29 de marzo de 2024

El color de la verdad

11 de junio de 2017
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
11 de junio de 2017

Coronel  RA  Héctor Álvarez Mendoza

“Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad  ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira” 

(Ramón de Campoamor)

La responsabilidad de relatar y registrar las vivencias, logros y fracasos que forman parte de la historia y de la “pequeña historia” de un país, una institución o una familia, permite preservar el legado y la memoria colectivas del orden nacional, institucional y familiar, patrimonio que reciben y enriquecen las nuevas generaciones. Por eso en toda civilización se valora el testimonio de los viejos y los historiadores como fuente de cultura y fundamento del progreso.

La lectura del libro “Los Presidentes que yo Conoci” del General Alvaro Valencia Tovar, (QEPD), distinguido militar, escritor de fina pluma e intelectual de reconocidos quilates, sembró en mi, inquietudes sobre la perspectiva de hechos que tocaron los rincones de mi memoria y removieron antiguas vivencias como oficial de la Policía Nacional. Me remito a la situación en Caldas y Tolima en la década de los 60, azotados por el “bandolerismo” más excecrable. El distinguido escritor afirma en uno de los apartes de su relato, “En el Tolima solamente los nombres de Tarzán, Desquite y Sangrenegra seguían flagelando los campos con depredaciones sangrientas, pero una pequeña Fuerza de Tarea constituída por los Batallones Colombia y General Caicedo con la agregación del Cuerpo de Carabineros consiguió la eliminación en combate de los tres funestos cabecillas y dispersar sus integrantes que en una u otra forma retornaron a las faenas agrícolas.”

Precisamente en esa época fui trasladado de la Escuela de Carabineros Alejandro Gutiérrez de Manizales al Tolima donde Teófilo Rojas alias “Chispas”, Jacinto Cruz Usma, “Sangrenegra”, William Angel Aranguren, “Desquite”, Luis Noel Lombana, “Tarzán” y Nacianceno Hernández, “Punto Rojo”, para citar los más activos y sanguinarios de esa zona, eran sinónimo de secuestros y masacres con incalificables dosis de crueldad estúpida y sadismo sin sentido. Por cierto, mi destinación al Tolima, se dio en circunstancias especiales. Mi Jefe, el Capitán Director de la Escuela, conocido por su cerrero fervor político, rescoldo de episodios afortunadamente superados, me llamó a su despacho y en tono amable y paternal me informó sobre mi intempestivo traslado al  Tolima.

“-El problema, mi apreciado Teniente, es que usted por ser oriundo de Girardot debe ser liberal y por eso va para el Tolima y su compañero Carlos Ardila, de Pasca, zona de influencia comunista de Juan de la Cruz Varela, va para Tierradentro, Cauca”. Tremendo piñazo en el cogote para un ingenuo y desprevenido Subteniente, cuya fe en la apoliticidad de la Policía, predicada y cultivada desde la Escuela de Cadetes era uno de los axiomas más respetados e inconmovibles.

Con dificultad tragué ese sapo y me dediqué a alistar maleta y perro, pues en ese entonces tenía un Pastor Alemán, que yo mismo entrené, regalo de mi amada novia manizaleña, quien al enterarse de mi traslado al Tolima, sin preaviso alguno me sacó de taquito, quizá porque juzgó que en mi nueva guarnición, mis acciones habían colapsado, lo que me convertía en una “opción prescindible”. Por cierto, siempre agradecí el gesto de mi jefe al ofrecerme tan bizarra como innecesaria justificación sobre un traslado, que en otras circunstancias debió ser un acto del servicio normal e inobjetable. Así, ligero de equipaje, con perro y sin novia aterricé en el Tolima, en momentos en que desplazarse por sus senderos y carreteras era un acto de fe que metía miedo.

Precisamente, poco antes de mi arribo, uno de mis superiores, el Capitán Rodolfo Villamizar Gómez cumplía una visita de inspección física a las existencias de armamento de las unidades de policía del norte del Tolima y el 24 de octubre de 1962, mientras se dirigía por carretera hacia el Líbano en compañía del Mayor Marco Fidel Naranjo, subcomandante de la Policía del departamento, sufrió una emboscada por las cuadrillas de “Tarzán” y “Sangrenegra”, que causaron la muerte de Villamizar y 14 agentes de su patrulla y graves heridas al Mayor Naranjo, quien logró sobrevivir al atentado.

