Tengo envidia del pañuelo….
En una hermosa y muy conocida canción se consigna lo siguiente en uno de sus párrafos “tengo envidia del pañuelo que una vez secó tu llanto y es que yo te quiero tanto que mi envidia es tan solo amor”, cifrándose así un tipo de envidia que podría catalogarse de buena ya que en tal aserto se la confunde con el más bello de los sentimientos, el del amor, el cual precisamente nuestro maravilloso Maestro de Galilea dejó como legado al mundo al comienzo de la era cristiana.
Sin embargo la envidia en general no tiene nada de bueno puesto que de ella se derivan sensaciones y acciones poco convenientes. Precisamente el gran escritor Dante Alighieri definió a la envidia como » Amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos», lo cual implica, además de ambicionar sin derecho lo ajeno, la nefasta intención de apropiarse de aquello que no se posee, pero que se anhela en forma enfermiza.
La envidia acaba con reinos, hogares, relaciones, países y hasta con el “nido de la perra”, como dice el antiguo refrán, y por ello desde la propia concepción en la mente de quien la posee lo que de allí se deriva es un torrente de intolerancia e insatisfacción en incremento.
De lo anterior se concluye que es mejor no envidiar ya que cuando logramos desligarnos de esa malévola costumbre, estaremos dando pasos agigantados hacia nuestra tranquilidad y paz interior.