SALAMANDRA
Ese beso en plena calle y la mirada de esos ojos color aceituna, lo marcaron por siempre. Se quedó como encantado cuando se iba con su elegancia y sus maquillajes ordinarios y exagerados, aplicados con mucha vanidad y poca estética. Nunca más la olvidó. Y pudo grabarse mejor su imagen cuando en muchas ocasiones la volvió a ver yendo de un lado para otro, saludando a todo el mundo, recibiendo aplausos en algunas ocasiones y sintiendo que la gente la respetaba y la quería y la tenía como algo que hacía parte del paisaje propio de la ciudad. Ese día del beso, se acababa de apear del bus urbano que lo llevó del barrio Salomia hasta el centro de la ciudad, para ir a clases al Instituto Politécnico Municipal, que funcionaba en una vieja edificación de estilo europeo, donde antes habían estado unas instalaciones militares, cuando ganaba la puerta de entrada, vio una persona de mucha edad, tratando de cruzar la calle, con el temor a ser atropellada por los no muchos vehículos automotores de entonces, pero que de todos modos imprimían el respeto de equipos pesados. Le preguntó si necesitaba ayuda para cruzar la vía y ella le respondió que sí. Le dio la mano y la mujer de edad y el niño, cruzaron el pavimento. Llegaron hasta donde comenzaba el Paseo Bolívar y allí fue donde ella le dijo gracias, le estampó el beso en la mejilla, lleno de colorete rojo, lo miró directamente a los ojos y le grabó el recuerdo de color aceituna que no olvidaría jamás y que aún hoy día lleva puesto en su memoria.
No le pareció extraño cuando alguna vez quiso plasmar imágenes de esa persona que conoció cuando era un niño. No dudó en llevarla a sus cuadros coloridos –como era el personaje-, ni mucho menos en plasmar su figura en tamaño natural para ubicarla en un lugar estratégico de la ciudad, donde se ha convertido en un punto de referencia urbano. Y de esa estatua ha hecho numerosas reproducciones en cerámica, con los mismos colores e igual diseño, que algunos privilegiados tienen en sus casas con el cariño de esos recuerdos que se guardan con gratitud de lo que fue una urbe que poco a poco se ha diluido en el modernismo que va borrando todo aquello que pueda hacer parte de las tradiciones. Su memoria sigue viva porque los artistas se han ocupado de ella en diferentes ocasiones. Incluso el poeta e historiador Javier Tafur González un día se sentó a escribir su biografía y dejó saber a quienes sólo la conocían por referencia de voz a voz quien era Jovita Feijoo, la Reina Eterna de Cali. La misma que un día le dio un beso en plena calle a ese niño que se llamaba y se llama Diego Pombo, un creador constante e innovador del mundo de la cultura, quien solamente teme a que un día logre vivir el estado de lucidez, como que ama la locura y espera no dejarse contagiar de los cuerdos. Son incómodos, tienen demasiadas reglas y no saben como es vivir en la enajenidad mental, que no es otro que el estado de los grandes creadores.
Diego Pombo, un caleño que por alguna razón nació en Manizales en 1954, llegando en asocio con sus padres a la capital del Valle a los tres años y formado en la escuela de la vida, con apenas unos pocos cursos de manejo del color y algo de dibujo en el Sena, pero quien no duda en reconocerse autodidacta en todo, hasta en sueños. Porque cada que tiene uno de éstos, se propone hacerlo realidad y dio con la buena fortuna de que un día, hace más de 25 años, se encontró en la existencia con otra soñadora, actriz de teatro y enamorada de las cosas bellas, como es Beatriz Monsalve, quien se ha convertido en una especie de capitán de navío de un Barco Ebrio, en el que su timonel no para de arribar a nuevos y profundos mares en el arte y la cultura. Diego ha llegado a convertirse en una especie de emblema de lo que es la actividad cultural de Cali, donde ha hecho tantas cosas y piensa realizar tantas otras, que es difícil no encontrárselo en los más innovadores eventos en los que se busca que a la ciudad no solamente se le identifique por la levedad de la salsa y las mujeres hermosas, sino con artistas pensantes y renovadores de unos espacios que se fueron transformando, sin que nadie se diera cuenta, hasta quitarles todo el acartonamiento de que hacían gala y que de alguna manera se convertía en obstáculo de acceso a muchos.
Diego Pombo, pintor, dibujante, escultor, grabador, escenógrafo, diseñador, músico, actor y gestor cultural, debe ser identificado como el fundador de una gran utopía que naciera hace 25 años en Cali y por cuyos espacios han transcurrido muchos acontecimientos que protagonizan desde entonces las artes, como muestra de lo mucho que se puede hacer cuando la creación no se detiene solamente en los cálculos de que es rentable y que no es rentable.
