29 de marzo de 2024

Apps y redes, la descarga de esperanzas

3 de abril de 2019
Por María Fernanda Restrepo Torres
Por María Fernanda Restrepo Torres
3 de abril de 2019

Me causan algo de curiosidad los términos con los cuales se clasifican las personas nacidas entre determinados periodos de tiempo. Baby Boomers, Generación X, Y o Millennials, Z, Centennials, son algunas de las categorías en las que encaja cada uno de nosotros de acuerdo al año en que llegó al mundo. Quién las creó y basado en qué criterios honestamente lo desconozco y tampoco me he interesado en leer mucho sobre el tema. Pero si me llama poderosamente la atención el impacto de la era digital en los de mi generación: Millennial.

Según analistas, entran en esta clasificación los individuos nacidos entre 1980 y 1997. Los expertos afirman que fuimos los primeros niños en acceder a Internet, y en nuestra adolescencia, a un smartphone.  Esto nos convierte en la generación de la revolución tecnológica, expertos en redes sociales, independientes y emprendedores. De acuerdo con estudiosos del tema, la prioridad de los millennials es la realización profesional y personal, el matrimonio no constituye uno de sus intereses y ojo a esto: les aterra la soledad.

Lo uno me lleva a pensar en lo otro. Sin ánimo de entrar en discusiones antropo-socio-psicológicas, creo que todos los humanos le tememos a la soledad. Venimos con un chip que nos impulsa a querer vivirlo todo con alguien, tenemos necesidad de hacer parte de grupos sociales y de cierta manera nos satisface la aceptación de una comunidad. Algunos más osados concebimos la idea de formar familias, un pensamiento que para el millennial pura sangre está casi que mandado a recoger porque la independencia en todo sentido es el lema de esta generación.

Como en todo, existen las dos caras de la moneda. Los millennials tienden a eludir el compromiso y dan gran trascendencia a la soltería, pero las aplicaciones de citas están entre las más populares y descargadas. Es una generación apegada a la tecnología, claramente definida por el sociólogo Zygmunt Bauman: “en la posmodernidad vivimos obsesionados por las conexiones y temerosos de las ataduras”. Y en ese sentido, las redes crean ese perfecto balance entre un contacto permanente con el mundo sin mayor dificultad para eludir los compromisos y  evitar las explicaciones. Hay aplicaciones para hacerse visible y otras que las complementan ayudando a esconder lo que no queremos o no nos conviene mostrar.

Aplicaciones como Tinder materializan esa idea. Usted pone su foto, una breve descripción suya y se dedica a deslizar fotos para encontrar potenciales candidatos a citas, y lo que suceda en adelante depende de lo que quieran los implicados. Es particular la cara que ponen algunos cuando se les pregunta si tienen perfil en esa red social. Frases como “Que tal, no estoy desesperado” o “No, qué pena que me vean ahí” son el común denominador. Y a decir verdad estoy de acuerdo con ellos en cierta medida, pues aunque cada quien es libre de establecer relaciones de la manera que más se acomode a su personalidad, esa aplicación carga la fama de albergar personas que buscan encuentros pasajeros. Podría asegurar que a pocos les gustaría escuchar que vieron el perfil de su pareja en Tinder y mucho menos consideraría iniciar una relación seria con una persona que conoció ahí.

No soy usuaria de dicha aplicación, pero indagando los sitios de citas más usados por millennials llegué a otra que me llamó la atención por el nombre: Adopta un man. Esta aplicación se describe como una “boutique online donde el hombre propone y la mujer decide” y opera de forma similar a Tinder: pasar fotos, poner un corazón al que le interese y abrir la posibilidad de intercambiar mensajes. Las mujeres, siempre más dadas al romance y a encontrar nuestro príncipe azul, podemos poner en un carrito de mercado los manes que nos interesen y así ellos podrán escribirnos. Si por alguna razón se pierde el interés, se puede “devolver” el sujeto a los estantes. Básicamente es un Tinder más recatado, pero nada que no se pueda hacer en Facebook.

Considero unos genios a los creadores de dichas aplicaciones. Se mueven en el mercado inagotable de las emociones y la esperanza, la fragilidad se vuelve oportunidad y facilitan saber muchas cosas de la persona que nos interesa sin ni siquiera cruzar palabra con ella y formarnos una idea de lo que vamos a encontrar si alguno se decide a poner el primer me gusta. Hay cerca de 200 millones de personas que se identifican como solteras en sus perfiles sociales y las mentes detrás de las aplicaciones saben leer y convertir esa necesidad en puentes para establecer relaciones desde la comodidad del anonimato inicial, sin necesidad de asistir a reuniones familiares o por medio de amigos celestinos en común, todo eso bonito que los millennials han ido olvidando.

La libertad sexual es un tema muy personal y vale la pena revisar las prioridades antes de pensar que se hallará el amor de la vida en una aplicación donde cerca del 50% de usuarios tienen pareja estable y que además ha sido causa del 20% de los divorcios solo en Estados Unidos. Se puede reconocer su utilidad después de salir de un noviazgo o estar enfrentando una separación y viene la típica etapa de no querer nada serio, pero tampoco querer estar solo.

En todo caso, las relaciones se fundamentan en nuestras creencias arraigadas, las vivencias y visión futuro y lo ideal sería tomar las situaciones como son dadas por lo que esas aplicaciones solo son un lugar de distracción. Siendo muy conservadora, creo que una aplicación no debería reemplazar ni cuestionarnos nuestra capacidad de levantar a la antigua. Tampoco se debería tomar tan a pecho el ser aceptado o rechazado aunque considere que estoy mostrando mí mejor foto y piense si se sentiría cómodo al caer en las sabanas de alguien que al mismo tiempo le esté coqueteando a sus amig@s, ¿vale la pena pasar malos ratos por gente que ni conocemos?