Indiferencia
Hernando Arango Monedero
Asusta, por decirlo lo menos, la indiferencia de la inmensa mayoría de colombianos sobre lo que se sucede en los asuntos del Estado, sobre lo que se decide en el Congreso de la República, sobre lo que deciden las Cortes y sobre lo que el mismo Ejecutivo hace o se propone hacer. Y si así es en lo tocante a la generalidad de los habitantes del país, y ni para que decir sobre lo que en las ciudades se decide o hace por parte de los pares locales de las instituciones nacionales.
Da la impresión que los ciudadanos no leyeran los periódicos, no escucharan las noticias en la radio, no vieran televisión y menos se comunicaran con sus semejantes. ¡Así es! Y, personalmente, opino que lo que sobrevenga al país tiene sin cuidado a los más. Y el ejemplo de lo que sucede en los países vecinos, está lejos de la mente de la mayoría, quienes que no creen que aquí pueda pasar lo mismo. No! Ni siquiera lo barruntan. Esas cosas están fuera del foco de las gentes.
El ejemplo de lo que sucede en Venezuela, no lo ha asimilado el colombiano promedio. Y no lo digo por el hecho de los padecimientos de ese pueblo o por la dictadura a la que se le viene sometiendo y que cada día asfixia en mayor grado a la opinión, al punto de que la nueva ley “del odio” castiga con cárcel el expresarse acerca de lo que viven cada día con la escasez de alimentos, medicinas y demás vienes necesarios para la subsistencia y, deben aceptar, en silencio, que la responsabilidad de la falta de todo se deriva de un “alguien” externo, llámese Estados Unidos, Europa, o los de siempre, los colombianos. No! Lo digo porque en Venezuela todo se derivó de la indiferencia de las mayorías sobre lo que la dirigencia hacía con el rumbo del Estado. Los afiliados a los partidos aceptaron como normal que los dirigentes de esas colectividades dedicaran sus mejores esfuerzos en buscar enriquecerse; en buscar para ellos todas las ventajas habidas y por haber y en taparse unos a otros las pilatunas que se hacían en procura de los objetivos rastreros que los animaban. Y la clase empresarial de todos los pelambres y con ellos el pueblo, aceptaron lo que se sucedía. Al final, la historia apenas se inicia con lo que se le espera a ese país en manos de la nueva clase dirigente que hizo suya la causa del desaliento generalizado y de la dejadez, para presentarse como redentores que reencausarían al país. Y allí están. Allí se mantienen, y cada día encuentran un alguien que debe responder por los fracasos en la realización de la esperanza que algunos ingenuamente depositaron en esos redentores. Y alimentando con pequeñas dádivas a unos pocos, mueven las cuerdas que les permiten ejercer el poder a su arbitrio. Y cada día una nueva disposición les permite copar los escapes que una democracia podría encontrar para cambiar el estado de cosas, disposiciones que llevan a acallar las voces que osan levantarse.
Y, en Colombia, más que porque a las FARC se les concedan cosas, cositas o cosotas, la indiferencia de los más sobre lo que hacen los menos, lenta pero seguramente, nos lleva a situaciones similares. Así lo vivimos cada día. El Congreso parece más una jauría de leones en la que, quien más grita, más se aprestigia. Allí, las trapisondas de unos desaparecen cuando las hacen los otros. Allí, las voces de honestidad y decoro salen a los gritos de gargantas que desconocen los términos y el ejercicio de tales valores. Y el país calla. El país no reclama. El país traga entero. El país no protesta. El país acepta. Y los formadores de opinión, aún creen que es posible derivar todo a la antigua lucha de partidos al estilo de los años 40 y allí se quedan defendiendo un trapo. Y la loa tiene recompensa en posiciones burocráticas, en cupos indicativos, en publicidad.
Y cuando digo que el país calla, amigo lector, me refiero a Usted, a su familia, a su entorno social. ¿Acaso podremos seguir callando y aceptando lo que se sucede en la Justicia, en los Cuerpos legislativos, en el Gobierno? ¿Seguiremos aceptando esos procederes? ¿Estamos seguros de que no llegaremos a padecer lo que Venezuela padece hoy, sólo por callar y por no participar?
¿No será mejor despertar ya?
Manizales, noviembre 16 de 2017.