Rasguillo, administrar, implementar
QUISQUILLAS DE ALGUNA IMPORTANCIA
Si uno busca en los diccionarios ‘casita’, no la encuentra; tampoco, ‘tamborcito’ o ‘tamborcillo’, porque son los diminutivos castizos de ‘casa’ y ‘tambor’, que sí están ellos. En su artículo de El Tiempo, “De diccionarios y cartas apócrifas” (10/3/2016), el periodista Juan Gossaín afirma que quedó “…perplejo, o, como dice el diccionario de sinónimos, paralizado por el asombro, patidifuso, atónito, estupefacto, desconcertado, turulato, espantado, sorprendido, pasmado, sin habla, boquiabierto, aturdido, atolondrado”, porque no encontró ‘rasguillo’ en El Diccionario. Se quedó, entonces, sin saber qué significaba ese término, que sí leyó en la definición que el mismo diccionario da de ‘virgulilla’: “(del dim. de vírgula). 1. Signo ortográfico de forma de coma, rasguillo o trazo; por ej., el apóstrofo, la cedilla, la tilde de la ñ, etc. // 2. Raya o línea corta y muy delgada”. Y sigue don Juan: “Busco, pues, el bendito rasguillo. Y miren lo que dice, textualmente, la venerable Academia en su página de internet: “La palabra rasguillo no está registrada en el diccionario: Las entradas que se muestran a continuación podrían estar relacionadas: *rasgo, *rasgueo”. ¿Ah, sí? ¿Con que esas tenemos? Y si ‘rasguillo’ no está registrado en el Diccionario como vocablo válido, ¿por qué el propio Diccionario lo usa para definir lo que es una virgulilla? Quedé viendo un chispero”. No es para tanto, don Juan. Busque -como se lo insinúa la Academia- la palabra ‘rasgo’, cuyo diminutivo es ‘rasguillo’, y verá: “Línea o trazo que se hace al escribir las letras”. ‘Rasguillo’, entonces, es un ‘rasgo chiquito’, un ‘rasguito’ -diminutivo que tampoco está en los diccionarios-, como la ‘rayita’ de la eñe. ‘Rayita’ tampoco se encuentra en los diccionarios, pero es ‘válida’, como dice usted, o ‘castiza’, como decimos todos: ni la busque, porque pierde su tiempo. Es prácticamente imposible que todas las palabras castizas estén en los diccionarios. Busque, por ejemplo, el participio presente o activo de reír, ‘riente’ (‘el que ríe’), y se dará cuenta de que la Academia de la Lengua lo borró de su diccionario hace veinticuatro años (1992). ¿Por qué? Porque no es necesario, pues se encuentra en la conjugación de dicho verbo. Y, como esa palabra, mil y mil más. ¡Palabra!
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“Persona que administra bienes ajenos”, dice el columnista Augusto Morales Valencia que es la definición que da el Diccionario de la Academia de ‘administrar’ (LA PATRIA, 16/3/2016). No, ésa no es la de ‘administrar’, es la de ‘administrador’, la segunda, porque la primera es “que administra”. En cambio, de ‘administrar’, además de otras siete acepciones, da ésta como primera: “Gobernar, ejercer la autoridad o el mando sobre un territorio y sobre las personas que lo habitan”. Ahora bien, como el participio pasivo de ‘administrar’ es ‘administrado-a’, todos los que somos súbditos de cualquier régimen o miembros de alguna organización, de alguna manera, aunque al columnista el calificativo le parezca despectivo, somos ‘administrados’. Ello es que ‘administrar’ y ‘administrador’ vienen del verbo latino ‘ministrare’ (‘servir’) a través de ‘administrare’, que tiene más acepciones que exigencias las Farc: ‘ayudar, servir, asistir a alguien en el ejercicio de su ministerio; ocuparse en, dirigir, regular, arreglar, manejar; gobernar, cuidar, disponer; ejecutar, tomar medidas, llevar acabo, trabajar; gobernar; desempeñar’… Para consuelo del columnista, y por aquellos intríngulis de la semántica, quienes nos ‘administran’ son también nuestros ‘servidores’. O deben serlo.
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De la siguiente manera redactó el editorialista de El Tiempo: “…y las impuestas por las entidades encargadas de operativizarla” (El Tiempo, 18/3/2016). ¿Qué quiso decir con este verbo inventado por él? Lo imagino, porque, de acuerdo con el contexto, el editorial habla de la violencia contra las mujeres, de las medidas tomadas para protegerlas y de las leyes dictadas para castigar a sus agresores. El verbo apropiado es ‘implementar’, definido así por El Diccionario: “Poner en funcionamiento o aplicar métodos, medidas, etc. para llevar a cabo algo”. Este verbo llegó a nuestro léxico en 1992; el sustantivo ‘implemento’ (‘utensilio’), en 1984. Los dos términos vienen del verbo inglés ‘toimplement’ (“cumplir o satisfacer las condiciones de algo”). El inglés los tomó del verbo latino ‘implere’ (‘llenar, henchir; terminar, cumplir, ejecutar, realizar’). Según su etimología, este verbo, ‘implementar’, es legítimamente castellano.