28 de marzo de 2024

Hidroituango: una catástrofe del neoliberalismo

Estudiante Doctoral. Magíster en desarrollo y planificación. Politólogo. Profesor universitario y consultor en políticas públicas. Interesado en educar para la política. Concejal de Manizales.
12 de febrero de 2019
Por Julián Andrés García Cortés
Por Julián Andrés García Cortés
Estudiante Doctoral. Magíster en desarrollo y planificación. Politólogo. Profesor universitario y consultor en políticas públicas. Interesado en educar para la política. Concejal de Manizales.
12 de febrero de 2019

Las catástrofes del neoliberalismo no solamente se dan en lo privado, como ya lo expliqué en una columna pasada, la capacidad de este modelo cultural ha atravesado fronteras, y ahora se posiciona y obtiene réditos de lo público, pero también deja amargas huellas.

Hidroituango tiene consecuencias de todo tipo, humanas, económicas, ambientales, culturales y sociales. Esto principalemente porque el río Cauca, uno de los más emblemáticos e importantes para este país, se está muriendo. Eso impacta económicamente a las comunidades que viven en las orillas del río o en los sectores aledaños, que dependen de su caudal para poder pescar. Pero si esta actividad económica no se puede realizar, genera desplazamiento de familias a otros territorios para poder buscar qué hacer en términos laborales y poder sobrevivir; pero también está matando tradiciones ancestrales y actividades culturales que se formaban alrededor del río. Pero con seguridad, estas consecuencias poco o nada les importa a los neoliberales con tal de que el «desarrollo» llegue a los territorios.

El neoliberalismo no previene, ese no es su estilo. El neoliberalismo hace según su conveniencia, sin importar que consecuencias traiga. Para el neoliberalismo es «mejor pedir perdón que permiso». Al neoliberalismo poco o nada le importa la opinión de las comunidades, sus arraigos culturales o los daños directos o colaterales que algún proyecto de su interés pueda causar. Lo único que le interesa es imponer su visión dominante y hacerlo valer a toda costa al mejor estilo del siglo XIX con un Estado Gendarme para mantener el “sagrado orden público”.

El neoliberalismo ha sido capaz de corroer todos los espacios, seres y aspectos del mundo, llevándolos al extremo de tener la presencia constante de la muerte anticipada, tal como lo menciona la autora argentina Susana Murillo en su libro “Neoliberalismo y gobiernos de la vida”, donde dice que:

Nos referimos a la muerte no solo física, sino también simbólica o social […] nos interesa pensar la administración de la vida y la muerte en el hoy, cuando el arte neoliberal de gobierno conforma una cultura que tiende a gobernar la vida bajo la constante presencia de la muerte como amenaza latente. Amenaza que en la cultura actual adquiere diversos rostros que van desde el inminente peligro de un desastre climático, la reconfiguración de los espacios urbanos, la colonización de los lazos de afecto, la depredación de territorios. (2015, pág. 7)

Esperemos que Hidroituango sea la gota que derramó el vaso, esperemos que como sociedad tengamos la fuerza para impedir nuevas catástrofes de este tipo. Se sabe que detener el neoliberalismo ya sus intermediarios es casi imposible, pero exigir planeación, análisis social del riesgo, discusión, formulación y construcción de los proyectos con las comunidades son lo mínimo que se debe pedir para hacer obras de esta dimensión. Sin lugar a dudas escuchar a las personas que viven o que se verán afectadas por el proyecto es fundamental, ellas conocen el territorio y saben de las complejidades que a futuro se pueden vivir. Pero esto se debe hacer con la paciencia y el tacto necesario, donde las mayorías estén convencidas o por lo menos de acuerdo y no dejarse llevar por el afán de desarrollo económico que siempre termina en una tragedia humana.