29 de marzo de 2024

Los años de upa

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
21 de septiembre de 2017
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
21 de septiembre de 2017

Columna desvertebrada

Óscar Domínguez Giraldo

De pronto, por culpa de las descargas eléctricas que llovieron sobre Medellín en la tarde del martes, quedamos como en los años de upa: sin televisión ni internet.

El hombre de internet sin internet, su prótesis cibernética, queda incompleto, hecho un Blas de Lezo. Necesitamos vivir al segundo. Saber dónde tiembla la tierra, o qué destino cogieron los huracanes que nos recuerdan lo frágiles, impotentes y minúsculos que somos.

Tuve la sensación de que no existía.  Hasta llegué a preguntarme: ¿Y si el mundo se acaba a mis espaldas?

No vacilé en llamar a mi jíbaro o proveedor de cable para amenazarlo con pasarme a la competencia si no me devolvía internet, uno de mis juguetes preferidos.

“Usted no sabe quién soy yo”, estuve tentado de decirle como cualquier borrachito que atropella transeúntes con su particular.

Como las penas con pan son menos, llamé prójimos que me confirmaron la “buena nueva” de que tampoco ellos sabían qué hacer con sus vidas sin televisión ni internet.

Alcancé a imaginar cuántos correos que me cambiarían la vida me perdí por culpa de los rayos y centellas que cayeron.

Ni modo de expresar solidaridades con parientes o amigos residentes en México, país al que le llovió un terremoto sobre las ruinas del que empezaban a olvidar. Nunca he utilizado la voz palimsesto porque me enguaralo, pero el sismo de ayer clasifica para debutar con esa misteriosa palabreja.

Me quedé con las ganas de llamar al guachimán del cuarto donde está el botón nuclear para pedirle que si llega un pavo real de peluche a pavonearse en sus predios para asustar a Corea del Norte, que se haga el pendejo. O le diga que el botón está inactivo por falta de pago.

Poco a poco me fui tranquilizando. El espejo retrovisor me devolvió a mi infancia cuando en casa la radio hacía las veces de periódico, televisión, internet.

Me sentí escuchando radionovelas o rezando un rosario más largo que una hora sin internet. O dedicado a memorizar las estériles tablas de multiplicar para recitarlas en la escuela al día siguiente.

Recordé que tengo álbumes de fotos con polvo en sus hojas. Desempolvé retratos color tiempo como uno en el que aparezco en compañía de mis dos hermanos y de una prima (foto) chupando pirulí y luciendo pantalones bombachos hechos al ritmo de la máquina Singer. También volví a ser felicísimo pasajero del tranvía que reencarnó en el de Ayacucho.

Revisando libretas con telarañas encontré un pensamiento del holandés Cees Nooteboum, quien nos dice que incluso cuando traen las peores noticias, los medios de comunicación – con los que me he ganado la papa – ejercen un efecto tranquilizador: nos recuerdan que el mundo existe.

Cuando estaba en lo mejor de la faena, volvió internet que me regresó a esos medios que mencionaba el futuro nobel holandés. Mi  sabático – y mi felicidad- habían terminado porque me dejé de álbumes y fotos llenas de nostalgia.

“El hombre mata lo que más ama”, según alcancé a leer de Wilde en el lapso en que rayos y centellas nos recordaron que somos un punto aparte en la ortografía del universo.

Ñapa 

ESPEJO RETROVISOR

Un amigo importado de Anserma, Caldas, de cuyo nombre no debo acordarme (su apellido es Osorio), ve un nostálgico y sale corriendo. Dice: A mí no me jodan con el pasado, me importa un carajo, que me lo den en plata. O en trago. O en viejas. No vivo de ese cuento, no le debo un tinto a la nostalgia. Con el caballero hay que hablar de algo actual como el estado del tiempo, o del último corrupto pillado con las manos en la masa del erario público.

Hay otros que gozamos con un palito untado como mi amigo y cuasicontemporáneo Jorge Iván Londoño, el Lobato, y el arriba firmante. Entre los dos  hemos revivido, via internet, un costalao de cosas de antes para lectura de nostálgicos de todos los semestres. Va una primera tanda en riguroso desorden:

La barbería Metropolitana del Parque de Berrío y sus caballitos. La orquesta El Empastre. El circo Tiffany. El Hotel Brístol. El Restaurante Donald. El Panamá.

