El profundo sentido de la vida
Jorge Eliécer Castellanos
Los ancianos poseen la sabiduría. En la avanzada edad se alcanza la inteligencia plena.
En un mundo caracterizado por la dependencia tecnológica y el olvido a nuestros mayores, bien vale la pena hacer énfasis cuotidiano sobre la importancia del recorrido de quienes nos han anteceden, sus experiencias, sus legados y aun sus clamores.
Como anillo al dedo nos conviene el registro del salmo de David, que hace más de 2000 años escribió una pieza de innegable valor poético, social, político y espiritual.
Precisamente el Salmo 71 tiene una apertura sabia y elocuente: «Dios, yo me abrigo en ti» (v.1). Tal exclamación corresponde a un hombre viejo que anida en su piel y en sus huesos las consecuencias inexorables de los años. Ciertamente, sus emociones tratan de combinar la súplica y la esperanza, entre la confianza y el temor.
El viejo vive momentos de dificultad y en tal virtud abre su vida al Creador de todo lo Creado, así como quien manifiesta sus problemas a un amigo entrañable.
1 En ti, oh Dios, me he refugiado; No sea yo avergonzado jamás.
2 Socórreme y líbrame en tu justicia; Inclina tu oído y sálvame.
3 Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente.
Tú has dado mandamiento para salvarme, Porque tú eres mi roca y mi fortaleza.
4 Dios mío, líbrame de la mano del impío, de la mano del perverso y violento.
5 Porque tú, oh Señor, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud.
6 En ti he sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; de ti será siempre mi alabanza.
7 Como prodigio he sido a muchos, Y tú mi refugio fuerte.
8 Sea llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día.
9 No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares.
10 Porque mis enemigos hablan de mí, y los que acechan mi alma consultaron juntamente, 11 Diciendo: Dios lo ha desamparado;
Perseguidle y tomadle, porque no hay quien le libre.
12 Oh Dios, no te alejes de mí; Dios mío, acude pronto en mi socorro.
13 Sean avergonzados, perezcan los adversarios de mi alma;
Sean cubiertos de vergüenza y de confusión los que mi mal buscan.
14 Más yo esperaré siempre, y te alabaré más y más.
15 Mi boca publicará tu justicia y tus hechos de salvación todo el día,
Aunque no sé su número.
16 Vendré a los hechos poderosos del Señor; Haré memoria de tu justicia, de la tuya sola.
17 Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud, y hasta ahora he manifestado tus maravillas.
18 Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir,
19 Y tu justicia, oh Dios, hasta lo excelso. Tú has hecho grandes cosas;
Oh Dios, ¿quién como tú?
20 Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males, volverás a darme vida, y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra.
21 Aumentarás mi grandeza, y volverás a consolarme.
22 Asimismo yo te alabaré con instrumento de salterio, oh Dios mío; tu verdad cantaré a ti en el arpa, oh Santo de Israel.
23 Mis labios se alegrarán cuando cante a ti, y mi alma, la cual redimiste.
24 Mi lengua hablará también de tu justicia todo el día; por cuanto han sido avergonzados, porque han sido confundidos los que mi mal procuraban.
El viejo salmista reconoce su vicisitud porque siente temor de ser humillado (v.1); angustia de no ser oído en sus miedos, (v. 2); pánico de ser rechazado por la vejez y desechado por falta de fuerzas (v. 9); desconfía en quienes le rodean; trae a la memoria a quienes hablan contra él y le procuran mal (v. 10); Le embarga un sentimiento de miedo por si llegare a ser objeto de burla (v. 11). Él tiene problemas en su edad prolongada, y la situación de vicisitudes crece por encontrarse solo, con enfermedades y sin vigor. No obstante, en medio de carencia de recursos, alberga un marcado sentido de la vida, que no le proviene de sí mismo, sino del Altísimo que le sustenta.
Las debilidades descansan en el Omnipotente, quien procura rescatarlo. Él es su roca, su hospitalidad (v. 3). Pese a que todo el mundo se rinda a sus pies, Dios es su confianza, y le clama: «ahora que llegan la vejez y las canas, ¡oh, Dios, no me abandones!» (v. 18).
El anciano tiene memoria teológica, toda vez que recuerda su divina experiencia y permanece reflexionando. Extrae cuentas para el Omnipresente y le reafirma: si desde mi juventud fuiste mi confianza (v. 5) y desde el seno materno, mi apoyo; y todavía más… si desde las entrañas maternas estabas conmigo (v. 6), no me abandones ahora, en el tiempo de cabellos blancos (v. 18).
Así se da origen al recurso de súplica: de la confianza, porque entre cómplices también se especifican claramente los asuntos. El Todopoderoso al parecer hace mutis por el foro frente al llamado. A pesar del desespero, el anciano por su sabiduría decid esperar. Atisbando el pasado reencuentra al Creador de todo lo creado en su actual momento y, por consiguiente, realiza un reordeanimento de sus pensamientos.
El eterno jamás le ha avergonzado (v. 5). Con sus vocablos reitera: «Y vendré a las proezas de Dios, recordaré tu justicia» (v. 16). De tal modo refiere su existencia, con las rodillas temblorosas, la visión opacada, los oídos sordos, los dientes gastados, él quiere prolongar su vida y dar a conocer hasta que el último aliento le facilite, las obras maravillosas que el Altísimo da a las generaciones. (v. 18).
Un experto en el tema aclara: “Lo que nuestro querido viejo ha aprendido de Dios a lo largo de su pasado, se convierte en la misión de su presente. La suma de sus años no habla de abandono, sino del mimo persistente de Dios, manifestado en el don de la existencia. Y para no aburrirse, decide transmitir el mensaje al son del arpa y de la cítara, porque las cosas buenas se festejan públicamente”. (v. 22).
Indudablemente que «El vigor es la belleza de los jóvenes, las canas el ornato de los viejos» (Prov, 20,29). Cabe la invitación a reconocer la inteligencia de los mayores, a oírlos detenidamente porque pueden instruirnos, en un país como el nuestro, que en aras de una falsa prédica de insostenibilidad del sistema pensional, recorta, a diario, los derechos prestacionales de sus mayores. Esos son sus clamores ¡Qué horror…