18 de abril de 2024

Yo, ciudadano, qué debo hacer por la paz

17 de septiembre de 2016
Por Carlos Piñeros
Por Carlos Piñeros
17 de septiembre de 2016

Por Carlos Piñeros

pluma ilustracionNo es hora de preguntar, ni responder, qué puedo hacer. Así como de niño el ser humano es sujeto de derechos (alimento, vestuario, techo, educación, etc.), de adulto tiene el deber de profundizar su formación y trabajar y participar para el progreso propio, de su familia, su nación y el  mundo. La hora histórica nos llama a entrar, por fin, a la civilización, comenzando por votar SI a la paz: que la solución de las diferencias se dé a través del debate, el diálogo. La paz de los sepulcros es el triunfo de la guerra, de la muerte sobre la vida.

Al darse el primer paso: el respeto a la vida, se gana un peldaño trascendental en el camino de la civilización: superar el odio. ¡Qué difícil! Ese respeto va más allá de no matar: es tener el derecho a vivir decentemente. Para lograrlo hay que enfocar todas las energías contra otro enemigo cínico del progreso individual y social, que abusa de un sinfín de máscaras: el engaño. Significa no mentir, ser responsable en todos los  actos.

No llegar tarde, cumplir las tareas, honrar las deudas, responder como padres, hijos, patronos trabajadores, compañeros y líderes leales. ¡Nada fácil!, en particular para quienes creen que el engañado es tarado, ignorante. Los Maquiavelos van rodando hacia el hoyo oscuro de la historia.

Si los padres hubieran  sido responsables, los maricas no se sentirían convocados a solucionar los problemas de abandono infantil que produjeron los varones. Dignidad inocultable. La diferencia abismal entre lo ideal y lo realizable no puede ahogar al hombre en la claudicación, menos cuando ha de reconocerse la misión del ser humano, de la que casi nadie habla para que se puedan vender, entre muchos engaños, las encuestas mentirosas de que mayor parte de los pobres son felices: la misión humana es desarrollar al máximo sus talentos, sus facultades.

Es evidente, entonces, el papel y la función individual y colectiva: cumplir su deber. En la medida en que cada persona va corrigiendo sus fallas, resurge su autoridad para reclamar sus derechos. La prioridad colectiva hoy es ir contra el gran engaño social: la corrupción. ¡Nada menos!: que no se asalte el presupuesto público con la mentira de representar al pueblo, que quien gane más tribute más, que los cambios de gobierno cada cuatro (4) años no se sigan tomando de pretexto para disparar el gasto, en beneficio de unos pocos.

Sincerar la política: cumplir lo que se promete. La vía natural para avanzar realmente en la prosperidad general, ya a partir de la cancelación del conflicto armado, es la adopción de un plan de desarrollo a treinta (30), cuarenta (40) años: facilita estimar ingresos, calcular costos y programar su ejecución sin excusas, gane quien gane cada elección local o nacional.

Así puede definirse cabalmente la vocación de país: agrícola, de maquila y distribuidor comercial por su estrategia geopolítica (entre Estados Unidos y Brasil), por ejemplo; resolver cuántos agrónomos, zootecnistas, ingenieros, en fin, vamos a formar según ese plan. Una manera ordenada de salir del atraso, dejar la ignorancia: el tercer objetivo vital del ser humano. Un país joven, pujante, cuya ¿mano de obra es apetecida en el exterior, mientras en el interior es perezosa y corrupta?

Sobra decir que deben enfrentarse cuanto antes los diálogos con el ELN, soluciones con los reductos del paramilitarismo, el narcotráfico y la delincuencia. Quién puede hablar con razón de país estructurado si más del cincuenta (50) por ciento de su economía es informal, si ocho millones de personas devengan menos del salario mínimo, que se decía era legal. La ilegalidad no es menor.

La paz real no es no conflicto armado, simplemente. La paz verdadera es el bienestar general. ¡Nada menos! Que cada uno tenga posibilidad de estudiar y trabajar, base seria participación. Por eso tenemos que votar, en el plebiscito y cuantas veces sea necesario. Vender el voto es lanzar a la alcantarilla de la corrupción la opción de un futuro respetable.

De ahí el fundamento de que la paz se construye. Quizás no sea tarde para que el presidente Santos aglutine a voceros reales de la academia, la producción, el trabajo rural y urbano y el liderazgo social para definir ese plan de desarrollo a largo plazo que construya la paz, como bien y con tesón de líder lo supo hacer para finiquitar el conflicto con las Farc. Ojalá no vaya a dar el papayazo de que en poco tiempo, con los bandazos de la política engañosa que nos aflige, haya quien sostenga que los acuerdos de La Habana entrañaron una pacecita menor, así haya apagado con ella los fusiles de medio siglo de destrucción.-

Periodista