Hace un poco más de 25 años, luego de una exitosa gira por Europa del grupo de Teatro Escuela de Cali, TEC, dirigido por el gran maestro de la dramaturgia universal Enrique Buenaventura, un grupo de siete actores, entre quienes estaba Beatriz Monsalve le propusieron a otro actor, Diego Pombo, que se independizaran y crearan otro grupo de teatro, pero con sede que constituyera espacios comunes de los lugares donde tradicionalmente se hacían las presentaciones. Diego vivía en la vieja casona de San Fernando, comprada a su abuelo hacía mucho tiempo y que este había adquirido en el año de 1929 por $14.000 como consta en su escritura pública. Una casa de poco frente y mucho fondo. Con espacios amplios y grandes posibilidades de hacerle modificaciones. Lo primero que hicieron fue escoger el nombre del grupo de teatro que se llamó Barco Ebrio, por aquello de que los artistas cuando han pasado de los estados de lucidez a los de iluminación (la misma que siempre acompañó a Whitman, a Allan Poe, a Hemingway, etc), son capaces de tomar los sueños, asirlos con las manos, moldearlos y volverlos realidad. Ensayaban en la vieja casa de un solo piso en el sector antiguo del tradicional Barrio San Fernando. Hasta que alguna vez Diego Pombo dijo que montaran una sala de teatro allí mismo, que harían el escenario en el centro del patio, alquilarían sillas de plástico y presentarían funciones a bajo costo para que al menos los vecinos asistieran a teatro. Y así lo hicieron. Y entonces buscaron el nombre de la Sala y cuando andaban en esas miraron a las paredes donde vieron muchas salamandras, o lagartijas, abundantes en el clima caliente, y además identificaron que en las primeras cuatro letras ya estaba la idea de la sala. La llamaron Salamandra del Barco Ebrio. Que por éstos días celebra el primer cuarto de siglo como un espacio privilegiado de la cultura caleña.
Donde ahora existe un Teatro pequeño, con capacidad para 70 espectadores, copando la totalidad del amplio espacio de la vieja casona adquirida del abuelo de Pombo, hubo alguna vez, en el centro del patio, un taller de pintura de su propietario, amigo de las grandes dimensiones en sus obras, en las que juega con el color y establece permanentemente una simbiosis entre lo que fue, lo que es y lo que puede ser mañana. En la medida de la insistencia y la persistencia con la idea y el gran compromiso de todos aquellos que de alguna u otra manera han colaborado con esa gesta de creatividad, hablar de Salamandra del Barco Ebrio, es referir un punto cierto de lo que es la actividad cultural y creativa de la capital del Valle. Nadie reclama honores. Lo ´único que piden los miembros de la Corporación -ahora funciona como tal, como una empresa- es que la gente acuda a sus eventos que son constantes, al punto de que en el mes se pueden programar del orden de 20, en los que se da teatro, conferencias, recitales, debates, exposiciones, ciclos de cine de autor, conciertos, presentaciones de cuenteros, de mimos, de todo aquel que tiene la capacidad de crear y enviar mensajes sociales, en los que se debe poner por encima de todo el buen gusto.
A los 25 años los miembros de la Corporación Salamandra del Barco Ebrio – por aquello del bello y profundo poema de Arthur Rimbaud, del mismo nombre-, ya no necesitan estar solicitando auxilios. Lo que reclaman es respaldo, apoyo y asistencia a sus eventos.
La fuerza motriz de todo siguen siendo esos dos soñadores locos conscientes que son Diego y Beatriz. Tocan puertas, como lo hacen desde siempre, pero con productos de excelente calidad en sus manos, llegando a entregarle a los ciudadanos verdaderos símbolos de lo que es la cultura y la constante programación en todo el año de ella, como es el caso del Festival Internacional de Jazz, que se cumple durante una semana en el mes de septiembre, y que tuvo la fuerza suficiente como para que la idea se expandiera a otras ciudades colombianas donde también se vive la sonoridad, ritmo y melodías de esa música inicialmente llamada de negros. No es accidente que sean Diego y Beatriz los creadores de Hallazzgo, ese festival, que en este año va por la edición veinte, pues desde siempre Diego pensó que sería músico en la vida, como lo fue hasta cuando tuvo 27 años, habiendo creado grupos musicales como Chiminango, en homenaje y reconocimiento al árbol emblemático de la ciudad, Fusión y otros.
Diego Pombo tuvo un punto de quiebre esencial en su vida, cuando un amigo norteamericano conoció sus pinturas y lo invitó a que expusiera por primera vez a nivel individual en New Orleans y allí tuvo la oportunidad de conocer y participar en festivales de Jazz, del mejor que se produce en el mundo, cuando entendió que antes que ser un ejecutor de esa música se quería convertir en un promotor capaz de llevarles esos acordes de saxo y percusión en cuyos compases se puede avanzar sobre líneas no escritas pero que van naciendo de la emotividad inmediata de sus intérpretes.
Nunca ha dejado de pintar, ni de ejecutar sus instrumentos, pero es que tiene tantas ideas en la cabeza que se ha tenido que dedicar a ser gestor cultural en muchos tiempos y espacios, desde cuando en 1994 a ese grupo de locos que iban en un Barco Ebrio, les dio por asentar cabeza donde pudieran ser localizados fácilmente por los espectadores que quisieran participar de sus presentaciones. Primero fue Salamandra. Cinco años después fue Hallazzgo, que se inició en los espacios reducidos de la Sala, hasta entender que la criatura había nacido, que crecía y que se les iba a salir de las manos si no le buscaban un espacio mayor de recepción del público. Por costos se fueron para el Teatro Al Aire Libre Los Cristales, donde pueden caber más de cinco mil personas y llegaron a la sorpresa de las lágrimas al ver el espacio completamente copado de gente de todos los estratos, oyendo ejecuciones de una música que se pensaba de selección y de élite. El quinto Festival fue allí y ante la acogida espectacular del público al año siguiente lo llevaron al Teatro Municipal y mantuvieron las funciones en el Teatro Al Aire Libre. Hoy día Hallazzgo es un evento al que los artistas internacionales quieren venir, no les tienen que rogar para que vengan. Saben que la acogida de la gente es grandiosa. Es un evento que ya pertenece al mundo cultural propio de Cali.
Mientras tanto en Salamandra del Barco Ebrio durante todas las semanas hay diferentes presentaciones y de esa lánguida función de hace 25 años de la obra “Krápula Mákula” del japonés Ryonosuke Akutagawa, con unos pocos asistentes sentados en esas improvisadas sillas de alquiler, se ha pasado a la escenificación de los grandes maestros del teatro universal, a la proyección constante de cine de autor, a foros de diferentes temas, a recitales tanto de poesía, como de música. A un hacer diario en el que no se descansa y sólo hay espacio para la creatividad.
Esos motores incansables que son Diego y Beatriz no paran. Y no falta quien diga como es posible que Diego siga pintando con dedicación, teniendo todos sus tiempos copados en promover nuevas ideas. Lo último que hizo hace poco más de un mes fue lanzar un libro con reproducciones de algunas de sus obras “En un lugar de la mancha”, con textos cortos de poetas y ensayistas como William Ospina y Julio César Londoño.
La pintura y en general la obra plástica de Diego se ha tratado de clasificar por muchos críticos que no encuentran acomodo a sus expresiones, por lo que él mismo ha salido en auxilio y dice que su pintura no es más que Pop-modernismo, por decir algo, porque lo que le importa es poder decir lo que quiere. Poder llevar al lienzo a ese Bolívar que tanto admira, a esa Manuelita por quien sigue suspirando, ubicarlos en sus tiempos, pero a la vez frente a situaciones de ahora, como una pareja que baila salsa y come chontaduro. La fortaleza de los colores de sus cuadros, hacen que el espectador deba permanecer muchos minutos frente a ellos, con el fin de gozar los detalles, las líneas, los dibujos. Pombo es un gran dibujante. Con el dibujo se ganó mucho tiempo la vida, cuando contribuía con ideas y bocetos en las campañaa publicitarias de ese otro gran creador que fue Hernán Nicolls, para quien anunciar era un arte, de la mayor exigencia estética. Claro, se rodeó de artistas y de poetas.
Su pintura tiene mucho de historia, pero a la vez está llena de sarcasmo, de humor negro, de una gran capacidad de admirar sin ser reverente. Por el contrario la irreverencia en lo que hace es fácil de adivinarla. Cada día le genera una nueva satisfacción en lo que hace, pero a la vez le ocupa el pensamiento de que va a hacer a continuación. No se queda quieto.
No es simple hacer teatro en Colombia. Mucho menos en una ciudad donde los creadores debieron luchar a brazo partido para introducir algo más que salsa y baile constante en las venas del gusto de los caleños, que asimilan la calidad artística mucho más de lo que se pensaba. La frivolidad que en algún momento pudo ser imagen de Cali, se ha transformado con movimientos culturales muy fuertes, como es el caso del que se ha generado desde Salamandra del Barco Ebrio, un mundo de generación de espacios y tiempos para entregar a favor del arte el buen gusto y la estética, en medio de la informalidad de una sala a la que se puede asistir en zapatillas deportivas, pero con la ansiedad de aprender mucho.
Cuando un sueño se piensa, se planea, se construye y se ejecuta y además es capaz de cumplir 25 años de constantes funciones diarias, es porque se ha convertido en una realidad que debe permanecer en el tiempo. El sueño de Beatriz y Diego y esos otros soñadores del Barco Ebrio se mantiene firme, navegando por el mar de quienes piensan y hacen según su imaginación, con lo que contagian la imaginación de los demás.