29 de marzo de 2024

Caravana migrante baraja restos de esperanza ante la peligrosa frontera de EEUU

28 de noviembre de 2018
28 de noviembre de 2018

Tijuana (México).  (Sputnik).- La hondureña Jennifer Molina, de 24 años, está varada en esta fronteriza ciudad mexicana con sus tres pequeños hijos sin poder entrar a EEUU, que cerró la frontera a los solicitantes de asilo, con miedo a caer en manos de traficantes de personas y de encontrar la muerte si regresa a su país.

«Nosotros vinimos por amenazas de las maras (pandillas), no podemos regresar porque regresar es solo a morir. ¿A qué vamos a regresarnos? Entonces nos quedamos aquí, a buscar un trabajo aquí y tramitar los papeles, no hay otra manera de salir adelante», dijo Molina a Sputnik.

La mujer es una de las 5.600 personas que dejaron sus países en América Central, la mayoría hondureñas, para pedir asilo en EEUU, y ahora esperan en Tijuana.

El Gobierno de Donald Trump desplegó varios miles de soldados en la línea fronteriza para impedirles el paso y el domingo pasado repelió un intento arrojando gases lacrimógenos hacia territorio mexicano, provocando una estampida de cientos de migrantes, entre ellos muchas mujeres y niños.

Molina, madre de dos niños de 5 y 3 años y de un bebé de 6 meses, dijo que «seguros aquí no estamos, muchas personas me han dicho que ha venido gente a ofrecerles pasar a EEUU de formas que no son correctas, entonces muchos corremos peligro aquí también».

La joven llegó a Tijuana hace dos semanas tras un viaje lleno de dificultades y ha estado esperando la oportunidad de solicitar asilo en EEUU.

Pero los hechos del domingo echaron por tierra esa posibilidad.

«Estuvo horrible (…) Yo no fui, nada más fui a ver y me arrepentí. Se vio feo y todavía llegaba el humo (de los gases). Yo digo que no es justo, porque México es México y EEUU es EEUU, pero estaban tirando gases de EEUU a parte de México, también invadieron México y muchos niños sufrieron», relató.

Molina agregó que «ahora que ya dijo Trump que no, nos toca ver cómo establecernos aquí».

Los migrantes que hacen fila en el paso fronterizo de San Ysidro son impedidos de ingresar por el personal de Aduanas y la Patrulla Fronteriza.

«QUEREMOS TRABAJAR»

El también hondureño Hugo Martínez, de 39 años, llegó a Tijuana hace unos 20 días con una familia de vecinos, tras un trayecto de más de dos meses desde su país.

«En Honduras la situación si te digo que está bien te digo mentiras. Si tú vas, todo lo vas a ver bien bonito, pero no hay una fuente de trabajo. A la edad mía, voy a meter currículum a cualquier empresa, y no puedo trabajar, y si no trabajas no puedes comer», dijo a Sputnik.

El hombre explicó que busca una oportunidad en EEUU «para sacar adelante a mi familia», compuesta de dos hijos y su padre que quedaron en Honduras, y otro hijo que iba con él pero que fue regresado a Ciudad de México para ser deportado.

«No me considero una mala persona. No uso drogas, no tomo, no fumo, me encanta el deporte. Vengo con ese objetivo, poder trabajar, sacar adelante a mi familia y, si puedo, ayudar a otras personas que lo necesitan, hay que poder hacerlo y ayudar», sostuvo.

Martínez reconoció que en la caravana había también «drogadictos, borrachos, de todo (…) estas personas no piensan, creen que es a la brava, que a la fuerza vamos a entrar (a EEUU); no, tenemos que someternos a leyes, estatutos que en otros gobiernos rigen», comentó.

Él cree que los incidentes del domingo se debieron a esas actitudes.

Por ahora, y ante la imposibilidad de entrar a EEUU, se dispone a buscar con sus vecinos una casa para alquilar y tramitar permisos de trabajo y residencia en Tijuana.

«Después de lo que pasó el domingo, no creo que nos vayan a decir sí ven, tú aplica; el que cree eso es mentira. Yo no creo. El domingo estaba duro, les tiraban bombas lacrimógenas a los niños», denunció.

El hombre recordó que en Honduras hay muchas familias esperando.

«Recuerda que viene Navidad; tenemos la costumbre de cenar y compartir en familia, y no vamos a estar compartiendo en familia, tal vez esperando un dinero que les va a servir allá para comer y que no llega», lamentó.

Las autoridades estadounidenses indicaron el lunes que los agentes detuvieron el domingo en la frontera a 42 personas, la mayoría hombres jóvenes, por cruzar la frontera de manera ilegal.

El miembro de alto rango del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de EEUU, Eliot Engel, dijo en un comunicado el lunes que el uso de gas lacrimógeno contra solicitantes de asilo desarmados es el último de una larga cadena de abusos a los derechos humanos cometidos por la administración de Trump, «que sigue erosionando la integridad moral de este país».

«ESTAMOS TAN CERCA»

La joven Dunia Esmeralda, de 20 años, aún no ha decidido si quedarse en Tijuana a esperar una oportunidad de cruzar la frontera, o regresar a Honduras.

«Yo (estoy) entre que me quisiera ir para Honduras y quedarme aquí para esperar cómo se pone esto, ya que fue un gran sacrificio caminar desde allá hasta aquí, y estamos cerca, estamos en la puerta, y regresar de nuevo para Honduras, va a ser más fuerte el sacrificio», dijo a Sputnik.

Esmeralda demoró 20 días en el trayecto. «Decían que era peligroso, pero gracias a Dios a mí no me pasó nada», comentó.

CAMPAMENTO HIPERVIGILADO

Los migrantes que llegaban al campamento Benito Juárez de Tijuana se veían exhaustos.

La higiene del lugar no parecía la mejor y un olor penetrante venía desde la zona de los retretes, aunque a la prensa no se le permitió ingresar al perímetro.

Cientos de tiendas se extendían dentro del recinto, mientras los migrantes que no encontraron lugares libres instalaron sus tiendas fuera de los muros del albergue al aire libre.

No hay datos sobre el estado de salud de las personas allí alojadas, pero se veía a voluntarios y a muchos inmigrantes usando mascarillas y se podía oír a algunas personas tosiendo.

Se instalaron varios puestos de atención sanitaria, incluso uno odontológico.

Mientras, muchos formaban largas filas para usar teléfonos disponibles para comunicarse con sus seres queridos, mientras otros se agolpaban en torno a los puestos de organizaciones humanitarias, como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Para pasar el rato, algunos jóvenes improvisaron un partido de fútbol cerca de la entrada del campamento.

Algunos niños jugaban con juguetes que les entregaron trabajadores humanitarios; otro extendía un vaso de plástico vacío pidiendo agua.

Esmeralda aseguró que en el campamento el trato es bueno.

«Gracias a Dios está bien, nos apoyan», dijo.

La zona estaba bajo un intenso operativo de seguridad con efectivos de la policía federal, la policía municipal de Tijuana y personal militar con rifles de asalto.

Unos 30 agentes federales con equipo antimotines vigilaba la entrada del campamento.

Mientras, era constante el sobrevuelo de helicópteros del ejército y del Departamento de Seguridad Interna de EEUU en la zona más próxima a la frontera, apenas a tiro de piedra del refugio de Tijuana donde los migrantes esperaban. (Sputnik)