Asustados. ¿Y avergonzados?
Hernando Arango Monedero
El país anda asustado con lo que algunos ciudadanos vienen declarando acerca del comportamiento de algunos magistrados de las Cortes. Es cierto, no es para menos asustarse con las declaraciones de quienes han caído en las garras de fiscales y magistrados, los han pedido dinero para “arreglar” procesos y sentencias. Sí! Da miedo saber lo que estos sujetos han venido haciendo con la Justicia, y más miedo da el que la Justicia esté ahora cuestionada por estos delincuentes, y al decir delincuentes, me refiero a quienes han confesado ya su participación en este tipo de tráfico en procesos de toda índole en las Cortes y Tribunales.
Pero lo que en realidad debe darnos miedo, no es tanto que haya dos, quizás tres sujetos que se prestaron a este tipo de trapisondas. Lo que debe darnos miedo, y hasta terror, es que el resto de magistrados hayan guardado silencio ante comportamientos que dieron lugar a que los que vendieron su conciencia y lograron el objetivo propuesto y el objeto de la transacción malévola.
Y es que cualquiera puede preguntarse: ¿De donde acá un Magistrado, de una cualquiera de las Salas, puede engavetar un proceso contra alguien, y sus compañeros se desentiendan de lo que el encargado de rendir ponencia haga o deje de hacer? ¿Cómo es posible que un proceso pueda quedar en manos de un ponente sin límite en el tiempo y sin adelantos en lo que por ley es menester adelantar? Y menos es explicable que el ponente pueda en un momento, y delante de sus colegas de Sala, presentar una ponencia que sin más, o con presupuestos débiles, lleve a una determinación o sentencia que pueda condenar o precluir un proceso.
Es aquí en donde cabe una responsabilidad de carácter general sobre los magistrados que se encuentran ejerciendo la magistratura, bien sea por complicidad, bien por falta de atención a lo que a su conocimiento se ha puesto, o bien porque poco a más tienen interés en el cumplimiento de sus deberes. Aquí cabe a tirios y a troyanos el cargo de prevaricato por acción o por omisión y, en una sociedad seria, lo menos que podría esperarse es un juicio de responsabilidades a todos y cada uno de quienes integran las Cortes.
Ya los sabemos, y Colombia aún calla. Y calla porque merecido lo tenemos al guardar silencio ante hechos de indignidad de parte de los magistrados. Examinémonos, y confesemos que así es. Ahora, como sabemos que a muchos pícaros, delincuentes o como quiera que se les llame, se les han precluído investigaciones, o se les ha eximido de procesos y declarado inocentes, no siéndolo, también nos cabe la pregunta de: ¿A cuántos se les ha condenado siendo inocentes, sólo porque se inventaron testigos y se les dio credibilidad con fines políticos? Recientemente vimos a algunos “prominentes ciudadanos” visitando cárceles y hurgando conciencias de criminales, en procura de levantar declarantes en contra de oponentes políticos. Y, también, hemos tenido personas condenadas ante presunciones de dolo derivadas de haber intervenido en la aprobación de una ley, con lo que se demostró, posteriormente, que tal interés era llevado para beneficio personal expostfacto. ¡Y también callamos!!
Vergüenza colectiva es lo que debemos tener hoy, sólo eso. VERGÜENZA!!!