Poco después, mi compañero de promociòn, el Subteniente Josué Jaimes Ortiz, comandante de Veracruz, corregimiento de Anzoátegui, estaba de vacaciones pues se casaba el 24 de marzo de 1963 en Ibagué con su novia Miryam Corral. El 20 de marzo viajó a Veracruz a traer su uniforme de ceremonia y al regreso, el taxi contratado en el que viajaba con su hermano Rafael, fue detenido en el sitio “Los Guayabos” por bandidos de la cuadrilla de “Sangrenegra”, que requisaban a los pasajeros de un bus y quienes al revolcar el equipaje de Josué encontraron el sable y las prendas de su uniforme.

Lo que vino después es como para el argumento de una película de Tarantino. Al teniente y a su hermano los desnudaron, los hincaron de rodillas y así los asesinaron a puñaladas y machetazos y luego los decapitaron con una alcotana o pica. Nunca se encontró la cabeza de mi compañero. Luego “Sangrenegra” se puso la gorra de gala del oficial y con el sable desnudo empuñado hacia arriba, tomó a una bebita de meses que venīa en brazos de su madre en el bus asaltado, la lanzó al aire y la ensartó como a una brocheta. “¡Desde hoy soy el mayor Sangrenegra..!” gritó el criminal luego de su “hazaña”, que rubricó con el asesinato de otros 18 pasajeros del bus asaltado.

De ese color eran las calamidades que afectaban a esa hermosa región del país en esos tiempos, lo que explica el énfasis que el Gobierno y especialmente el estamento militar y policial ponían en el control del “orden publico” en estas latitudes. En Armero tenía su sede el Batallón Colombia, prestigiosa unidad al mando del Teniente Coronel José Joaquín Matallana Bermúdez, estrella de la lucha antiguerrillera quien disponía de todos los recursos posibles, entre otros, permanente apoyo helicoportado para desplazarse por zonas de alto riesgo, para lo cual prefirió el acompañamiento constante de ocho Carabineros de la Policía Nacional a quienes confió siempre su seguridad personal. Matallana, fumador de tres paquetes diarios de Pielroja padecía una febril obsesión que era la razón de ser de su existencia: dar de baja a “Desquite” y a “Sangrenegra”, los más crueles y sanguinarios cabecillas de bandoleros del país, así que prometió dejar de fumar cuando los diera de baja, por lo que convirtió la cacería de esos dos malhechores en objetivo  principal de su unidad de combate.

Pero la suerte quiso que fuera una pequeña y solitaria patrulla de Carabineros de la Policía Nacional al mando del Subteniente, Alvaro Márquez Montañez, Comandante del puesto de policía de Junin, quien en la madrugada de 17 de marzo de 1964 se topó con “Desquite” y luego de un breve combate resultaron muertos, además del cabecilla, sus secuaces Alfonso Parra, alias “Patechivo”, Gustavo Avila, “Veneno” y Humberto López, “Peligro”. Aquello  causó sensación en el Tolima y en todo el país. El cadáver de ”Desquite” fue exibido como trofeo de caza en la 6a Brigada de Ibaguė y por todo el Tolima.

Días después, el 21 de marzo en ceremonia en el Batallón Colombia en Armero, presidida por el Cdte. de las Fuerzas Militares y el Director de la Policía, fueron condecorados el Subteniente Márquez Montañez, el Sargento 2o Antonio María Peña Peña y los Carabineros de su patrulla, vestidos con uniformes camuflados del Ejército, prestados de afån para la ocasión y las fotografías. Además lo fueron el Coronel Hernando Currea Cubides, comandante de la Sexta Brigada y Matallana Bermúdez, Comandante del Batallón Colombia, quien poco después recibió la Cruz de Boyacá por sus innegables méritos, siendo el primer oficial de ese grado, distinguido con tan alta presea.

