28 de marzo de 2024

Briznas de diente de león

Por Pablo Felipe Arango
27 de abril de 2018
Por Pablo Felipe Arango
27 de abril de 2018

Pablo Felipe Arango

Una pareja de esposos chinos descubrió hace poco, según relató la prensa, que once años antes de conocerse se tomaron al mismo tiempo una foto frente a una inmensa escultura ubicada en un parque de Qingdao. La coincidencia la descubrió Ye cuando miraba las fotos de su esposa Xue. La pareja, o la prensa, seguro fue la prensa, dijo que el asombro les puso la piel de gallina. Lo asombroso sin embargo no es que tal momento hubiera sucedido, sino que hubiera quedado plasmado en dos fotografías: en la de ella se alcanza a notar la figura de Ye y la de él confirma que es él quien se vislumbra a lo lejos. Pero la perplejidad de aquellos esposos, así como la de los lectores, no tiene origen en la coincidencia, sino en que tanto ellos, como todos nosotros, estamos seguros de que nuestra pareja ha sido unida por un “sentimiento repentino”, como si el encuentro que le da origen hubiera sido el primero y el único, nada de tropezones previos ni de juegos del destino o la providencia, nada de eso. Todo siempre recto, concreto y práctico.

Pues no, así no suceden las cosas, y menos las importantes. Wislawa Szymborska escribió este bello poema: “Imaginan que como antes no se conocían/ no había sucedido nada entre ellos./ Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos/ en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?/Me gustaría preguntarles/ si no recuerdan/ -quizá un encuentro frente a frente/ alguna vez en una puerta giratoria,/ o algún “lo siento”/ o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono-,/ pero conozco su respuesta./ No recuerdan./ Se sorprenderían/ de saber que ya hace mucho tiempo/ que la casualidad juega con ellos,/ una casualidad no del todo preparada/ para convertirse en su destino,/ que los acercaba y alejaba,/ que se interponía en su camino/ y que conteniendo la risa/ se apartaba a un lado./ Hubo signos, señales,/ pero qué hacer si no eran comprensibles./ ¿No habrá revoloteado/ una hoja de un hombro a otro/ hace tres años/ o incluso el último martes?/ Hubo algo perdido y encontrado./ Quién sabe si alguna pelota/ en los matorrales de la infancia./ Hubo picaportes y timbres/ en los que un tacto/ se sobrepuso a otro tacto./ Maletas, una junto a otra, en una consigna./ Quizá una cierta noche el mismo sueño/ desaparecido inmediatamente después de despertar./ Todo principio/ no es más que una continuación,/ y el libro de los acontecimientos/ se encuentra siempre abierto a la mitad”.

Suponemos y aceptamos el juego del destino, pero no consideramos la posibilidad de que sea elíptico, sinuoso. Aterra más aún imaginarlo así. Si ya provoca temor descubrir que no gobernamos nuestra existencia, no se diga del que genera saber que vamos y venimos como si fuéramos briznas de un diente de león.

El conductor del taxi me dijo esta mañana después de saber que llevaba horas intentando llegar a Bogotá, mientras estábamos literalmente parados en medio de un trancón monumental: “no hay manera, el universo conspira”, y agregó afanado y temeroso de la autoría de su frase: “como dijo un escritor”. Justo en ese momento se liberó el carril que habíamos abandonado porque creíamos que ese precisamente no marcharía nunca. Quise decirle al taxista que no conspira, que solo fluye sin que nosotros logremos saber cómo lo hace, pero estaba muy mareado para hablar.

La pareja de esposos chinos le ha dicho a los medios que quieren regresar a Qingdao a tomarse una foto juntos frente a la escultura. Espero que no lo hagan, que no destruyan la magia que aún sobrevive entre ellos y que ya se ha puesto a prueba con la terrible delación del juego de sus destinos. Ya fue suficiente con el descubrimiento de las fotos y con haberlas publicitado como lo hicieron. Hubiera sido más hermoso que otros, unos nietos tal vez, o mejor aún, unos absolutos desconocidos, hubieran descubierto, dentro de muchos años, aquella prueba del genial juego del destino, aquel extraño pero real tejido urdido con las líneas de sus vidas. Al fin y al cabo, lo más probable, lo que debiera haber sucedido, según la teoría de las probabilidades, es que no se hubieran encontrado nunca, y que en cambio, al ver la foto de nuevo, Xue reclamara la incómoda presencia de aquel desconocido que perturba la bonita foto, que ya no recuerda quién tomó.

Manizales, abril 26 de 2018