Infalible, el Papa.
No es divertido un gol en el minuto de cierre, en el último suspiro, después de un reconocido esfuerzo, con posibilidades aisladas de triunfo. La declinación no premeditada hasta perder el partido, fue consecuencia de un infortunado movimiento que comprometió al portero, convertido en figura hasta ese momento
La jugada aquella, a diez minutos del final, al cobro directo de Hernandez, que le daba la victoria al Once Caldas, analizada de inmediato por un panel de instructores arbitrales reunido en Cartagena, con aprobado para el silbato Roldan, quien vio a Palomino en posición ilegal, interfiriendo la visión del guardameta de Millonarios, puso el pie en el acelerador del descontento e indignación del público, incluido el técnico Torrente.
El saldo final agudizó las proyecciones sombrías en la tabla de clasificación del torneo para el Once, que se balancea hace rato en situación peligrosa por la incapacidad de triunfo en los últimos siete compromisos.
“Darle un gol al Once Caldas, parece un sacrilegio”, sentenció el adiestrador argentino, cuando la calma retornaba a su conducta, después del bochornoso acto provocador e insultante ante un sector de la tribuna.
Olvido que la anemia de gol no es atribuible a los inevitables condicionamientos arbitrales , con sus fallos repetidos por todos vistos y repudiados, sino en su insistencia en alinear futbolistas en ataque, inciertos e inseguros que comparten resbalones, imprecisiones y chambonadas, frente a la portería.
La visión critica del entrenador al juego desplegado, que vivió un resurgimiento en el período final por los relevos realizados, parece distorsionada, con un aire manipulador para justificarse. No juega al fútbol el Once Caldas. Corre todo el partido, lo que no es suficiente por la ausencia de unidades con desequilibrio y calidad en la maniobra.
Aquello de la cabeza fría solo para los científicos, dicho en un alarde de soberbia que maquillaba sus desplantes de peleador callejero, dispuesto a enfrascarse en serio conflicto con los aficionados, tras bajarse el telón en el partido, fue una declaración rebuscada. Mas aun, el afirmar, con pueril argumento, que quienes gritan e insultan no pagan la boleta de entrada.
Ese discurso ya ha salido de otras bocas en el mismo escenario.
Desmanes y errores de Torrente, un argentino que sin duda ha acumulado sus aciertos con nómina limitada, pero que corre el riesgo de creerse tan infalible como el Papa Francisco, su conciudadano.