28 de marzo de 2024

Pepitas de calabaza

Abogado, experto en servicios públicos. Lector. Librero. Catedrático en universidades de Manizales. Ornitólogo aficionado.
2 de noviembre de 2018
Por Pablo Felipe Arango
Por Pablo Felipe Arango
Abogado, experto en servicios públicos. Lector. Librero. Catedrático en universidades de Manizales. Ornitólogo aficionado.
2 de noviembre de 2018

“Es una de las sopas más simples del mundo y posiblemente por eso,
además de ser muy alimenticia, hace soñar…”

John Berger

La Cucurbita ficifolia es la más humilde de las calabazas. Los campesinos en el páramo la llaman bolo o vitoria, según sea más o menos joven, y la ofrecen al borde de la carretera, a la espera de un improbable comprador. Seguro casi todas quedan sin venderse y servirán para lo que sirven, para cocinar una sopa que caliente y alimente en aquellos fríos entrañables.  La Cucurbita ficifolia es una enredadera de la familia cucurbitaceae a la que pertenecen zapallos, ahuyamas, pepinos, cidras, sandías, melocotones, estropajos y melones; proviene de las regiones altas del Neotrópico, y la mayoría de los biólogos suponen que fue domesticada en los Andes, donde han encontrado vestigios preincaicos. Es una planta que aguanta el sufrimiento y que, una vez desprendida subsiste mucho tiempo gracias a la dureza de su cáscara. Dicen que su ancestro es desconocido y que, por razones extrañas que la etnobotánica no logra explicar, su nombre, en casi toda América, es el que recibe en náhualt.

No hay cultivos de vitoria, ella crece al borde del camino, entre los cercos, sobre los tejados, en las esquinas que dejan los sembrados ordenados; nadie ha promovido el cultivo extensivo con ánimo de exportarla o se ha puesto en la tarea de establecer sus beneficios nutricionales y mucho menos ha sugerido untarla en el pelo o en las pieles arrugadas, a pesar de ser rica en fósforo y niacina.

De la Cucurbita ficifolia se aprovechan los frutos, tanto tiernos como maduros, las flores: macho o hembras, las hojas y las semillas. Las semillas se tuestan con un poco de aceite y luego se les agrega sal. Las flores pueden comerse en ensaladas, o fritas rebozadas en harina, y con el fruto se pueden hacer dulces en almíbar de panela, o una sopa maravillosamente sencilla. Se cocinan trocitos de carne de cerdo o pollo en agua con sal y cilantro, cuando la carne está blanda se agregan papas criollas picadas y cuando estas se cuecen, se añade el bolo también en trozos pequeños; aparte se prepara un hogao con cebolla, pimentón y tomate, y se fríe una tortilla de huevo que se corta en tiras. El hogao y la tortilla se agregan a la sopa y se sirve caliente. Al comerla, uno siente que el universo se concentra en una cucharada de caldo y que por fin todo lo disperso se conecta. Una sola calabaza logra que la naturaleza toque gloriosamente con placer nuestras papilas. Tanto que, en ciertos lugares de América, el chilacayote es el ingrediente de la juanesca, una “sopa sagrada” que se prepara y consume los jueves santos, y en España se convierte en dulce cabello de ángel.

Amanece, que no es poco es una película española dirigida por José Luis Cuerda, surrealista y divertida. En ella, un viejo campesino, sentado junto a su huerta, mirando al piso, dice esta hermosura: “Calabaza, se acaba un nuevo día y como todas las tardes quiero despedirme de ti, quiero despedirme y darte las gracias una vez más por seguir aquí con nosotros, tú, que podías estar en la mesa de los ricos y de los poderosos, has elegido el humilde bancal de un pobre viejo para dar ejemplo al mundo. Yo no puedo olvidar que en los momentos más difíciles de mi vida —cuando mi hermana se quedó preñada del negro, o cuando me caparon el hurón a mala leche—, solo tú prestabas oídos a mis quejas e iluminabas mi camino. Calabaza, yo te llevo en el corazón”.

El monologo dio origen al nombre de Pepitas de calabaza, una editorial caracterizada por hacer libros críticos y bellos; toda una declaración de principios a favor de la sencillez, los desposeídos y los débiles, y en contra del poder, la fuerza y la unanimidad. Los mismos que ahora deben profesarse en solidaridad con los más de tres mil americanos que se desplazan a pie por las carreteras de México hacia la frontera estadounidense, con el ánimo de encontrar un sitio para vivir y trabajar. Solo eso. Llevarán seguro entre sus bolsillos y mochilas pepitas de calabaza que serán sembradas en algún trozo de tierra, donde brotará sin dificultad una Cucurbita.

Las migrantes semillas de calabaza, que seguro estarán dando vueltas entre las pertenencias de los viajantes, son un poema. Igual la muchedumbre. Porque la poesía está donde la vida se manifiesta desnuda de toda pretensión, tal cual es, como en las ciruelas de William Carlos Williams, la zupa de Ken de John Berger, o la sopa de bolo de los Andes.

 

Manizales, 02 de noviembre de 2018