28 de marzo de 2024

Inútil como la vida

Abogado, experto en servicios públicos. Lector. Librero. Catedrático en universidades de Manizales. Ornitólogo aficionado.
5 de octubre de 2018
Por Pablo Felipe Arango
Por Pablo Felipe Arango
Abogado, experto en servicios públicos. Lector. Librero. Catedrático en universidades de Manizales. Ornitólogo aficionado.
5 de octubre de 2018

Pablo Felipe Arango

En 1970 el alcalde de La Florida, Nariño, les preguntó a los escasos quinientos ciudadanos del área urbana, en un ejercicio de presupuesto comunitario solo hasta ahora imaginado, si preferían la construcción de una plaza de mercado o el encargo e instalación de una escultura para el parque principal.  Los ciudadanos votaron por la escultura, que finalmente se encargó al maestro Marceliano Vallejo, quien no desaprovechó la oportunidad para hacer uno más de sus bolívares, en este caso un Bolívar en el pantano de Vargas.  Y allí está, a un poco más de veinticinco kilómetros de Pasto, una escultura inmensa, conformada por Bolívar y tres lanceros, todos a caballo, arrojándose confiados y combativos contra el viento; el caballo Palomo y su jinete son los primeros y se sostienen en el aire por una suerte de resistencia física que sinceramente asombra. O Vallejo era un maestro del cálculo, o los materiales que empleaba eran un portento de calidad. El caso es que basta con buscar en internet al pueblo, o preguntar por él, y lo primero que aparecerá será la escultura y su historia que, verídica o no, es formidable.

La Florida tiene hoy apenas cuatro calles y mil setecientos habitantes en el área urbana. Aún hoy la escultura parece inmensa para aquel pueblo que seguro tenía necesidades mayores, pero que evidentemente no importaron; los ciudadanos, hace ya casi cincuenta años, votaron por la bella inutilidad, decidieron que preferían el arte. Tal como si nosotros decidiéramos aparecernos hoy en nuestra casa con un cuadro, en vez de pagar los servicios públicos, así como lo hizo un amigo arquitecto de otro amigo mío en 1968, que, yendo hacia su casa, con el sueldo del mes recién pagado, no se resistió a comprar en una galería de paso un boceto de Obregón, muy a pesar de las muchas obligaciones cotidianas que debía cubrir. La hermosa inutilidad del cuadro debía contrastar con la precariedad de la cena. No importa aquí lo que ahora pueda valer el cuadro de Obregón, es lo de menos. Igual gracia tendría la historia si se hubiera tratado de un pintor de parque, ingenuo y carente de creatividad. Aquel amigo seguro apenas cumplía la natural pulsión del arquitecto a abofetear la utilidad práctica e insípida.

La obra del maestro Marceliano es un gesto de oposición a la barbarie y a lo elemental. Ella, y la decisión que le dio origen, enaltecen a los ciudadanos de La Florida. Lo aparentemente inútil se descubre como la esencia del pueblo, sin importar incluso que se trate de la escultura de quien para los nariñenses fue todo lo contrario a un héroe. La paradoja incluso incrementa la apariencia de inutilidad y resalta al mismo tiempo la nobleza del acto. Tal vez no sería lo mismo si se tratara de Agualongo. Los lanceros son inútiles incluso en el sentido de preservación de la memoria. Como si el cuadro del amigo de mi amigo, para colmo, no le gustara lo más lo mínimo, o incluso le repugnara.

En las crónicas de Tomás Calderón recientemente publicadas, leí De las cosas inútiles, fechada el 7 de marzo de 1951.  Calderón alude a tres asuntos diferentes: el abandono de la granja sanitaria de La Enea, el proyecto de creación de una fábrica de cemento en la región y la belleza de las bandadas de alcaravanes en las tierras de su finca Saboya. Calderón supone en su crónica que los dos primeros asuntos son temas burgueses y pasajeros que seguro nadie recordará –y efectivamente nadie recuerda–, mientras que el vuelo y el canto de los alcaravanes, aunque parece un asunto menor, es, dice, “bello e inútil como la vida”. Y memorable.

El Profesor italiano Nuccio Ordine escribió que: “…En el universo del utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”. Tomás Calderón tenía la clave, también los ciudadanos de La Florida y el amigo de mi amigo. La vida se evidencia en lo inútil, precisamente porque ella es mera inutilidad y mero derroche.  Todo lo demás, lo supuesta o aparentemente útil, es decorado, artilugios marginales de los cuales puede prescindirse, y al final prescindimos, siempre.

 

Manizales, 5 de octubre de 2018