A mí cánteme un bolero
Cuando alguna casa editorial resuelva hacer la convocatoria latinoamericana de expertos melómanos para escribir a muchas manos la gran crónica sobre el bolero nacido en Santiago de Cuba en 1883, seguramente será de la partida el sociólogo venezolano Ignacio Avalos Gutiérrez, autor de un vibrante ensayo alrededor de este inmortal género musical que las minorías detractoras llamaron arbitrariamente la “cursilería consagrada”.
Del equipo de especialistas en la materia no podrán faltar cinco colombianos, a saber: Jaime Rico Salazar, autor del tratado ”Cien años de boleros”; Hernán Peláez Restrepo, ex director de “La Luciérnaga”; Gabriel Muñoz López, Marco Aurelio Alvarez y Elkin Mesa.
¿Quién es Ignacio Avalos?
Este consumado “bolerólogo”, que en el gobierno del presidente Rafael Caldera fue director del ‘Coniciy’ (equivalente a Colciencias en Colombia), escribe muy bien sobre música y fútbol, en una columna del diario El Universal, de Caracas.
Amigo inseparable de la modestia, Avalos plantea que “en el bolero, lo sé yo a pesar de mi precaria cultura musical, que es casi una incultura musical, somos educados desde el punto de vista sentimental; allí aprendemos la necesidad del otro (o de la otra, según corresponda). Cualquier bolero equivale, pues, cada uno en su estilo, a la búsqueda eterna del amor, condensada en la píldora de un esquema narrativo capaz de contar, en apenas tres minutos, lo que una novela refiere en más de trescientas páginas”.
Todo un fenómeno urbano
Para este académico que tiene buenos amigos en Colombia, “el bolero, fenómeno urbano por excelencia, nada tiene que ver con divisiones de clase, género, raza, nacionalidad, edad o religión; antes por el contrario, proporciona un espacio cultural común, en el que una multitud de públicos pueden sentir lo que un sociólogo peruano identifica como “su propia historia, su reserva afectiva, su metáfora social”.
En su “Drama privado para bolero y orquesta” (título que le acomodó al texto que rescatamos) el profesor Avalos plasmó toda la devoción que le inspira la más tierna partitura de la canción romántica:
El beso se hizo verbo
“En el principio fue el verbo, dice la Biblia, (pero él le enmienda la plana al Libro de los Libros): en el principio fue el beso, señala, y el beso se hizo verbo y el verbo sonó a música y se hizo bolero. Y, desde allí, continúa desafiando las religiones que en el mundo son: el bolero, subraya, es el salmo de una liturgia ofrendada a un amor que es una verdadera divinidad. El bolerista es teólogo, misionero y oficiante de un ritual nocturno cuyo incienso es un aroma a ron, tabaco y besos. Y, al borde, ya, del cisma, como un Lutero cualquiera, añade que la iglesia de este cabaret es el bar, verdadero territorio liberado… y la feligresía de esta religión la componen los convencidos de que si existe la vida después del despecho, dicho esto bajo la inspiración de San Agustín Lara, el santo compositor mexicano”.
Un aliado del flaco Lara
Al ponerse en un plano más terrenal, Avalos le hace la segunda al gran flaco Lara, el de María Bonita, para argumentar que “el bolero es desfachatadamente multiétnico, pluricultural, democrático, protagónico y participativo. Es, sigue, una exclamación pura y desgarrada de todo ciudadano mayor de edad y de este domicilio latinoamericano y en pleno uso de sus facultades para enamorarse y enamorar, ilusionarse y alucinar, traicionar, despecharse, emborracharse y, sobre todas las cosas del mundo, recomenzar y enamorase, una y otra vez, como si fuera esta noche la última vez. Tan de estos lados es el bolero, nos recuerda, que lo cursi (incluido el bolero, claro) es la única elegancia históricamente posible en el subdesarrollo y que cualquiera que sea romántico tiene un fino sentido de lo cursi y no desecharlo es una posición de inteligencia”.
Tolón Tilín
Avalos nos recuerda que el catalán Joan Manuel Serrat dijo alguna vez que el bolero es la mejor expresión de la filosofía latinoamericana.
Para el musicólogo venezolano, “el bolero seguirá siendo un espejo que refleja nuestras pequeñas grandezas y nuestras grandes miserias, porque de un modo impreciso el bolero es eterno (aunque el amor es eterno mientras dura, según el brasileño Vinicius de Moraes), y en cosas de amor, la eternidad suele durar tres meses”.