1 de abril de 2023
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Coger el toro por los cachos

8 de noviembre de 2017
Por Víctor Zuluaga Gómez
Por Víctor Zuluaga Gómez
8 de noviembre de 2017

Víctor Zuluaga Gómez

El Chocó es uno de los cinco departamentos que concentra más del 60% de la explotación forestal en Colombia. Todo ello está referido a la explotación minera como a la forestal.

En la medida que la población afro tiene que competir con grades compañías para la explotación artesanal minera y la presencia de grupos ilegales dedicados a esta misma actividad, podemos entender las razones por las cuales, gran cantidad de chocoanos se desplazan a los vecinos departamentos, incluyendo como es lógico el de Risaralda.

La situación no es nada diferente a lo que ha venido ocurriendo en el caso de la población indígena, incluso de aquella que se encuentra ubicada no en el Chocó sino en el Occidente de Risaralda. La actividad minera ha producido una severa contaminación de sus aguas y ello determina, además de los problemas de salud, la escasez de peces para su consumo. Pero también hay otro factor que afecta a la población indígena, relacionado con la deforestación, pues ello trae como consecuencia la desaparición de la fauna y gran cantidad de plantas para su consumo. Si entendemos que los Embera siguen siendo cazadores, pescadores y recolectores, podemos entender el drama que tienen que afrontar estos indígenas en sus territorios ancestrales.

El resultado en este último caso es la presencia de población indígena en Pereira, Marsella, Santuario, Guática, Belén de Umbría y Apía. Esto para no hablar de los asentamientos que de este mismo grupo se han dado en Caldas y Quindío.

El drama para esta población que de manera reiterada realiza “mingas” para protestar por el incumplimiento de acuerdos con los gobernantes municipales, departamentales y nacionales, es enorme en la medida que en los nuevos escenarios tienen que enfrentar problemas de salud y educación, además de vivienda, tal como se puede observar en el caso de Belén de Umbría y otros municipios en donde no existe un reconocimiento de un terreno colectivo que les permita operar como resguardo.

Es posible que las mingas se repitan año tras año, no sólo por los oídos sordos de los gobernantes, sino por el desconocimiento que existe de estos grupos humanos que tienen cosmovisiones diferentes no sólo en lo económico sino en el campo de la salud y de la educación.

Si no hay intervención en los territorios ancestrales de los indígenas Embera-Chamí, y en otros grupos del Chocó, el desplazamiento y la marginalidad seguirá siendo el pan de cada día en Risaralda.