Fracking de hoy, hambre para mañana
Gran preocupación ha causado la noticia de que el proyecto de Plan de Desarrollo que presentó el presidente de la República ha sido aprobado con la cantidad de “micos” tan impresionante que tiene. A partir de esa desnaturalizada o mal utilizada figura encontramos una colcha de retazos que combina temas de tributos, pensiones, precio de gasolina, aumento en precio de servicios públicos, etc. En esta columna nos concentraremos en uno, que si bien no está taxativamente contemplado en el plan, sí es una puerta de entrada para que se explore la posibilidad de implementar el Fracking en nuestro mega diverso país. Un contrasentido.
Siempre nos alarmamos de la misma forma por las políticas malsanas que ponen en remojo gobierno y congreso pero nunca concretamos nada. Como es lo que seguramente sucederá con el Fracking, me pareció pertinente exponer algunos de los datos que han compartido expertos del tema sobre las consecuencias nefastas de esta práctica. Y eso que estamos hablando del mejor de los casos (conocemos e ignoramos) porque según las entrevistas que rondan por las redes a transeúntes desprevenidos (no estoy hablando de los de Santiago Moure) la gran mayoría de ciudadanos todavía no sabe qué es el Fracking.
Significa fracturación hidráulica. Es una forma de explotación de combustibles no convencionales (gas y petróleo) que consiste básicamente en inyectar agua a presión en la tierra, entre 1 y 5 km de forma vertical y 2 o 3 km de manera horizontal. Esto se hace mediante unos tubos que fracturan la roca madre que contiene esos elementos. El problema es que esa agua está acompañada de arena y gran cantidad de químicos perjudiciales para el ambiente (uno de ellos, ácido sulfúrico) con lo que buscan evitar la fricción y pérdida de fuerza del líquido. Incluso se ha demostrado científicamente que algunos países que utilizan esta forma de extracción petrolera, uno de ellos EE.UU, reportan sismos de hasta 3 y 4 grados en la escala de Richter como consecuencia de la inestabilidad generada en el subsuelo.
Infortunadamente, al momento de implementar estos proyectos, las mentiras siempre van por delante. Por ejemplo, nos dicen que el agua subterránea de Colombia está en no más de 100 o 200 metros de profundidad, cuando en realidad se han encontrado yacimientos de hasta 1 km, mismos que con seguridad van a ser contaminados con esa químicos. De hecho, uno de los miembros de la “comisión de expertos” que reunió el gobierno para que brindara un concepto de la viabilidad o no del Fracking (no vamos a hablar de las inconsistencias de ese grupo) aseguró que desconocemos el 85% de las aguas subterráneas del país. Ahora imaginemos, ¿Cómo se puede garantizar la estabilidad ambiental si ni siquiera hay certeza de lo que poseemos?
Si permitimos la contaminación de parte del territorio nacional ¿de dónde nos abasteceremos de agua a la vuelta de 10 años? La gran conclusión a la que llegamos es que ser rico en biodiversidad resulta directamente proporcional al daño que quieren realizar las grandes empresas mineras en complicidad con los estados. Ello sin importar que esas reservas naturales sean la actual demanda y preocupación mundial.
Hay que ser sensatos y seguir construyendo desde nuestra cotidianidad lo que Jeffrey Sachs llama la “era del desarrollo sostenible”. Sin embargo es imposible no reparar en la infructuosidad de cerrar el grifo a la hora de lavarse los dientes, a la hora de lavar los automóviles con baldes, de regar las plantas de noche, de utilizar lo menos posible la lavadora o de cerrar la ducha al momento del baño, para que al final el gobierno venga y otorgue licencias a unas empresas mineras que van a derrochar en agua, en un solo día, lo que una persona en muchos años.
Cuál es la necesidad de destruir como locos, como si no hubiera un mañana, como si tuviéramos reservas infinitas. Es simple, no las hay. Es decepcionante llegar a la conclusión de que, en primer lugar, son prácticas evitables y reemplazables, empezando por una adecuada transición energética; y segundo, que somos cómplices por elegir como administrador de nuestros recursos más preciados a quienes los manejan sin pena ni gloria para beneficio personal y en contra quienes le han delegado esa función: el pueblo.
Si en países desarrollados los contenedores sellados (con toda la rigurosidad y tecnología del caso) ya tienen filtraciones, qué decimos aquí, donde las interventorías se compran y los puentes se caen como fichas de LEGO. Ni siquiera estamos en condiciones de implementar “planes piloto”, y espero que nunca lo estemos. Francia, Alemania, Escocia, República Checa, Suiza, Italia, Inglaterra y una gran lista que los sucede, ya lo prohíben ¿Por qué nosotros continuamos empecinados en la autodestrucción? Seguimos abriendo discusiones que ya se zanjaron a nivel mundial con bastantes fundamentos científicos. Algo semejante sucede con el glifosato, que aunque no es nuestro tema, bebe de varios de los argumentos aquí expuestos.
Colombia puede poseer petróleo, pero no más que riqueza natural. No tiene sentido seguir insistiendo en una economía que está en declive; donde aparte de que existe gran competencia a nivel internacional, cada vez es más costoso, tanto desde el punto de vista económico como del ambiental. Nuestro país es rico en variedad ambiental, la misma que añoran, y lo harán aun más en la medida en que se agraven los efectos del cambio climático, las demás naciones.
Para el ejemplo, la meta de Francia es que en poco más de una década todo su parque automotor sea eléctrico, dejando de lado el combustible convencional. No es conveniente seguir en discusiones que nos llevan al atraso, que van en contra de lo que es nuestra verdadera fortaleza económica: El cultivo de la tierra y la explotación del turismo. No se olvide quiénes trabajan a sol y agua para extraer el alimento de todo un país. No se olvide de dónde proviene la papa y la yuca de nuestra mesa del medio día. No se olvide que lo que es Fracking hoy, será hambre para mañana.