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Fabio Echeverri Correa: Un paisa de pura cepa

29 de octubre de 2017

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

(Entrevista publicada por el diario “La República” en marzo de 1995 e incluida luego en los libros “Protagonistas de la Economía Colombiana” -1997- y “50 Protagonistas de la Economía Colombiana” -2004-).

Imagen Contexto Ganadero

Fue aviador, especializado en acrobacias; boxeador, hacia los 16 o 17 años, cuando estudió en una academia militar en Estados Unidos; motociclista profesional, de carreras, y también automovilista de gran velocidad, la misma que añora cuando practica el polo, del que asegura ser el jugador más viejo del país. “El de mayor edad”, aclara.

Y es que ya tiene más de seis décadas encima. No se le notan, claro. O las disimula muy bien. Porque fuma un cigarrillo tras otro (americanos, por más señas), toma tinto en cantidades respetables y habla, continúa hablando, sin pelos en la lengua, que es un deporte de alto riesgo en Colombia. Sobrevive de milagro.

Se trata de Fabio Echeverri Correa, por si alguien no lo ha identificado. Ya no está en la ANDI (para desgracia de muchos y fortuna de otros tantos), pasa la mayor parte del tiempo en su finca, está dedicado por entero a prestar asesorías que deben costar “un ojo de la cara”, y de vez en cuando llega a su oficina del norte de Bogotá, sobre todo para conceder entrevistas…

“Trabaja a mil por hora”, asegura su secretaria. Trabaja, pues, a ritmo paisa; es puntual en exceso -“Me enloquece el retraso”, confiesa-, estricto hasta más no poder o simplemente perfeccionista, y si no le salen las cosas, reclama con el carácter enérgico que todos los colombianos le conocemos.

Un carácter que por cierto heredó de su padre, Luis Guillermo Echeverri Abad, según él mismo dice. Con lo cual entramos a esa historia personal, biográfica, que tanta incidencia ha tenido en la economía nacional de los últimos años.

La herencia paterna

“¡Echeverri con i, no con y!”, afirma con el tono regañón que a pocos sorprende. Y explica: la y es impronunciable, no tiene sentido usarla en su apellido, y en cuanto a éste, es de origen vasco, haciendo gala naturalmente de sus conocimientos genealógicos, bastante comunes en las familias paisas de alto rango.

También sabe, como todo antioqueño que se respete, acerca de literatura costumbrista, de gramática española, y dispone a su haber de un amplio repertorio de refranes, aquellos que cita en sus escritos y conversaciones diarias. Argos, con seguridad, debe ser uno de sus escritores predilectos.

Como lo es su padre, quien fuera escritor, colaborador habitual en la prensa nacional y autor de dos libros que serían publicados después de muerto. Hasta sus Obras Completas salieron a la luz pública en Bedout, la ya legendaria empresa editorial.

Era una persona culta, recuerda. Oriunda de Jericó, tierra de rancio abolengo; estudió, primero, Filosofía y Letras, y luego, Derecho; llegó a ser ministro de Correos y Telégrafos (hoy, de Comunicaciones) y Alcalde de Medellín, cargos que fueron la feliz culminación de una exitosa carrera interrumpida, de manera sorpresiva, a la temprana edad de 53 años.

Porque creó el Fondo Ganadero de Antioquia, el Banco Mercantil y la Fábrica de Licores de su departamento; presidió la Sociedad de Agricultores de Colombia -SAC- y fue miembro del Comité Nacional de Cafeteros; se paseó como embajador, congresista, profesor universitario y orador, y a su muerte dejó una imagen de rectitud, honorabilidad, corrección y erudición, que él como hijo se precia de conservar.

“Tales valores los heredé de mi padre”, sostiene mientras aduce que ellos son lo básico en la vida, no sin proclamar, con leve tono oratorio, que igualmente heredó su forma de hablar directa, sencilla, lejos de las complicaciones que emplean los técnicos.

“Lo que este país necesita es que le digan las cosas que se pueden hacer”, observa con ironía.

“¿Como cuáles?”, le pregunto.

