Cerebro, no corazón
La política es una actividad cerebral en donde no deben tener espacio los caprichos del corazón. El sentimentalismo cabe en las relaciones familiares, o en las solidaridades que suscitan las camaraderías. En política, no. Ésta es fría, se afianza en realismos matemáticos y tiene que ver con el juego de los intereses. Cuenta el personaje que tiene votos, el que guerrea las comandancias en campo abierto, el que es voraz y agalludo. El sumiso, el que cede el turno, ese que se colorea ante el adversario, puede ser un excelente ciudadano, un decente eslabón social, pero político, no. Gilberto Alzate Avendaño, peligroso animal de dientes trituradores, era un cínico genial. Cuando se iba a nombrar mesa directiva en una Convención Conservadora, decía : “Se procede a elegir vicepresidente”. Él, con desenfado pasmoso, no permitía que su nombre fuera confrontado con nadie.
Ese es el perfil del político genuino. Aquí en Caldas tuvimos jefes meñiques, santurrones de mucha sacristía. Pero les faltaba testículos para el mando.
Conocí de cerca al Mariscal. Era fogoso, con mirada de águila, con hambre de comandancias. Era obsesivo en sus propósitos, porfiado y exigente para cumplir itinerarios, guarapeado a veces por sus adversarios, temible como contraparte. Comía libros. Supo dualizar las controversias con enclaustramientos para convertir su mente en un Potosí de luces. Vivía entre relámpagos, atento a los estruendos del vivac. Era un caudillo. Sanguíneo, voraz, con fuerza de astado, sin miedo al peligro, acelerado y vertical. Con él, como lo proclamara el poeta Cote Lamus “la cosa era de frente”. Antes de Alzate, nadie. No ha nacido quien lo reemplace. Suya era la ambición, el orgullo que entacona, el carácter rocoso, la astucia del zorro. Se quería a sí mismo. A su lado estaba la tropa que fanatizada se dejaba guiar por su voz profética. No aceptaba émulos. Su cerebro era una hidroeléctrica. Era único.
El Mariscal fue otro Sísimo. Cuando todo lo culminaba, cuando estaba agarrando el Poder, cuando un mar de voces lo aclamaba,surgía intempestivamente un contratiempo, se le desbarajustaba el naipe humano. Finalmente Dios se atravesó en su destino. Murió con el tricolor de la bandera sobre su pecho.
En la farmacia política de Caldas, encontramos en vitrina muchas medicinas taumatúrgicas. Oradores perfectos como Londoño y Londoño hasta astutos y solapados como Victor Renán Barco; elucubradores imaginativos como Luis Guillermo Giraldo, hasta la inteligencia aguda de Rodrigo Marín Bernal; talentos olfativos y equilibrados como los de Omar Yepes Alzate, hasta un Felix Chica, con probada madera de caudillo.
Todos intelectuales. Tuve cercanías dialogantes con unos, o amistad estrecha con otros. Si con frecuencia me refiero a Alzate o a Yepes es por la proximidad afectiva que me permitió deletrearlos. Conozco el secreto de sus vidas.
Intelectuales? ¡sí! El verbo de Londoño era una catarata de luces.Rudo Barco pero elitista su espíritu. Giraldo, un sembrador de interrogantes. Marín, un incendio mental. Yepes, metódico y pausado. Su apartamento es una biblioteca. Ha distribuído miles de libros en estanterías incrustadas en las paredes, duerme entre un arsenal multicolor de obras espléndidas y en su cuarto privado en donde medita y lee, los entrepaños se encaraman hasta el cielo raso, y abajo, sobre el piso, estorban los volúmenes para caminar. Felix Chica es un volcán en ebullición.Es angurrioso y vivaz. Trepida. Tiene alma gaitanesca para conducir multitudes. Si quiere ser personaje nacional tiene que embodegar –como Alzate- mucha cultura.
En conclusión: la política tiene qué ver con las matemáticas.Nada con el corazón. Lo dijo Napoleón: “La política carece de corazón. Sólo tiene cabeza”.