¡Qué conflicto tan largo!
Se afirma que nuestra guerra interna hunde sus raíces en la “mamá grande”, en la vieja propiedad latifundista. Después de la independencia, las tierras de los españoles y las realengas, que pertenecían al rey, pasaron a manos de los oficiales que participaron en las guerras, mientras tanto los soldados regresaron a sus aldeas sin nada y se convirtieron en peones. Las tierras comunales de los resguardos fueron repartidas por los alcaldes y los indígenas quedaron arrinconados, en terrenos abruptos, faldudos y estériles. Los comerciantes y mineros ricos compraron estos terrenos y, de este modo, surgió el latifundio parasitario y la figura del gamonal, que es una mezcla de terrateniente y cacique político.
En el siglo XIX ningún gobierno fue capaz de impulsar una reforma agraria que pusiera fin a la concentración de la propiedad y que entregara parcelas a los indígenas, terrazgueros, peones y aparceros. Pero, desde el año 1800, y en un proceso que duró un siglo, familias pobres de Antioquia, Valle del Cauca, Tolima y otras regiones, se desplazaron hacia la Cordillera Central y parte de la Occidental, buscando tierras abandonadas o del Estado y, en medio de grandes penalidades, se enfrentaron a la selva, a las difíciles condiciones del medio, tumbaron árboles, organizaron ranchos, huertas y sementeras y fundaron aldeas y pueblos. Tuvieron que padecer la ofensiva de los empresarios dueños de baldíos y de concesiones de tierra, pero “impusieron” una reforma agraria.
En 1936 el presidente Alfonso López Pumarejo intentó hacer una reforma agraria (Ley 200), agitó la bandera de la función social de la propiedad e impulsó una política reformista, pero los latifundistas parasitarios y los gamonales respondieron con la violencia enfrentando a campesinos y al Estado. Al mismo tiempo, en las regiones cafeteras donde los campesinos habían hecho su propia reforma agraria, se produjo la alianza entre terratenientes y gamonales para expulsar las familias y quitarles la tierra abandonada. Como consecuencia, en 1948, un manto de violencia cubría todo el país, pero especialmente las zonas rurales y pueblos pequeños. El momento más álgido lo constituyó el asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán; como respuesta el pueblo, enfurecido, se tomó las calles y destruyó los símbolos del país político.
En este momento empezó la llamada Violencia Política que se prolongó durante los gobiernos de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez, hasta que se produjo el Golpe de Opinión, cuando liberales y conservadores le pidieron al general Gustavo Rojas Pinilla que pusiera orden. Esto coincidió con una bonanza cafetera que le permitió al presidente desarrollar un programa de obras públicas. El gobierno militar logró la entrega de casi todas las guerrillas liberales, bajo la promesa de una amnistía total para los combatientes. Pero la paz no llegó porque muchos gamonales aprovecharon el ambiente para quitarle a los campesinos sus valorizadas tierras. Además, agentes del Estado asesinaron a numerosos exguerrilleros y bandoleros amnistiados; la violencia reapareció con nuevos bríos, ya nadie creía en la paz de Rojas Pinilla y éste renunció el 10 mayo de 1957, porque no resistió la presión popular.
El conflicto interno
En un nuevo escenario el gobierno del Frente Nacional incumplió la Ley de Amnistía y como respuesta numerosos exguerrilleros liberales colonizaron las regiones selváticas de Marquetalia (Tolima), El Pato, Guayabero y Ríochiquito, organizaron pequeñas fincas con cultivos de pan coger, levantaron caseríos y permanecieron en paz, hasta que en 1962 el congresista Álvaro Gómez dijo que estas zonas eran repúblicas independientes, sin control del Estado.
La administración del presidente Guillermo León Valencia se comprometió a pacificar el país a sangre y fuego y autorizó el Plan Laso (Latin American Security Operation). El 18 de mayo de 1964 el Ejército lanzó una operación con 2.400 soldados apoyados por la fuerza aérea para acabar con Marquetalia, en el municipio de Planadas, una zona muy escabrosa de la Cordillera Central, entre los departamentos de Tolima, Huila, Cauca y Valle del Cauca. Como recurso los campesinos se refugiaron en la selva bajo la dirección de Pedro Antonio Marín (Manuel Marulanda Vélez), era un pequeño grupo de 48 combatientes; el 27 de mayo se produjo el primer combate con el Ejército en el Cañón del río Atá. Los campesinos buscaron refugio en Riochiquito, en el departamento del Cauca y, mientras se desplazaban como guerrilla, redactaron el Manifiesto y Programa Agrario.