No lo piensa dos veces para responder. Por ejemplo -explica-, el problema del tráfico en Bogotá y la restricción de vehículos por el número de las placas, cuando la solución sería aplicar las normas existentes, como no ir en contravía, respetar los paraderos y semáforos, etc.

Y así se va lanza en ristre contra los funcionarios de turno, los primeros -afirma, exaltado- en violar las normas de tránsito. Todo porque está furioso con el trancón que le impidió llegar a tiempo para esta entrevista.

El ingreso a la ANDI

Aún antes de la muerte de su padre, manejó fincas de ganado y café en Antioquia, Bajo Cauca y sur de Bolívar; estudió en la Escuela de Economía del Gimnasio Moderno -“Hasta que se acabó”, aclara- y, a diferencia de sus compañeros, no se trasladó a los Andes sino a la Tadeo, donde fue el primero en graduarse. “Tengo el carné número uno”, anota para resaltar, quizás, su liderazgo.

Un liderazgo que empezó allá, en las aulas universitarias, de donde salía para vender libros de puerta en puerta, hasta cuando se vinculó, para llevar la contabilidad, a la conocida firma Fadul & Peñalosa, tan citada durante el mandato de Carlos Lleras Restrepo.

Concluida su carrera universitaria, entró al Banco de Colombia (sin Jaime Michelsen a bordo), del que lo trasladaron a Medellín nada menos que como subgerente, y de ahí salió a Bancoquia.

Corrían los convulsionados años sesenta. Y mientras los jóvenes de entonces hablaban de paz y amor o Revolución Cubana, él, Fabio Echeverri Correa, ejercía de lleno la vida empresarial, siguiendo las huellas de su progenitor.

Del 66 al 69, fue gerente de Empresas Varias de Medellín, en sus inicios y cuando aún no era la entidad símbolo de la eficiencia del sector público (por utópico que parezca); después, hasta el 74, presidente de Holasa y Simesa, compañías representativas en grado sumo de la región, y desde esa fecha, sumo pontífice de la Asociación Nacional de Industriales, cargo que ocupó durante 17 años y nueve meses.

“¿Cómo lo hizo?”, es la pregunta de cajón. Al parecer, por méritos, por la experiencia directiva en distintos sectores económicos (agropecuario, financiero, industrial, estatal…) y por haber sido escogido de un selecto grupo de candidatos, donde figuraban Rodrigo Uribe Echavarría, Joaquín Vallejo Arbeláez y Germán Montoya, entre otros.

¿Que por qué lo escogieron? Nunca les preguntó. Todo indica que influyó demasiado el haber sacado de la quiebra a Holasa, Simesa y Vicuña, lo cual no puede menos que calificarse como un récord. O una especie en vías de extinción.

De todos modos, llegó. Lo hizo para reemplazar a Luis Prieto Ocampo, manizaleño ilustre, y desde su ingreso impuso ese ritmo y ese estilo que algunos recuerdan con nostalgia.

“La ANDI -sentencia- ha sido el gremio más importante del país”.

“¿Lo es todavía?”, le consulto con doble intención.

“Usted dirá…”, es su lacónica respuesta.

Un lopista sin lopismo

A pesar de todo, su franqueza le ha atraído amigos, grandes amigos. Los del Sindicato Antioqueño, en primer término: Adolfo Arango, Nicanor Restrepo, Darío Múnera Arango, Fabio Rico…, que son miembros de su generación, e ilustres ex presidentes de la República, como Alfonso López Michelsen.

“Aún soy lopista”, admite sin rodeos, y agrega: “Aunque lopismo ya no hay…”.

Subió a la ANDI, en pleno mandato claro, probablemente con el respaldo presidencial, y para entonces era político activo, al frente nada menos que del Directorio Liberal de Antioquia (cuando no había división ni grupos) y representante a la Cámara, donde permaneció dos años más después de convertirse en poderoso y temido dirigente gremial.

