25 de abril de 2024

La polémica sobre el porte de armas

11 de enero de 2019
Por Mario De la Calle Lombana
Por Mario De la Calle Lombana
11 de enero de 2019

Cuando algún gobierno anterior prohibió los salvoconductos para el porte de armas, escribí una columna en la que me oponía a la medida. Por ingenua, por inútil y por inequitativa.

Repito lo que escribí en esa ocasión: Los que deben estar felices son los bandidos, porque van a encontrar, entre la población civil, mucha menor oposición a su accionar criminal.

No faltó quien me tratara de guerrerista, enemigo de la paz (de cuyo proceso siempre he sido ferviente defensor), y cualquier otro epíteto que se les ocurriera.

Pero, a pesar de lo que se me pueda venir encima, voy a insistir en mi tesis.

En un país en el que las autoridades no son capaces ni siquiera de impedir los “colados” en los sistemas de transporte con buses articulados y carriles de uso exclusivo, o de impedir que circulen sin obstáculos miles y miles de vehículos sin SOAT o de conductores sin licencia, o de motociclistas sin casco y con mujer y niño de brazos, o de detectar los barrios y veredas donde se quema la prohibidísima pólvora, a pesar del ruido que hace y la intensa iluminación que produce, hablar del monopolio de las armas en manos del Estado es solo un chiste mal echado. ¿O de veras hay algún ingenuo que crea que nuestras autoridades están en capacidad de decomisar siquiera un porcentaje razonable de los centenares de miles de armas de toda clase −desde pistolas y revólveres hasta mini-uzis, granadas y quién sabe si hasta misiles− que pululan en las calles de nuestras ciudades y en los campos de la república?

Por supuesto, una gran parte de la población acatará la prohibición: la gente de bien. Ya lo han venido haciendo desde años atrás. Pero el resultado es el que hemos visto en todo este tiempo: que los criminales, a los que les importan un pito las órdenes de los gobiernos, anden armados hasta los dientes, sin complicaciones. Y los ciudadanos pacíficos, esos sí desarmados en cumplimiento de la ley, quedan indefensos a merced de los bandidos. Así de simple.

Llamarme guerrerista en la más injusta de las acusaciones que se me pueden hacer. Soy una persona pacífica. No sé disparar un arma y no quiero aprender. Jamás tramité un salvoconducto y no voy a hacerlo ahora, con casi 80 años de edad. Lo único que he disparado ha sido un pequeño rifle de aire comprimido que lanzaba diábolos y que me regalaron de niño en una navidad, pero no lo dirigía contra personas o animales sino contra dianas de tiro al blanco. Ni siquiera usé cauchera de niñito y me parecía absolutamente infame que mis amiguitos usaran una de esas para cazar pajaritos.

En todo caso, en esta innecesaria polémica se ataca al gobierno porque abrió algunas posibilidades de solución para quienes realmente necesitan un arma de defensa. Yo en cambio, lo critico por haber prorrogado la prohibición, lo cual es, como dije, una forma de entregar inerme la población civil a la acción de los violentos.

Aclaración:

Muy buenas las fiestas del reencuentro de bachilleres de 1958 del Colegio de Nuestra Señora en los dos clubes de la ciudad, el Manizales y el Campestre. Momentos de nostalgia y remembranza. Pero, aunque esto tal vez no le importe a nadie, quiero dejar sentado que no asistí a la ceremonia que tuvo lugar en las instalaciones del colegio. Desde mediados del año pasado decidí, por dignidad personal y solidaridad familiar, que jamás cruzaré de nuevo el umbral de esa institución que, en las épocas en las que allí nos formábamos, era modelo de democracia, de equidad, y de respeto por las ideas de los demás.