Juniniar. El Versalles y el Astor. El Club de Ajedrez Maracaibo. Metropol. El pesebre del Parque de Bolívar. El parque de la Independencia. Las  galletas barranquilleras. La procesión del Corazón de Jesús. Los primeros viernes de mes. Las misas en La Metropolitana. Las cachirulas. Las enaguas (almidonadas) o medio fondo. Las combinaciones. Las bandas de guerra del San José y la Bolivariana. Los buses del colegio Calasanz. Las niñas de la Presentación.

El café Balcanes. Oscar Bar. Heladería Eldorado. Bar las Américas. El Caimán Bar. Morabar. Discoteca La Noche. El Tambo de Aná.

Los matinales del Lido, María Victoria y el Metro Avenida. El cine suavemente porno del Cinelandia y otros. El cine continuo. Cine al Día. Los dobles de los teatros. La escalera eléctrica del Caravana de Carabobo. El tranvía.  El almacén don Pepe y las promociones de un peso. Parisina. Tania. Las ventas de ropa por club. Las tiras cómicas.

Las oficinas del 5 y 6 en Junín. La Clínica Santa Ana, de  La Playa. La Clínica los Ángeles, Soma. La Calle Caldas. Estadero el Polo Norte. Griles El Tetero y El Ombligo. Los puestos de pólvora en la Avenida El Poblado, el Estadio, y en La Estrella con el polvorero mayor, don Rubén Ramírez.

Los perros del Colmado. Los buñuelos de Hugo’s y el Ley. Las pastillas de Conmel, Mejoral, Cafiaspirina. El mentolín y el alcohol. El Baltisicol compuesto. El Veramón. El fijador Lechuga. Moroline. Sal de frutas Lúa. Los purgantes.

Las llegadas de la vuelta a Colombia en bicicleta. Los primeros transitores Sanyo. Las candelas Colibrí. Los pisacorbatas. Los Yetis. Juan Nicolás Estela. Los bailes de la Congregación Mariana, la JTC, el Club de Profesionales y el Club Medellín. Las empanadas bailables. Los ricos del Club Unión que hacían parte del paisaje de Junín. Los pobres.

Las fiestas de quince. Los regalos de “Sendas”, de María Eugenia Rojas, la hija del Generalísimo. El 10 de mayo. El Almacén de Rubén Amaya. Las librerías de viejo.  El afilador que iba por las calles anunciándose con un pito. Los vendedores de parva con sus cajones en la cabeza. La carnicería francesa de la Calle Perú.

Los 24 de diciembre. Los traídos del Niño Dios. La escondida de plata en diciembre. El restaurante Primavera de Caldas. Las arrieritas a Envigado, Itagüí e intermedias. Los salvavidas de Colombina. Las frunas. Los pirulíes. Las empanadas de iglesia. Las colaciones de Támesis. Tax Ballesteros. Tax Social. Las empresas de taxis cerca de la casa.

El crimen de Posaíta. El secuestro del hijo del médico del Seguro Social. La Canción del Día, en Clarín. Los bluyines el Roble. Los bluyines Lee, azules y blancos. El Vinol. La Carta Roja. La jabón de Reuter. El jabón de tierra. Los cinco centavos que le daban a uno en la casa cada ocho días.

Foto estudios Garcés. Las instantáneas que tomaban en Junín. El vendedor de caramelos pegados a un palo. El vendedor de algodón.  Los cigarrillos Dandy, Pielroja, El Pectoral. Las muchachas del Cefa. Las solteritas. Las cremas que vendían en las casas.

Turrón Alvarez, Jorge Hugo Fernández y Tito Gómez. Las transmisiones de fútbol de Jaime Tobón de la Roche, Gabriel Muñoz López y Fernando Hinestroza Isaza. El estadero del deporte. La Tranquera. El diamante de béísbol. José Miguel Corpas. Seguiremos informando. (Publicada en El Colombiano).