28 de marzo de 2024

El columnista Antonio Caballero

27 de abril de 2018
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
27 de abril de 2018

Por JOSE MIGUEL ALZATE

Antonio Caballero, el hombre que es considerado uno de los columnistas más incisivos de la prensa colombiana. nació en Bogotá en el año 1946. Su vocación por el arte de escribir le viene directamente de su padre, Eduardo Caballero Calderón. El mismo ha confesado que descubrió el placer solitario de la lectura en la biblioteca que su padre tenía en una vereda cercana al Cañón del Chicamocha. En la juventud, durante los viajes que la familia hacía con alguna regularidad a la Hacienda Tipacoque, una propiedad en el municipio del mismo nombre, en el Departamento de Boyacá, el estudiante inteligente que entonces era Antonio Caballero aprovechaba para encerrarse en la biblioteca que allí había para internarse en lecturas desordenadas.

Para esa época el padre de Antonio Caballero era ya una figura destacada en el panorama literario de Colombia. En efecto, Eduardo Caballero Calderón había publicado tres novelas, «El cristo de espaldas», «Siervo sin tierra» y «Manuel Pacho», que lo habían ubicado en un sitial de honor en las letras colombianas. Este hecho motivó que Eduardo Santos, propietario del periódico El Tiempo, lo llamara a colaborar en las páginas de su prestigioso diario. Debido a la calidad de su prosa, se convirtió en una figura intelectual respetada. Al hijo, entonces, le tocó vivir la gloria literaria del padre. En su casa de Bogotá conoció en su juventud a lo más granado de la intelectualidad colombiana. Y allí mismo se encontró con los libros que le señalarían el camino de la escritura.

Para el año 1984 ya Antonio Caballero tenía un reconocimiento como columnista de opinión. Sus agudos comentarios sobre el acontecer nacional lo habían perfilado como un periodista franco, que no cargaba agua en la boca para decirle la verdad a cualquiera. No obstante contar con apenas 38 años de edad, era ya un analista acatado  Sus columnas levantaban polémica por la franqueza con que hablaba. De sus urticantes artículos no se escapaba ningún representante de la clase política. Se revelaba ya como un antimilitarista que criticaba todo aquello que según su pensamiento atentaba contra la libre expresión de las ideas. Sus columnas tocaban no solo los intereses del capitalismo sino la estructura militar. Se convirtió, así, en una piedra en el zapato para los detentadores del poder.

Hasta ese año, pocos en Colombia sabían que Antonio Caballero, ese intelectual desgarbado que escribía interesantes columnas en las revistas de la época, era además un narrador. La sorpresa que se llevaron sus críticos fue grande cuando publicó «Sin remedio”, su primera novela. Allí se reveló un escritor que tomaba la realidad nacional como temática de su obra. La novela recibió buenos comentarios por parte de la crítica literaria. Sobre todo porque era un libro donde se revelaba una faceta desconocida en la personalidad de un hombre que ya todo Colombia identificaba como un ácido crítico de la institucional. El periodista que ya se había revelado en la revista «Alternativa» como un agudo observador del acontecer diario mostraba en este libro una faceta distinta de su quehacer creativo.

Cuando en 1982 Felipe López Caballero fundó la revista Semana lo primero que hizo fue llamar a su primo hermano para que escribiera una columna semanal en ese nuevo medio periodístico. La agudeza mental que se observaba en sus análisis sería un buen gancho para atraer lectores hacia la naciente publicación. Para esa época ya Antonio Caballero se había posicionado como un crítico acérrimo del sistema. En el gobierno de Julio César Turbay mostró su talante antigobiernista. Se convirtió no solo en su más agudo crítico, sino en uno de los primeros colombianos en descubrir todo lo que en el sentido de conculcación de derechos encerraba el famoso Estatuto de Seguridad que el General Luis Carlos Camacho Leyva se encargó de aplicar contra los militantes de la izquierda.

La apariencia física de Antonio Caballero es la de un intelectual puro: barba un poco descuidada, ojos donde se descubre a un hombre que ha leído muchos libros, anteojos de lentes gruesos, rostro un poco demacrado, cabeza de donde se ha ido cayendo poco a poco el pelo le dan a la figura de este columnista que pone a temblar a ministros y generales un aire enigmático. No tiene la presencia atlética de un Daniel Samper Pizano ni la figura de un Enrique Santos Calderón, sus compañeros de generación. Pero ha sido más incisivo que ellos en sus notas periodísticas. Y de pronto su lenguaje más descarnado. Todo porque Antonio Caballero no es un estilista literario. En sus artículos predomina, antes que la belleza de la prosa, la fuerza de los argumentos.