Hay que cambiar la forma de pensar
Armando Rodríguez Jaramillo
Hoy más que nunca nadie se atrevería a discutir los beneficios de la innovación en las empresas:
- ¿Quién pondría en duda que el posicionamiento de Apple o Samsung en el mercado de los celulares se debe precisamente a su capacidad de ofrecer novedosos smartphones?
- ¿Cómo no reconocer que Zara revolucionó el negocio de la moda con sus colecciones cortas y su atrevida logística de distribución?
- ¿Quién osaría controvertir que las preferencias por los coches Mercedes Benz, BMW o Audi están fundadas en sus adelantos tecnológicos que hacen del conducir una experiencia?
Estos son apenas tres ejemplos de compañías que compiten en negocios en los que hay que innovar e innovar para mantener las ventajas alcanzadas. Pero así como estas, hay muchos otros casos que bien podríamos mencionar. Entonces, si los beneficios de la innovación son altos y también sus tasas de retorno de la inversión, ¿por qué nuestros empresarios se muestran indiferentes, reacios o temerosos al momento de adoptarla?
Tal vez una de las razones por las que miramos la innovación de lejos es nuestro marcado individualismo. Recordemos que la innovación es un asunto de ideas, pero no de mi idea, sino de ideas colaborativas, de flujos de pensamiento y conocimiento que van y vienen, de compartir resultados de éxito y fracaso, de intentar y comunicar, de reintentar y volver a comunicar. Esto requiere de mentes abiertas y acciones colectivas, procederes a los que no estamos acostumbrados porque hemos creído que la ventaja competitiva está en lo que conocemos y guardamos con cerrojo para que otros no lo copien.
La otra razón por la que muchos empresarios no se motivan a invertir en innovación es porque piensan que no se justifica la dedicación y los riesgos que demanda la innovación para que una vez que sacan un nuevo producto o servicio al mercado sus competidores lo copien con un menor esfuerzo. De hecho, hay especialistas en imitar en tiempos cortos y a bajos costos las novedades de las empresas punteras. Esto sugiere que hay pioneros que se arriesgan para innovar y otros que se benefician de estos conocimientos.
De ahí que sea necesario intentar romper estos dos paradigmas. Primero, con la creación de una cultura colaborativa que resalte los beneficios de compartir ideas, conocimientos y experiencias, conformando redes y equipos para trabajar de forma colectiva. Segundo, con estrategias institucionales orientadas a asistir y subvencionar a los empresarios para que no tengan que asumir en su totalidad la incertidumbre y los riesgos inherentes a la innovación, sino que cuente con el apoyo suficiente y oportuno en las estas etapas tempranas del proceso para que él y la sociedad se beneficien con los nuevos conocimientos y tecnologías.
08 de abril de 2016