25 de abril de 2024

De sobra

Comunicador Social-Periodista. Especialista en Producción Audiovisual. Profesor universitario, investigador social y columnista de opinión en diferentes medios de comunicación.
3 de mayo de 2019
Por Carlos Alberto Ospina M.
Por Carlos Alberto Ospina M.
Comunicador Social-Periodista. Especialista en Producción Audiovisual. Profesor universitario, investigador social y columnista de opinión en diferentes medios de comunicación.
3 de mayo de 2019

“Soy como aquella banca del jardín, la caneca de basura, el colibrí o el árbol. Soy parte del paisaje protegido”. En todos los tonos resalta su humilde modo de vivir y la forma como se ha apropiado de la esquina del parque, ubicado en inmediaciones del centro comercial Unicentro de Medellín, desde la mañana que resolvió abandonar la mecánica industrial, el torno y la fresadora por la piedra de talco.

“Un patrón me robó mucha plata. Yo no quería trabajar para nadie. Un hermano me enseñó a hacer buhitos y le cogí amor a esta almendra que moldeo con mis manos”. Por fin, 10 minutos después, distingo su rostro oculto debajo de la vieja gorra, enmarcado por la espesa barba entrepelada, la gafa sujetada a media nariz y el rosario pendiendo del cuello. No hubo la mueca ni siquiera el gesto afable; tal vez, las historias que se caían de sus ojos y la mano polvorienta apretando la mía, crearon la atmósfera de humana compañía.

La posición de loto facilita abrir la imaginación, flexibilizar las ideas y cubrir las rodillas con una lona de fibra artificial. A sus 63 años de edad, la postura de yoga le permite esculpir por varias horas y tener cerca el mineral. “Hace poco un cucho, me pidió permiso para trabajar, junto a mí, un pedazo de piedra. Más o menos, a las 2 horas, sacudí este retazo de tela y el viejo pegó un salto y gritó: ‘Ay, hijueputa, usted no es mocho, tiene las dos piernas’. Parce, ese man, pensaba que era un limitado físico”.

Oscar Guillermo lleva 20 años en la profesión de artesano ambulante. Tuvo dos hijos, Oscar Felipe y Mariela, y un divorcio a cuestas. “Por buen samaritano, me mataron a mi hijo, en Prado Centro, cuando quiso evitar un atraco. Eso fue hace año y medio. Al otro día de su muerte, la Alcaldía y la Policía le hicieron un homenaje como ciudadano ejemplar, flores y toda esa mierda. ¿Para qué? Mi ex metió los papeles para el reconocimiento y la reparación como víctima, y la respuesta fue que no tiene derecho, porque no era malo, porque no pertenecía a una banda o no era un pillo. Güevón, en este país, el bandolero que mata a otro bandolero, lo pagan. Al ciudadano que mata esta violencia, no vale nada”. Le eché una mirada y dejé pasar algunos segundos, mientras él reacomodaba las herramientas con las que produce el arte cotidiano.

La recua sobre la acera: un toldo desvencijado que le sirve de paraguas y sombrilla, la mochila tejida, las chanclas de cuero, el morral repleto de guijarros y la barra de incienso de sándalo, cada una de éstas piezas va detrás o al lado de Oscar. Testigo de vista de la realidad de la urbe, afirma que ha cambiado la manera de robar. “En cada barrio manda la banda, los de acá y los de allá. Tenemos crimen organizado y sofisticado. ¿Dónde cogen a los jóvenes delincuentes? En las mejores fincas, montados en carros lujos y con viejas bonitas. La gente mata por tres razones: por sexo, por dinero o por poder. El corazón del ser humano está enfermo”. Para sustentar su reflexión habla de las traiciones perpetuadas por Bolívar, Santander, Flórez y Tomás Cipriano de Mosquera, de éste último expone que sus enemigos maldecían: “que se muera, aunque se salve”.