Pero “Sangrenegra”, el segundo gran objetivo militar seguía en sus andanzas, ahora fuera del Tolima, de donde se ausentó forzado por la intensa presión impuesta por el Batallón Colombia, que seguía al mando del Coronel Matallana. Pero nuevamente fue personal de la Policía que acabó con el temible bandido, en jurisdicción del municipio de El Cairo, Valle, cuyo alcalde, el Dragoneante de la Policía William Forero Ramos, conocedor de una antigua enemistad entre los hermanos Cruz Usma, logró convencer a Felipe, hermano mayor de “Sangrenegra” de que facilitara su entrega a cambio de 100,000 pesos de recompensa ofrecidos por la Gobernación del Tolima, por lo que urdió un ingenioso plan para atraer al bandolero hacia una celada.

Se acordó una reunión de los hermanos pretextando que Felipe le iba a saldar una antigua deuda a Jacinto, lo que permitió al alcalde tender una emboscada con una patrulla de la Policía Nacional compuesta por el Sargento 2o Aníbal Roldán, el Cabo 2o Ramiro Parra y los agentes Marco Tulio González, José Robledo Díaz, Floresmiro Otavo y José Varón, quienes sorprendieron y dieron de baja a “Sangrenegra” y a sus compinches Delfín Rodríguez “Carnicero”, Evelio Cardona “Malasuerte” y Félix Antonio Valencia. El cadáver de “Sangrenegra” también fué llevado a la 6a Brigada de Ibagué donde fue expuesto a la morbosa curiosidad pública y luego paseado por varios sitios del Tolima, escenarios de sus sangrientas correrías. El Coronel Matalllana debió quedar algo frustrado por el desenlace de su cruzada personal contra “Desquite” y “Sangrenegra”, pues a pesar de ser el genio que manejó las fichas en los más espectaculares movimientos, el jaque mate final corrió a cargo de pequeñas patrullas de Carabineros al mando de comandantes de la Policía Nacional de modesta antigüedad y rango.  Lo positivo del asunto, es que el Coronel Matallana Bermúdez cumplió su promesa y dejó para siempre el cigarrillo.

El 3 de mayo de 1964 el gobernador del Tolima, Alfredo Huertas Rengifo entregó el prometido cheque de 100.000 pesos a Felipe Cruz Usma. El 16 de mayo de 1964, en Lérida al norte del Tolima, tropas del Batallón Colombia dieron de baja a Noe Lombana Osorio, alias “Tarzán”.  Un año más tarde, el 9 de junio de 1965 fue localizado en el barrio San José, al sur de Bogotá el bandido Efraín González Téllez, quien había asolado los campos de Boyacá y Santander. A las 14:30, el ejército al mando del Capitán Alirio Rangel y otros oficiales entre ellos el Teniente Harold Bedoya, rodearon la casa e intentaron someter al delincuente, quien salió armado de metralleta con la cual mató a un agente de inteligencia. Se inició un tiroteo contra la casa, que incluyó el uso de un cañón, con el que se abrieron varios boquetes a las paredes. El bandido respondió al fuego desde diferentes puntos de la casa y causó  bajas entre las  tropas.

A las 18:00 llegó al sitio el Coronel José Joaquín Matallana Bermúdez con más efectivos y ordenó gasear el objetivo pero el viento en contra afectó a sus propias unidades. Luego acudieron gaseadores de la Policía Nacional al mando del Mayor Mario Castillo Ruiz con un grupo de oficiales de la Escuela General Santander dotados con fusiles lanzadores de proyectiles de gas de larga distancia, más adecuados para la tarea. Esto hizo salir huyendo al delincuente quien empuñando su arma, aprovechó la progresiva oscuridad del anochecer e intentó confundirse entre la multitud de curiosos que rodeaba la zona, pero allí se encontró con un suboficial de la Policía Nacional quien lo reconoció y le cortó el paso con un golpe de su fusil lanzagases. El bandido cayó aturdido y allí fue neutralizado por tiradores del Ejército.

Tiempo después, el 17 de febrero de 1966, una patruíla de la Policía Nacional al mando del Teniente Roberto Ortiz Villa, sorprendió y dio de baja en combate en la localidad de Cabecera del Llano, municipio de Alvarado, Tolima a Nacianceno Hernández, alias “Punto Rojo”, responsable de sangrientas masacres, secuestros y asaltos contra la población campesina y la fuerza pública. Todos estos apuntes de “pequeña historia”, traen a mi memoria la cantinela que repetía una viejita chuchumeca que vagaba por mi pueblo:  “Gallina que no cacarea sus huevos, termina como invitada central a un sancocho de gallina”.