El mal anda suelto
Por: Jairo Cala Otero
Una sabia sentencia que nuestros abuelos pronunciaban decía: «El diablo es puerco». La usaban para prevenir sobre las malas acciones (que empiezan con una idea, la tentación), y que provienen del maligno, «especialista» en perturbar, trastornar, agitar y utilizar a humanos espiritualmente débiles para hacerlos ejecutar atrocidades. Hoy, como nunca antes se había sentido y visto, ocurren sucesos horrendos por doquiera; unos más escabrosos que otros, pero todos «cortados con la misma tijera».
Estamos frente a una oscuridad espiritual y moral que va más allá de la sorpresa y el asombro. Hoy se está volviendo «normal» (muchas personas lo toleran y lo admiten como tal) que los papás acribillen a tiros a sus hijos; que una esposa contrate a un sicario para que mate a su cónyuge, para cobrar un seguro de vida; que un hijo asesine a un hermanito; que un esposo, desesperado por falta de plata, mate a su esposa y a sus hijos, y luego se suicide. ¡Todos son casos espeluznantes! Pero de la difusión periodística de ellos no se pasa.
Nuestra indolencia y frialdad es tal que a nadie se le ocurre examinar lo que nos está pasando. No hemos escuchado a los psicólogos, ni a los psiquiatras, ni a los trabajadores sociales, anunciar que, todos a una, emprenderán una cruzada profesional por el rescate de esas mentes perturbadas. Ni los grandes medios de comunicación, tan distraídos en lo bullicioso y en amasar dinero a manos llenas, advierten sobre ese mal del alma y la mente.
No es poca cosa lo que está pasando. Muchas personas están cayendo fácilmente en las trampas demoníacas, disfrazadas con lo que muchos llaman «modernismo», en una insana cruzada por alcanzar la perdición total del género humano. El puerco del diablo, que tan sagaz se muestra, tiende trampas, engaños y mentiras, por todas partes. Los más débiles en materia espiritual caen «redonditos», y sin darse cuenta se van consumiendo en un estercolero moral, que ahoga el alma y la agita hasta el desastre total.
Los incrédulos y los seguidores de esa orgía mercantilista y materialista tienen sus argumentos para decir que están bien; que los enfermos somos quienes no participamos de esa debacle moral; que ellos son «progresistas», y nosotros, unos atrasados de miedo. Es preferible ser atrasados, que dejarse atrapar en las redes de todos esos demonios que andan sueltos buscando víctimas. ¿Qué tiene de bueno incursionar en ambientes de perdición y sangre, y dolor?
Hemos sido testigos del sufrimiento extremo por cuenta de conductas fatales. La ceguera espiritual que viven muchos colombianos es devastadora. Y seguirá su carrera loca y criminal mientras la gente no tome consciencia de retornar a las buenas costumbres, a los principios espirituales y a la educación moral. La lejanía que muchos interpusieron entre ellos y Dios, los está hundiendo inexorablemente. Por esa ceguera espiritual no son capaces de reconocer que la ausencia del Señor en sus vidas los hace presa fácil del enemigo, disfrazado de placer, poder y demás embelecos; pero él no es sino un pobre diablo, un vaciado que pierde todas las batallas frente a Jesús.
Esta coyuntura nos invita a aliarnos con el Redentor, el único con el que la humanidad estará protegida del mal y de su orquestador.