El grupo guerrillero creció mucho entre 1965 y 1966. Este año se realizó, en El Pato, la Segunda Conferencia del Bloque Sur, con participación de 250 guerrilleros; se aprobaron los estatutos, el reglamento interno, el régimen disciplinario y el carácter nacional del proyecto militar. En ese momento surgieron las FARC, movimiento político que fue creciendo mientras se expandía la Guerra Fría y se profundizaban las contradicciones económicas, políticas y sociales, en nuestro país.
Como era de esperarse la guerrilla se fortaleció en las zonas marginales donde era palpable el abandono del Estado y, mientras tanto, en las ciudades crecía el descontento porque el acuerdo entre liberales y conservadores, para crear el Frente Nacional (1958-1974), negaba la participación electoral y el acceso a cargos públicos de terceros partidos. Además, el Partido Comunista había sido ilegalizado y muchos de sus miembros de refugiaron en las zonas agrarias y engrosaron las filas del movimiento armado, como sucedió con Jacobo Arenas, dirigente obrero en Barrancabermeja, quien ingresó a la guerrilla en mayo de 1964.
En este ambiente de la Guerra Fría, de la hegemonía de Estados Unidos y de la división del movimiento comunista internacional y del campo socialista, surgieron otras guerrillas, con un origen diferente al de la resistencia campesina:
El Ejército de Liberación Nacional (ELN) se formó como una guerrilla “decididamente revolucionaria”. Era la época de Cuba (1964) y de las teorías del Che Guevara, que inspiraron a un grupo de activistas que venían del PC, de la Teología de la Liberación, de la izquierda liberal, del sindicalismo y de estudiantes universitarios. El ELN hizo su aparición el 7 de enero de 1965, con la toma de la población de Simacota, y vivió un momento de prestigio cuando el sacerdote Camilo Torres ingresó a sus filas. Se hizo fuerte en las zonas de bonanza petrolera (Norte de Santander, Magdalena Medio, Arauca y Casanare), en la región bananera de Urabá, en el oriente antioqueño y el sur de Bolívar.
El Ejército Popular de Liberación (EPL) nació en 1967, cuando el pleno del Partido Comunista- Marxista Leninista ordenó el traslado de sus cuadros al campo; su línea ideológica era la revolución china y en esta dirección logró influir el movimiento campesino. Intentaron abrir varios focos en el Valle del Cauca, Magdalena Medio antioqueño, Alto Sinú y el San Jorge; solo sobrevivió este último, apoyado por viejos guerrilleros liberales. Se desmovilizó en 1991, pero una disidencia comandada por Francisco Caraballo no aceptó el pacto; unos ingresaron a las FARC y otros a la delincuencia organizada.
El M-19 es un caso totalmente diferente pues se trata de una guerrilla urbana, que surgió a raíz del robo de las elecciones a la ANAPO, el movimiento populista de Rojas Pinilla, en 1970. Esta guerrilla salió a la luz en medio de una ingeniosa campaña publicitaria, en la gran prensa: “Contra las plagas y los parásitos, M-19”. El 17 de enero de 1974 un comando asaltó la Quinta de Bolívar, en Bogotá, y se llevó una de las espadas del Libertador; explicaron que “serviría como símbolo en la nueva lucha por la libertad que hemos emprendido”. El discurso nacionalista caló en la opinión pública porque, además, empezó a operar en las ciudades con acciones espectaculares y utilizó un lenguaje novedoso que influyó en los sectores de izquierda y en los intelectuales; se alejaron del pensamiento anapista y se dedicaron a las campañas cívico-militares.
Luego llegó el combustible que alimentó el conflicto interno. Hacia 1980 el narcotráfico parecía inofensivo; en varias ciudades los nuevos ricos se volvieron populares porque fundaron barrios para los pobres, compraron equipos del fútbol, construyeron escenarios deportivos, llegaron a los concejos municipales, a las asambleas y a la vida política nacional. En muchos pueblos y regiones se produjo la alianza macabra entre los grandes terratenientes, políticos y narcotraficantes, para crear bandas paramilitares o ejércitos de justicia privada y, con la disculpa de exterminar los grupos guerrilleros, a los dirigentes de izquierda y a los líderes sindicales, se fueron apoderando de la tierra y expulsaron a los campesinos.
Por último, reinó el vacío de poder durante el gobierno de Julio César Turbay y los intentos de paz de varias administraciones. En las últimas tres décadas se agudizó el conflicto y cayó una lluvia de frustraciones.