de la sabiduría.

Consciente, cierro el ciclo de mi vida. No volveré a escribir, jamás retornaré a los balcones, y trataré de administrar con dignidad los pocos días que me quedan.

¡Miento! Por aquí estoy mirando a Don Quijote, al genial hijo de Aracataca, al insuperable Borges, a ese que escribió Rayuela, a un tal Shakespeare, y ¡los clásicos griegos! Estos amigos me acompañarán hasta la muerte.

A mi edad ¿para dónde voy? ¡Para ninguna parte! Las puertas están  cerradas, el atardecer avanza y muy pronto será el viaje a la eternidad.

Punto Final.