Charles Aznavour, un ciudadano del mundo
El pasado primero de octubre falleció el último gigante de la canción francesa del siglo XX; nació en París, el 22 de mayo de 1924 y fue registrado con el nombre de Shahnourh Varinag Aznavourián Baghdassarian. Sus padres fueron Misha Aznavourian, barítono de profesión y Knar Baghdassarian, actriz, quienes huyeron del genocidio armenio protagonizado por el gobierno turco en 1915, y se refugiaron en París. Aquí abrieron un modesto restaurante, con una pequeña orquesta, donde se reunían teatreros, bailarines, cantantes y miembros de la pequeña comunidad de exiliados. Los unía la crisis económica de la posguerra, la nostalgia de la patria y la alegría que ofrecía la música. En este ambiente nació la vocación artística de Charles Aznavour quien, con su hermana Aida, se familiarizaron con el escenario, con los espectáculos, y con frecuencia actuaban para un público diverso.
El artista
En el seno de la familia se leía poesía, narrativa y buena literatura; sus padres apreciaban la cultura rusa y leían a Chéjov. Estas tertulias enriquecieron su lenguaje, y su relación con el mundo del espectáculo multiplicó el léxico musical. A principios de la década de 1940 se asoció con Pierre Roche para escribir y cantar a dúo; pero había empezado la Segunda Guerra Mundial y cuando Francia fue invadida por Alemania, sus padres escondieron a numerosas personas perseguidas por los nazis; en medio de la tragedia Charles y su hermana Aída se comprometieron con actividades de rescate. Años más tarde dijo recordando esta tenebrosa etapa de su vida, que “tenemos tantas cosas en común los judíos y los armenios, en el infortunio, en las alegrías en el trabajo, en la música, en las artes y en la facilidad para aprender diferentes lenguajes y convertirse en personas importantes en los países en los que han sido recibidos”.
En la posguerra empezó su relación con Edith Piaf, el Gorrión de Francia, con quien compartió durante nueve años como secretario y como compositor. Era una época difícil porque el país estaba tratando de salir de la miseria y los artistas, con su optimismo, mostraban a París y a Europa que se podía soñar, que había esperanzas y que era posible seguir viviendo; había un renacimiento. Edith Piaf descubrió el talento de Charles y se lo llevó a una gira a ese continente rico llamado América; la gira por Canadá y Estados Unidos se convirtió en legendaria.
Sus canciones
Charles Aznavour superó muy bien la difícil época de la guerra y la posguerra. Su poesía era triste, pero invitaba a soñar y a vivir; escribía sobre temas sociales y el mensaje llegaba. Decía que “mi voz está muerta desde hace mucho tiempo, así que trabajo con esta voz rota […] y no puedo hacer nada al respecto, pero el público lo ha aceptado y eso es lo más importante. No soy un cantante, soy alguien que canta letras. La voz no es lo más importante sino lo que digo”. Todo esto quedó demostrado en su debut oficial, en el teatro Olympia, en París. Sus canciones llegaron al público y se quedaron, para siempre, especialmente temas como La Bohéme, La Mamma, Emmenez-moi, Les Comediens, El plus belle pour aller danser, Retiens la nuit, L’amour c’est com un jour y Venecia sin ti, que demostraron que la poesía estaba en la calle. Un ejemplo es la canción La Bohéme:
Bohemia de París
Alegre, loca y gris
De un tiempo ya pasado
En donde en un desván
Con traje de can-can
Posabas para mí
Y yo con devoción
Pintaba con pasión
Tu cuerpo fatigado
Hasta el amanecer
A veces sin comer
Y siempre sin dormir
La bohemia, la bohemia
Era el amor, felicidad
La bohemia, la bohemia
Era una flor de nuestra edad
[…]
Dejó un legado de más de 1.400 canciones grabadas, 800 compuestas por el mismo, 300 discos y más de 100 millones de álbumes vendidos. Cuando le preguntaron si se cansaba de cantar las mismas canciones respondió “Si, claro, entonces lo que hago es cambiar el repertorio. Es el único modo de no aburrirse”. Sus canciones las interpretó en varios idiomas (francés, español, italiano, armenio, ruso y portugués) porque supo aprovechar la particular entonación y su singular fisonomía. “Con su magia interpretativa eliminaba las barreras del idioma”.
Contrajo matrimonio tres veces y explicó las razones del siguiente modo: “La primera vez era demasiado joven; la segunda era demasiado estúpido; y en mi tercera boda me casé con una mujer que tenía una cultura diferente, de quien aprendí entre otras cosas el significado de la tolerancia”. Esta última experiencia fue en 1967, una relación de medio siglo “cimentada en la comprensión, la madurez y el profundo afecto, que floreció con la felicidad de sus tres hijos”.
Su fortuna se calcula en 145 millones de euros, dinero acumulado por sus letras, canciones grabadas, giras artísticas y películas. En el cine participó en 80 títulos, bajo la dirección de auténticos maestros como Georges Franju (La cabeza contra la pared, 1959), Jean Cocteau (El testamento de orfeo, 1960), François Truffant (Shoot the piano player, 1960), Volker Schlöndorff (El tambor de hojalata, 1979) y Atom Egoyan (Ararat, 2002).
La edad no fue un impedimento para realizar giras y conciertos, como ciudadano del mundo y embajador de la canción francesa. Además, en 2009 fue nombrado embajador de Armenia en Suiza. Tenía tiempo para todo y casi se cumple su sueño de morir en un escenario, pues falleció solo diez, días después de su última presentación y tenía programados otros conciertos en octubre.
Era el mejor representante de la Francia multicultural. Nunca se olvidó del país de sus padres y decía que “París es la ciudad de mi infancia y Ereván, la de mis raíces”. Fue uno de los grandes artistas del siglo XX, sin duda alguna, la imagen de Francia en el mundo.