29 de marzo de 2024

Teclados

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
14 de julio de 2016
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
14 de julio de 2016

Víctor Hugo Vallejo

Victor Hugo VallejoLos teclados van bajando el tono, se van haciendo inaudibles, se acercan mucho al silencio. El camino de tantos sonidos que recorrieron el mundo, se va acortando, se va haciendo cada vez más estrecho. Es un camino que ya no quiere conducir a ninguna parte.

Un camino sin caminante jamás podrá ser un camino. Ese camino de notas altas, medias, bajas, suaves, fuertes, delicadas, agresivas que contenían tantas emociones se está quedando sin el caminante. No es posible sembrarlo de sonidos. Ahora luce tachonado de silencios, unos silencios pesados, lentos, casi eternos. Son silencios que se imponen por la ausencia de quien era capaz de producir tantos sonidos a la vez.

Los teclados están quietos. En ninguno de ellos se mueve un solo martillo para pegarle a la cuerda eléctrica que generaba tantos efectos auditivos. No hay manos que se asienten con suavidad, delicadeza y conocimiento a hacerlas sonar de tal manera que llenaran todos los espacios disponibles a los oídos. Sin sonidos no hay música. Habrá la que ya quedó en los registros memoriosos de quienes construyen obras para que les sobrevivan. Nuevos sonidos no parece posible que se construyan ahora.

Se está yendo de la vida el maestro Jaime Llano González, quien viene dando una lucha tenaz desde hace dos años con una grave enfermedad que lo mantiene por extensas temporadas en casas de salud sometido al cuidado de los médicos. Lleva varias semanas en un centro altamente especializado y no son muchas las esperanzas que dan para el retorno al dominio de sus capacidades musicales, para él que hizo de la música su vida. Y la vida alegre de quienes le escuchaban, en los más disimiles escenarios.

No es fácil aceptar, aunque si entender, que los personajes públicos se vayan yendo de la vida, por la admiración y el cariño que se tiene por quien ha sabido entregarle al país lo mejor de la música colombiana en los dos teclados del órgano eléctrico. La realidad nos dice que por un lado va el deseo de que esos seres humanos no se vayan, el final natural que todos tenemos por el paso de los años. Todos tenemos la vida finita y nunca lo aceptamos.

El maestro Jaime Llano González es un ejemplo de lo que es la superación de un colombiano a través de la consagración a una disciplina en la que pesó más la forma de aprender por si mismo, que la formación teórica.

Nacido en Titiribí, suroeste antioqueño, un pueblo hasta hace muy poco eminentemente minero, en las cercanías de Amagá, cuna de dos importantes políticos nacionales, Ñito y Antonio José Restrepo, llegado al hogar de Luis Eduardo y Magdalena, desde muy niño en su casa se oía el tiple en las manos mágicas de su madre, quien ante la atención del menor, se dedicó a enseñarle a tocar el instrumento, lo que logró con la mayor facilidad del mundo. Luego se puso en la tarea de darle clases de piano y ahí la facilidad de aprendizaje fue mucho mayor. Era simple enseñarle a ese niño, le gustaba la música.

Los días se le iban entre las clases formales de la escuela pública y las prácticas de piano, en ocasiones con el apoyo de la madre, en casi todas las veces solo. Desde el oído comenzó a dominar sus diez dedos sobre el teclado y supo en la práctica como moverlos de manera armoniosa.

Cuando el chico tenía 17 años la familia decidió irse a vivir a Medellín, con el fin de que los hijos pudieran culminar el bachillerato, lo cual ocurrió en el caso de Jaime en el Liceo de la Universidad de Antioquia, Alma Mater a la que luego ingresó a estudiar medicina, hasta cuando leyó el anuncio de la empresa J. Glotman S.A. que requería de personas en el trabajo de probadores de los órganos eléctricos Hammond que comenzaba a distribuir en su almacén de la ciudad de Pereira, a donde fue a vivir solo, trabajando en el establecimiento de comercio dedicado a sentarse a los dos teclados para demostrarles a los posibles compradores las maravillas sonoras que se podían lograr con esa novedad de instrumento. Los órganos se vendían fácilmente pues los hacía sonar con tal agilidad que todos los compradores salían convencidos de que eso era tarea exageradamente sencilla. Viéndole a él, tenían el convencimiento de que un órgano de esos lo podía hacer sonar cualquiera. Era fácil tocar órgano eléctrico. Si el vendedor lo hacía, el comprador también podría hacerlo. En la casa del comprador la cosa era distinta. Pero la compra estaba hecha. Más de un equipo de éstos terminó en un rincón a manera de adorno en la sala, junto a las materas grandes.