Chabacano y descalzo, insiste: “La violencia la tenemos en nuestra sangre. Aquí vinieron pillos, ladrones -sacados de las cárceles-, los pobres y los desarrapados. Esa gente hizo la rapiña. El corazón de la gente está dañado. El pueblo es tan bruto que agarran a un ladrón, lo linchan. Salen con palos de golf, barrillas, piedras y ollas, y acaban con él. ¿Ese mismo escarmiento lo hacen con los ladrones de cuello blanco? Ellos se roban la comida de los niños, nos destruyen y a cambio, siguen en sus mansiones estrato 25. ¡Triple hijueputas! Se burlan de todos nosotros”. En ese instante aparece la idea retorcida de la “cabeza de turco” y unos cuantos nombres salen sin absolución.

Oscar Guillermo desliza hacia adelante el polvo dejado por Jacinto, La Lupe y las tortugas, Lolita y Valentina. Meses atrás fue la época de las vacas flacas. La situación lo obligó a desplazarse al sector de Ciudad del Río en busca de más clientela, pero el experimento fracaso. A pesar de los días de ayuno forzado y las tripas secas, abrió un espacio contiguo a las escaleras eléctricas en la Comuna 13. El acto de perifoneo no se hizo esperar: “Lolita y Valentina a 20 mil. ¡Parce, no me va a creer! Una pelada que estaba con un grupo de turistas extranjeros, se paró furiosa y me reclamó que ¿por qué había puesto la tortuga Valentina, sí ella se llamaba así?” En medio de la carcajada y el gesto fustigador, el desprevenido artesano, se las ingenió. “Cierto, muchachos, que Valentina es un nombre muy bonito, ¿cierto? Entonces, la chica no tuvo más opción que disimular”. A lo mejor, los demás estallaron de la risa.

El hombre agarra entre sus manos la piedra de talco cortada con sierra, pulida a punto de caricias de lima sorda y el color resaltado con resina. Valentina es la mamá que lleva sobre su caparazón a la tortura bebé de nombre Lolita. “¡Este mundo es de locos! De lunes a viernes estoy acá en Unicentro y los fines de semana en San Javier. En ambas partes me ha tocado ver y escuchar las tonterías de la gente de la Secretaría de Movilidad de Medellín. En la Comuna 13 quieren volver peatonal la callecita que es la única entrada y subida a un sector del barrio. ¡De locos! Eso es ilógico. Sí las calles están llenas de carros ¿cómo le voy a quitar media calle? Eso lo ve cualquier persona con 5 sentidos. ¿Cómo le voy a estrechar las calles? Ahora, por acá en Conquistadores donde no había tacos, crearon un caos vial y más contaminación. ¡Contratos tan maricas! Una ciudad bien estrecha, bien chiquita, que no puede crecer las calles, parce, a quién se le ocurre semejante tontería. Tenga la seguridad que vendrá otro alcalde, como hizo éste con las pirámides de la avenida Oriental, y va a tumbar las tales ciclorutas para volver las calles a su estado original. Créame, periodista, millones de pesos botados para que llegue otro desgraciado y quite lo que hizo el genio anterior… una cosa es la movilidad y otra la ceguera. Una millonada para que uno gane y el otro, también”. El artesano, como buen testigo ocular y ciudadano observador, recurre al sentido común y a poner los puntos sobre las íes.

Todos los días, Oscar Guillermo, camina desde el barrio Buenos Aires hasta el sector de Conquistadores al occidente de la ciudad. Al observar un libro que yace en el suelo, le pregunto cuál es el contenido. “Estoy estudiando inglés. Los fines de semana van muchos gringos a la Comuna 13. Soy de mente abierta. Es mi estrategia de venta”. El artista viaja más de 128 kilómetros para conseguir en el municipio de Yarumal, la piedra blandita y de colores como el mármol. Él asegura que le “sobra todo, el tiempo y el amor por la piedra …tengo para almorzar. ¡Soy Feliz!”