19 de febrero de 2025

Mockus, insólito

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
26 de julio de 2018
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
26 de julio de 2018

Óscar Domínguez

Mantiene alborotado su complejo de Edipo. Su mamá todavía lo manda por leche y pan a la tienda de la esquina.

Gana una elección y es el primer sorprendido. Su primera reacción es: ¿esta gente está loca que votó por mí?

Es el único senador al que la mitad más uno de los colombianos le conocen el trasero, y los jardines colgantes de su babilonia sexual.

Los acaba de mostrar de nuevo en la instalación de la legislatura porque sus colegas no le paraban bolas a lo que decía el presidente del Senado.  Como voté por él en las pasadas elecciones, me reuniré con mis asesores a ver si la paso memo por esta salida. O lo felicito. Estoy como corcho en remolino: no sé pa dónde agarrar con mi senador.

Hace planteamientos y campañas publicitarias tan insólitas que nadie se las entiende. Mal candidato, tiene la opción de ser buen senador.

Debería andar siempre con intérpre e que la «traduzca» sus tesis. Propongo de traductores al alcalde Peñalosa y al excalde Lucho  Garzón, quien ahora se luce como presentador matinal en Primera Hora del Canal Uno.

Alguna vez, Mockus pidió perdón a sus electores por haber abandonado el puesto de burócrata que ocupaba. No pidió perdón por la reciente mostrada de sus cuartos traseros. Se ratificó.

Cuando hace algo malo se manda memos con copia a su hoja debida. Sería capaz de meterse a la cárcel si el lapsus cometido es muy grande.

Con su barba tiene pinta de cónsul romano. Se casó  con doña Adriana encima de un elefante y en una jaula con siete tigres de bengala que se “abstuvieron” de engullírselo en bisté.

Volvió mockusianamente coqueta una ciudad que fundó hará 480 años  el 6 de agosto el abogado-escritor-mosquetero don Gonzalo Jiménez de Quesada.

Nos enseñó a respetar la cebra, ahorrar agua, amar y tolerar al prójimo, no vaciar el inodoro sino cuando el olor no se pueda aguantar más. Nos enseñó, pero se nos olvida con frecuencia.

Cuando fue candidato presidencial no se achicopaló para decirles a sus electores que si ganaba, impondría más impuestos.

Alguna vez cobró por conceder entrevistas. Cuando  cobraba por ellas le declaró a la televisión en Miami que en su «jodentud» se metió sus cachos de marihuana pero que no quedó enviciado. (Bill Clinton fue más allá: dice que se la fumó  pero que no la aspiró. Algo tan exótico embarazar  «parcialmente» a una fémina ).

Cuando se quedó sin puesto de alcalde decidió meterse de reportero en QAP de las famosas Marías del periodismo. Lo hizo tan bien que sus colegas de la llanura exigimos que lo botaran del puesto. Algunos de esos envidiosos protestantes votamos por él para senado.

Una vez, convertido en Gandhi al revés, en lugar de tomarse un vaso de agua o regar las flores, se lo arrojó a la cara al entonces candidato Horacio Serpa. El bravero santandereano se aguantó nada estoicamente el varillazo.

Es profesor de matemáticas, filosofía y física en sus ratos de ocio. No halaga al elector, prefiere asombrarlo.

No tenía afán para llegar al senado como antes no la tuvo por ser presidente. No morirá del estrés que produce el poder. Tiene pinta de no quebrar un plato. Los puede quebrar todos. Se encuentra con Gabino, el del ELN,  y es capaz de chantarle un pico en la jeta para que haga la paz. (El ELN hace años sacó máster como pedófilo de oleoductos: se encuentra el tubo en cualquier recodo y lo viola. Les importa un carajo los devastadores daños ecológicos, la muerte de la flora y fauna, que las aguas queden contaminadas largo rato. ¡Dizque revolucionarios. ¡Bendito!)

De lejos se  ve que Antanas no ha tenido –ni tendrá- asesor de imagen distinto a él,  a su esposa y su hija Laima. El rencor no figura en el diccionario de este amante de la “utopía educativa.”.

Mi insólito senador por las huestes de Sergio Fajardo, asegura – no sé de donde sacó el dato-  que al país le gusta que haya menos mano dura, que las cosas se hagan como mamando gallo.

De pronto estamos muy solos sus electores, pero al mismo tiempo, muy bien acompañados del congresista sui generis que utiliza el trasero como una forma surrealista de agitar las masas.

(Esta nota ha sido actualizada)