8 de febrero de 2025

Lunes del ajedrez: El Maracaibo

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
13 de agosto de 2018
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
13 de agosto de 2018

Óscar Domínguez 

Tan pronto usted llegaba a la tierra prometida del club de ajedrez y billares Maracaibo  cambiaba de léxico, religión, familia, ilusiones, aberraciones, cómplices, amigos.

Se olvidaba de la comida, de sus amores platónicos, de los últimos cuernos. No más úlceras. Adiós pobreza.  Disfunción eréctil, no te quito más tiempo.

El Maracas era un escenario sin jefes. No corría el albur de que alguien lo mandara a comprar leche. No había que hacer fila para pagar servicios.  Si esto no es lo más parecido a la felicidad pues que avisen.

En el Club Maracaibo, su nombre oficial, todos quedaban arropados por la diosa Caissa, patrona del juego. Otros dioses no existían. Entre sus paredes quedaba demostrado que solo ante al tablero el bobo sapiens es incapaz de ser infiel.

También allí se cumplía aquello de que cada partida de ajedrez es la autobiografía en blanco y negro del jugador. Cualquier siquiatra podría desentrañar la intimidad de su desvirolado cliente horizontal siguiendo el hilo de Adriana –prima remota de Ariadna- de las partidas que jugaba.

No en vano los exsecuestrados de las Farc dan gracias al ajedrez por los favores recibidos en cautiverio. No me cansaré de compadecer a quien no haya tenido el ajedrez por cárcel en algún momento de su andadura.

El Maracaibo era una ciudad dentro de la ciudad. Un teatro donde se hablaba y se ejecutaban aperturas, defensas, gambitos, fianchetos, enroques, sacrificios, jaques, mates. Abundaban peones travestis que se volvían damas; damas liberadas se dejaban comer de plebeyos peones.

Durante décadas hicieron nube los patos del ajedrez que vivaban al anfitrión que pagaba el tinto. O invitaba a viandas como los encarcelados que vendían en tres colores, según el “maracaibólogo” Pedro Posada Marín, el hijo del doctor Estanislao: Rojo (guayaba), amarillo (arequipe) y verde (cidra). Con tamarindo Tutti Frutti el casado era perfecto, recuerda otro asiduo de este parche, Bernardo González, Begow.

En el Maracaibo usted podía caer en manos de perros del ajedrez – reyes del rebusque- que se dejaban ganar para subirle la moral. Después lo desplumaban pero le prestaban pa’l bus de regreso a casa. Ética y elegancia obligan.

Por un perro o un pato de esos conocí la historia del primer gran conejo que registra la historia: El que le puso el rey al indio que inventó el ajedrez para entretener los momentos en que no estaba en el harén. El monarca no tuvo con qué pagar la cuenta que le pasó el súbdito:1844674403709551615 granos de maíz.

Para Henao Hidrón, sin embargo, “no fue un conejo consciente, pues jamás se imaginó que los 64 escaques del tablero de ajedrez, en progresión aritmética, pudiera dar semejante cantidad de granos de maíz, por lo cual se me hace que quien puso el conejo, como recompensa,  fue  el inventor, cuyo nombre se conoce como Lahur Sissa”.

Al margen del juego, la hermandad del ajedrez sacaba tiempo para acabar prestigios, virginidades. Un club de ajedrez tiene mucho de turco y sauna donde lenguas masculinas en gavilla no respetan pinta. Ahora si de lo que se trataba era de hablar de política o literatura, dos grandes tics nacionales, pa lo que no hay pereza.

Fue último reducto machista del Medellín de los años sesenta. No estaba prohibida la entrada de damas. No aparecían, simplemente. Suficiente  con Leticia y Ana dos de las meseras que conocían al dedillo el prontuario y los alcance de la bolsa de la clientela. Recuerdos para la negra Marta, la del tinto.

Otra exquisitez: en el Maracaibo se jugaba ajedrez con la música de fondo del tas-tas de las mesas de billar próximas. Billar-ajedrez: insólito y viejo matrimonio.

En la clausura que le llegó unos sesenta años después de haber abierto sus puertas, conviene recordar nombres como los de “Tierra fría”, Arcadio Zuluaga, el fundador, bueno como el pan, el médico Óscar González tan excelente profesional que acompañaba a sus pacientes hasta la tumba, el magistrado Javier Henao, Luis Pérez Gutiérrez, actual gobernador de Antioquia, quien nos regaló la torre del ajedrez, en la unidad deportiva Atanasio Girardot.

Prohibido olvidar al celebérrimo Tirso Castrillón, Carlos Cuartas, Óscar Castro, Emilio A. Caro G., el marido de Ilse, Jorge Hernández, Luis Holguín, Juan Bustamente, Aníbal, el cajero, José, la cuota de Bello, encargado de poner las bolas.

Tirso escribió un libro de una sola frase que se repetía a lo largo de las páginas: “A nadie le gusta que lo jodan”, y espero no haberlo tergiversado.

Suelo pasar por el viejo edificio que conserva el aviso de “Se arrienda”. Por respeto a los trebejistas que lo frecuentamos sigue desocupado. Saludo al club, le doy las gracias y sigo mi trote de solitario. (Menos mal, ahí cerca (calle 53X47) funciona el Club de Ajedrez los Peones que calma la tusa por el lento ocaso del Maracas).

Que Dios guarde a Isabel II pero que deje algo para mimar a quienes pasamos por el Maracaibo.