En 1953 Jaime Llano González decidió que lo suyo era la música, no las ventas. Dio el salto a Bogotá y consiguió empleo como organista del Bar La Cabaña, donde alguna vez lo oyó el empresario radial Julio Sánchez Vanegas, dueño de la emisora La Voz de Colombia, quien le abrió los micrófonos para que la gente lo conociera, en programas de radio con criterio artístico que se hacían en vivo. Allí conoció a la cantante Berenice Chávez, quien en una sola persona encontró el acompañamiento de una orquesta. Berenice lo presentó en la emisora Nueva Granada que por esos días innovaba su programación con espacios en los que la música en vivo jugaba el principal papel.

En la emisora Nueva Granada conoció al pianista Oriol Rangel, quien llegaría a ser uno de sus grandes amigos y el compañero de mucho trabajo en la música. Con él hicieron programas de radio como Los Maestros, Así es Colombia, Tierra Colombiana, Reportaje a la Música y Embajadores de la música colombiana, que terminaron siendo musicales de la televisión, por entonces en desarrollo, que con programación en vivo y en directo se hacía diariamente por unas pocas horas. Fueron 8 años trabajando juntos y realizando constantes homenajes a la música nacional, de la que no se separaron pues su propósito esencial era la divulgación folclórica.

En 1956 es nombrado director de la orquesta de la emisora Nueva Granada que era el sustento del programa Donde Nacen Las Canciones, con las voces de los tenores Víctor Hugo Ayala y Alberto Osorio. Eran programas de radio que los oyentes esperaban como la gran compañía en las horas de la noche. El deleite de conocer la música del país, tan poco divulgada hasta entonces.

Posteriormente es llamado a Radio Santa Fé, la emisora de mayor sintonía por entonces en Colombia, para hacer dos programas musicales con un sello más personal del organista: Al estilo de Jaime Llano González y Fantasía, donde regresa a trabajar con Oriol Rangel. Van de gira a varios países de América Latina y Estados Unidos y triunfan en el más amplio sentido de la expresión.

La soprano Carmiña Gallo, a través de su representante y esposo Alberto Upegui, quien además era director musical, le propuso que la acompañara y que montaran un programa de orden internacional con el fin de organizar una amplia gira de conciertos por Europa y Medio Oriente. El proyecto se hace realidad y los artistas van por el mundo entregando sus canciones y convertidos en embajadores colombianos ante el mundo.

La experiencia con Carmiña Gallo llevó a muchos artistas colombianos a pensar que si era un gran acompañamiento para ella, lo podía hacer con cualquier cantante. Y efectivamente así sucedió. Fue acompañante de los duetos Garzón y Collazos, de Antaño, tenores, barítonos. sopranos etc. La música colombiana sonaba diferente en las manos mágicas de Jaime Llano González, quien por demás se volvió un sonido tan característico que el menos experto conocedor de música era capaz de distinguirlo e identificarlo con apenas los primeros compases. Fueron un total de 60 discos grabados, de larga duración, solo y como acompañante de los mejores cantantes colombianos. Sus conciertos siempre tuvieron el sello de la calidad de quien siempre se presentó como un exigente y disciplinado innovador musical.

Se casó con Luz Aristizábal, de cuya unión nacieron Jaime León, Luis Eduardo y María Helena, ninguno de los cuales tomó el camino de la música, porque nunca les atrajo y porque no contaron con el respaldo de su padre, quien quiso que ellos tuvieran oportunidades de vida menos difíciles que el camino de la música.

No habrá retorno a su pueblo natal, ese Titiribí, fundado en 1775 por Benito del Rio, en tierras conquistadas por Jorge Robledo, territorio de los Nutabes, cuyo cacique era precisamente Titiribí, que es municipio desde 1815 y cuenta con una población de 14.000 habitantes, 8.000 de ellos en el casco urbano, situado sobre los 1.550 metros sobre el nivel del mar. Los camino de regreso se han agotado.

Las notas ya no suenan. Los pasos ya no se dan. Los sonidos ya no surgen. El camino de arpegios no es posible seguirlo andando. Los caminos de los sonidos jamás será posible construirlos con silencios. Se extingue la vida de un gran músico y un excelente ser humano. Va llegando el silencio.