POR UNA GRAN FERIA DEL LIBRO
Hubo un momento, hace ya varios años, cuando la Feria Internacional del Libro de Bogotá –a fuerza de países invitados siempre comprometidos con sus visitas, de programaciones llenas de autores memorables y de lanzamientos que se toman en serio el espacio de la hoy llamada Filbo– se reafirmó como uno de los eventos culturales más importantes de Latinoamérica. Dejó de ser una bonita y enorme y contagiosa tienda de libros, en donde los lectores podían pasarse días enteros escarbando volúmenes viejos y novedades publicitadas, y las familias podían pasar algún día del fin de semana, para convertirse en una pequeña ciudad para la cultura.
Vale la pena reconocer el trabajo del estupendo equipo de la Cámara Colombiana del Libro, que en los últimos tiempos se ha tomado la Filbo como una suerte de Festival Iberoamericano de Teatro, como una especie de Festival de Cine de Cartagena, como uno de los patrimonios más queridos por los colombianos que tienen la oportunidad de acudir a la cultura para articular sus reflexiones. Gracias al equipo de la Cámara –y gracias a la pasión de los valientes y persistentes editores colombianos– han estado viniendo a Bogotá los principales autores del mundo a encontrarse con los lectores que dan vida a sus obras.
Este año la programación, sumamente cuidada, hará énfasis en la ilusión del fin de la guerra colombiana. Habrá, por supuesto, charlas sobre los principales temas de la literatura en nuestros tiempos: galas de poesía, debates, talleres. Se celebrará a Shakespeare y a Cervantes. Se presentará la literatura holandesa actual. Y se lanzarán las novedades que no han de faltar año tras año. Pero, con la visita de figuras de primer orden, como Svetlana Alexiévich, Jody Williams, Cees Nooteboom, Jeffrey Eugenides o César Aira, el evento se consolidará como un par de semanas fundamentales en el calendario de la cultura.
Está todo dado, pues, para que en este 2016 se dé, a partir de hoy, una gran feria del libro de Bogotá. Y quede claro, entonces, que cada vez hallamos más relatos y más lugares que nos reúnen, y nos llaman a resolver en las palabras los conflictos.
EL TIEMPO/EDITORIAL