Y en cuanto al Sindicato, celebra sus buenas relaciones pero con las distancias debidas. “Nunca he trabajado -subraya- con ningún grupo económico”, tras lo cual explica que su vinculación al Banco de Colombia fue en la época de Ignacio Copete Lizarralde, su presidente, y de Salvador Camacho Roldán y Eduardo Soto Pombo, sus propietarios.

Enarbola, pues, su independencia a prueba de fuego, la misma de que hizo gala ante los diferentes gobiernos y de la cual ni siquiera se libró el propio López o, mejor, su ministro de Hacienda, Rodrigo Botero, por el cuestionado manejo de la bonanza cafetera.

Ni Turbay, cuya candidatura apoyó; ni Belisario, de quien cuestionó el proceso de paz aún vigente; ni Barco, a quien prefirió eludir en su balance; ni Galán, su amigo personal y partidario de algunas de sus ideas, especialmente aquellas sobre moralización de las costumbres políticas; ni Gaviria, al principio de cuyo mandato terminó su gestión en la ANDI.

Pero, terminar es un decir. Su secretaria me reveló que a su oficina lo han llamado Samper (“Tres veces”, precisó) y varios de sus ministros -“de Hacienda, Desarrollo y Transporte”-, para consultarlo sabrá Dios sobre qué… No exactamente, cabe suponer, sobre el estado del tiempo o la restricción de carros en Bogotá.

Samperismo con anzuelos

¿Cómo ve la situación actual? Compleja, en verdad. “Fue que Samper -saca a relucir su lenguaje inconfundible- recibió un costalado de anzuelos en todos los campos, incluso el económico”.

Y aduce, a continuación, que Gaviria en cambio contó con buena prensa, dizque a diferencia de su sucesor, quien, desde los albores de su mandato, recibe críticas a diestra y siniestra, “con ayuda de los norteamericanos”.

“Pero la economía va bien”, añade, rememorando la histórica frase que en su momento mereció amplio despliegue y agitados debates: “La economía va bien, pero el país va mal”. Su samperismo, en consecuencia, salta a la vista.

Y de la ANDI, ¿qué? Asegura haberse marginado por completo, aunque usted no lo crea. Sólo asistió a la celebración de los cincuenta años de la Asociación, en la que se rindió un homenaje a sus ex presidentes, y pare de contar.

Cuenta, sin embargo, que nada tiene contra el actual presidente de la ANDI, Carlos Arturo Ángel, no contra el hecho de ser pereirano o no ser antioqueño, puesto que también su antecesor, Luis Prieto Ocampo, es oriundo del Viejo Caldas.

En cambio, recuerda que a su paso por la ANDI tuvo a su disposición un excelente equipo, al que atribuye el éxito alcanzado: Fernando Uribe Restrepo, quien ocupó la presidencia de la Corte Suprema de Justicia; Carlos Wolff, presidente del Seguro Social; Manuel José Cárdenas, viceministro de Desarrollo; Jorge Humberto Botero, ex presidente del Banco Cafetero; Jairo Escobar Padrón, ex presidente de la Bolsa de Medellín, y Arturo Sarabia Better, ex ministro de Educación.

¿Se quedó acaso con ganas de ser ministro, Presidente de la República o al menos candidato presidencial? ¿Qué va! Turbay y Betancur le ofrecieron puestos en su gabinete, que se dignó rechazar no sin agradecerles, y los cargos públicos poco le atraen porque, en su opinión, “es mucho lo que se quiere hacer y no se puede”.

Lamenta, además, que nuestras autoridades oficiales vayan por todo el mundo mendigando una ayuda de las grandes potencias económicas, y sobre su sector, el industrial, concluye que su comportamiento es “regular”, estando sometido “a que en el exterior nos compren con gotero”, causa, entre otros factores, del creciente desequilibrio en la balanza comercial, donde las importaciones son mayores que las exportaciones.

Vuelve, entonces, a sus tesis polémicas, francas, directas, enunciadas con la rápida agilidad mental que nos sugiere, por qué no, la de sus años mozos como boxeador, corredor de autos y motos, con múltiples trofeos de experto jugador de polo que aún exhibe y conquista en torneos profesionales.

¡Este Fabio Echeverri Correa es todo un cuento!

(*) Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua