28 de marzo de 2024

La guía cantó Malena

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
1 de marzo de 2019
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
1 de marzo de 2019
En pleno congreso de Anato conviene recordar el elogio del destino de guía turístico que consiste en mejorarle su bagaje cultural al caminante.
Generalmente, su carné de identidad es una sonrisa de oreja a oreja. Mientras están devengando con el sudor de la lengua, los guías tienen prohibido cansarse, aburrirse, llorar, dormir.
Por el mismo sueldo son papás, mamás, médicos,  actores, adivinos, narradores, siquiatras, poetas, gourmet-gourmands, historiadores, reporteros, sociólogos, influenciadores, banqueros, proxenetas.
Su desgastador oficio les exige un físico de atleta del decatlón. Hablan ex cátedra, como los papas. Cuando ignoran un dato se lo imaginan para no defraudar. Mejor no crear desconfianza.
Tienen la palabra, el verbo, por cárcel perpetua. Es su herramienta de trabajo.
Exhiben memoria de elefante enrazado en ajedrecista: se graban rápido  nombre, grupo sanguíneo y aberraciones de cada uno de los miembros de su séquito.
Conocen la intimidad que se esconde debajo de una piedra. Saben que en aquella esquina estornudó o cayó uno que se creía inmortal (en su acepción de imprescindible).
Como las gallinas con su culecada o las maestras de kinder con sus bajitos en la calle, se la pasan contando su fugaz tribu de nómadas. Hasta que no aparezca el último despistado no reinician la marcha. Ni la cháchara.
Como los ascensoristas de  Nueva York están hechos para no oír, no ver, no nada. Por ejemplo, nunca recordarán que menganito sufrió un sorpresivo ataque de sonambulsimo que lo llevó a  pernoctar en la habitación de la bella valkiria del 417. La discreción está en el abc de su destino.
Cargan botiquín con pepas para erradicar un dolor de cabeza, embolatar una tusa de amor, pulverizar un olvido, mimar una muela averiada. (Saben, con Borges, que un dolor de muela es la prueba reina de que Dios no existe). Sin guía, el turista queda como vecino de ninguna parte, como la rivera sin la ola.
Los hay que no soportan excursiones en patota. Prefieren el azar del turismo a palo seco, perderse, salirse del libreto. Ir adonde no se atreven los profesionales turísticos.
Nunca sobra  preguntarles por ese tour íntimo que hacen para ellos solitos, divorciados del manual. Suelen deparar sorpresas insólitas. Todos tenemos nuestro propio tour en distintas parroquias.
Cada guía tiene su marca de fábrica. Una frágil uruguaya, Silvia, detectó al primer vistazo que “mi gente”, como nos bautizó, tenía los ojos en la trastienda. Para despabilarnos interpretó el tango “Malena”. Como su tocaya de la canción tenía voz de alondra.
“Fueeeera de programa”, como dice una canción de Les Luthiers, Lucas, guía argentino,  considera pertinente aclarar que los “porteños” son los de Buenos Aires y que él, “por supuesto”, no es porteño, sino de provincia.
Rudy Netzelmann, alemán de Berlin, nos leía comparativamente en español y en alemán textos de García Márquez. Sin olvidar que por aquel orificio se fugaron tantos guardias alemanes de la RDA.
En Hamburgo, Uli, improvisado guía, nos condujo por St. Pauli, el Lovaina alemán, la calle del pecado de la hanseática ciudad. Nos hizo la recomendación de no pactar encuentros de primer tipo con las bellas que se pavoneaban en las vitrinas ligeras de equipaje. “Se quedan sin plata para regresar a casa”, nos precisó.
Ruth, nuestra guía en Munich, era tan brava que la pusimos  Herr Ruth (a sus espaldas, claro). Pero nos puso a tomar cerveza en los mejores sitios.
En Londres, una flemática colega de la emblemática Natalie,  informó a su coro de perplejos: Aquí los maridos compran en Harrods para sus amantes y en Mark & Spencer para sus esposas. Con esa jurisprudencia nos dejó libres una tarde color Bernardino Hoyos.
En Medellín, Esnéider, guía en la comuna trece (San Javier) utiliza el método miliunanochesco de Scherazada, para mantenernos expectantes: dejaba a medio camino su charla y nos prometía retomarla en la próxima parada.
Los guías saben que sus fugaces interlocutores los volverán olvido cuando regresen a sus monotonías. Conocen las reglas de juego. Estos personajes necesarios como el agua o la luz pagarán con idéntica moneda. Y que venga el nuevo contingente de andariegos.