28 de marzo de 2024

Educar para la democracia

Por Alejandro Bedoya Ocampo
13 de mayo de 2018
Por Alejandro Bedoya Ocampo
13 de mayo de 2018

TRIBUNA UNIVERSITARIA

Por: Alejandro Bedoya Ocampo

“La libertad de pensamiento es la única garantía contra la infección de los pueblos por los mitos de masas que, en manos de hipócritas y demagogos traidores, pueden transformarse en dictaduras sangrientas (…) yo añadiría que el pensamiento libre es una condición necesaria, pero no suficiente, para la democracia”
                       -Carl Sagan.

Sería lo ideal que en vísperas de elecciones, sea cual sea su naturaleza, los ciudadanos estuviésemos en condiciones de evaluar las consecuencias de elegir tal o cual candidato. No obstante los frutos que ha podido recoger la democracia colombiana, es innegable que aún faltan semillas por sembrar. Un cultivo de buena labranza que fortalezca en todo sentido el pensamiento crítico de las personas incluso desde su niñez, para que en adelante, sea el argumento con bases sólidas el que tome lugar y no lo sea la ignorancia, entendida esta última como uno de los mayores gérmenes que permea la democracia de nuestros días.

La estructura del pensamiento, compleja a todas luces por las implicaciones externas que sobrevienen a partir de decisiones humanas, amerita que se examine esta sensible fibra del conocimiento con la rigurosidad que exige la mirada objetiva. En tal sentido, sería de buen recibo un bosquejo rápido en cuanto la necesidad de un pensamiento consolidado para los ciudadanos, casi que sea como hablar de una ciencia, que no es más que contar con un simple conocimiento organizado (H.Hazlitt. 1973), y qué mejor que con la implementación de una política fuerte en materia educativa. Un tema que cae como anillo al dedo y que es acorde a las posturas de algunos de los candidatos presidenciales a tan solo días de definir en cabeza quien de ellos quedará designada esta tarea y cuál sería la mejor manera de lograrlo.

Pese a lo anterior, debemos ser los ciudadanos los que empecemos  elegir con responsabilidad. Se evidencia cómo las principales coyunturas de la historia colombiana han fenecido como secuela de decisiones que brotan a partir del sentimentalismo de las personas y que se llevan por delante las ilusiones de los que han querido forjar un mejor país; para ello no hace falta ejemplificaciones. Dado esto, desde ya es óbice aclarar: recibir formación educativa no elimina las decisiones permeadas de sentimientos, empero sí demuestra cómo la autonomía del pensamiento ayuda a la consolidación de una verdadera democracia. A esto apuntaba Carlos Gaviria cuando insistía en “educar para la democracia”. Su pensamiento utópico apuntaba a que todos acudiéramos a las urnas con un argumento maduro. De ese modo podríamos elegir nuestro mejor y más calificado representante. Por fortuna ese ideal kantiano no pereció con el maestro, sigue vigente en la mente de los verdaderos académicos.

Es en ese sentido que toma relevancia la autonomía del pensamiento, el examen juicioso al cual apela Dietrich Schawanitz cuando expone cuán “dichoso [es] el pueblo que ama a los hombres y a las mujeres que son capaces de pensar por sí mismos, no obedecen ciegamente y solo se dejan ordenar lo que consideran razonable”. Esta postura se fortalece siempre que se mantenga como prioridad una educación de calidad y que forme el ciudadano para la crítica. También con el plus (ojalá) de un adecuado apersonamiento de las circunstancias que lo rodean. En palabras coloquiales, que no trague entero. Así, desde el robustecimiento de esa base es posible desarrollar el buen ejercicio argumentativo del que carecemos la gran mayoría de los ciudadanos.

Nótese como ejemplo que otrora la organización política partidista generaba una identidad que difícilmente podía degenerar sus valores. Hoy con el decaimiento y posterior personalización de la política la tarea es más ardua y exige un comportamiento afín por parte del ciudadano. Pero no nos desviaremos del camino de la educación, solo quería resaltar que este factor, en concepto de politólogos autorizados, viene contribuyendo de alguna manera a la desorganización de todos los frentes a los cuales nos referimos en estas líneas y son aquellos a los que hay que generarles un contrapeso. Sigamos.

La educación nos prepara para la ciudadanía, también lo hace para nuestra vida laboral. Pese a ello es necesario que no sólo se fortalezcan los proyectos en los grados avanzados, de manera que el plan integral de políticas públicas para la educación también debe abarcar a las familias. Tal es que se debe trabajar en la consecución de bases sólidas para el desarrollo de las capacidades infantiles, pues estas trabajan del lado de la democracia así como también en los sectores que requieren de especial atención para su adecuada inclusión en la sociedad, ellos también tiene mucho por aportar. En síntesis, ninguna democracia puede ser estable si no cuenta con el apoyo de ciudadanos educados para este fin (M.Nussbaum. 2010).

La democracia requiere de personas con capacidades creativas que sueñen con una Colombia mejor, que se imaginen un país sin fronteras de pensamiento crítico donde con buenos argumentos se pueda originar cualquier tipo de discusión, por ejemplo, entre un indígena y un capitalino; una Colombia donde los mejores gobiernen en pro de la educación; una Colombia que indiscutiblemente pueda mostrarle al mundo que puede ser la más educada tan solo con proponérselo. Por supuesto, no sobra decir, tampoco es que nos vayamos a quedar en los planos de la pizarra.

No en vano añoraba el maestro Sagan que los institutos que poco incentivaban la creatividad y el espíritu crítico tenían que desaparecer. Plasmaba en cambio que nuestra especie merecía una ciudadanía con la mente despierta y abierta a los paradigmas de funcionamiento del mundo, una consigna tan vigente hoy como en la época en la que escribió El mundo y sus demonios.

Parece ser que en las últimas décadas la semilla de la educación ha empezado a dar sus frutos. Miles de estudiantes hoy se agolpan en las plazas para reclamar sus derechos, a exigir mejores condiciones que proclaman el sentido de la solidaridad cuando de ser críticos con las malas propuestas gubernamentales se trata. Aquellos siembran la esperanza de que nuestra condición de dirigencia política pueda cambiar, entretanto sean las mayorías intelectuales las que tengan la oportunidad de decidir cambiar el rumbo del país. Pese a lo anterior, este proceso comienza por que puedan beneficiarse la mayor cantidad de niños con pensamiento autónomo, siempre que puedan materializarse paulatinamente variadas propuestas que delineen los futuros demócratas con sentido de pertenencia del mañana.

En esa línea, y considerando que este proyecto es a largo plazo, queda en cabeza principalmente de la juventud estar a la vanguardia de la garantía de la democracia. Algunas luces vienen desde el 89, cuando en aquella oportunidad el estudiantado tuvo un papel protagónico que dejó como legado la última Constitución Política de Colombia ejercido desde el denominado movimiento de “la séptima papeleta”. Julieta Lemaitre resume esta tendencia en 3 renglones: “Desde el mismo año increíble en que otros estudiantes entraban arrancando el muro de Berlín, los estudiantes arrancarían “los muros de papel” que no los dejaban respirar”. Uno se pregunta ¿Hubiera sido posible una  buena constituyente sin movimientos estudiantiles, tal como el de la séptima papeleta que estuvo tan comprometido con mejorar el obsoleto mandato de la antigua constitución?

Al hipotético interrogante que antecede, así como los muchos que no se han respondido a lo largo de la historia, se debe agregar el siguiente: ¿Está Colombia en las condiciones óptimas de educar para la democracia? Debería estarlo, o por lo menos trabajar en ello, pues es hora de darle un nuevo rumbo al país. Somos los ciudadanos mismos los que llevamos a cuestas la responsabilidad de seguir sembrando este gran cultivo de creatividad con autonomía en los que vienen tras los pasos de esa libertad. Ellos sí que vienen con la esperanza de encontrarse con un mejor país. Debemos pensar con método, con autonomía; debemos educarnos no solo para hoy, también hay que pensar a largo plazo; debemos estar pensando sinceramente, en palabras del maestro Gaviria, en educar a todos para una real y buena democracia.