La crisis del río Magdalena
Esta arteria fluvial, la más importante del país en toda su historia, no se parece en nada a la vía que utilizaban los colombianos para sus desplazamientos en vapores y champanes. Entre la deforestación, la contaminación, la desidia del Gobierno, de los pobladores y el fenómeno de El Niño, tienen postrado al Magdalena, considerado el río de la Patria. Hoy es frecuente ver a los ribereños cruzar a pie esta importante arteria y ni siquiera se mojan las rodillas. El río nace en el Macizo Colombiano, páramo de Las Papas, a 3.685 metros sobre el nivel del mar y tiene 1.540 kilómetros de longitud; el área de la cuenca es de 257.440 kilómetros cuadrados, vincula 18 departamentos y 728 municipios (80% de la población) ¿Por qué cayó en desgracia?
El Río Grande
Hace 3.500 años el alto río Magdalena era el centro de intercambio cultural de cazadores y recolectores, más tarde de agricultores y, después, florecieron sociedades complejas que construyeron centros funerarios y bautizaron este cañón estrecho con el nombre de Guaca-Hayo (el río de las tumbas). Al respecto escribió Francisco José de Caldas (1797) que San Agustín es el primer pueblo bañado por el río, “está habitado por pocas familias de indios, y en sus cercanías se hallan vestigios de una nación artista y laboriosa que ya no existe. Estatuas, columnas, adoratorios, mesas, animales, y una imagen del sol desmesurada, toda de piedra, en número prodigioso, nos indica el carácter y las fuerzas del gran pueblo que habitó las cabeceras del Magdalena”. Para los escultores prehispánicos el agua era el símbolo del valor de la vida que fluye.
Los zenúes de la región de La Mojana, donde se unen el Cauca y el Magdalena, respetaron las grandes ciénagas de Panzenú, aprovechaban el tiempo de verano para cavar y construyeron una inmensa red de canales. Amontonaban tierra sobre plataformas para proteger las casas cuando llegaban las lluvias; de este modo no se inundaban sus aldeas, ni las sabanas del Finzenú que llegan hasta el mar.
El río fue la vía escogida por los conquistadores o invasores españoles para entrar al territorio. Al respecto escribió Gonzalo Jiménez de Quesada que “Entre la provincia de Santa Marta y de Cartagena está un río que divide estas dos provincias, que llaman el río de la Magdalena y, por nombre más conocido, llamado comúnmente el Río Grande; porque en la verdad lo es harto, tanto que con el ímpetu y furia que trae en la boca rompe por la mar y se coge agua dulce una legua dentro por aquel paraje”. Esto ocurría en 1536, cuando el conquistador salió con una expedición desde Santa Marta y después de una marcha de varios meses, ascendiendo por el Magdalena, entre la desconocida selva tropical, llegaron a la sabana de Bogotá donde encontraron la sociedad chibcha.
Ya no es lo que fue
En la Colonia, a principios del siglo XVII, se fundó la población de Neiva en la margen derecha del río Magdalena y se convirtió en punto de arranque y final de la navegación por el río; se transformó en plaza agrícola, ganadera y comercial, clave para la economía del Nuevo Reino de Granada, pues desde este puerto se enviaba ganado hasta Mompox y Cartagena. Y escribió Gaspar Mollien en su “Viaje por la República de Colombia” (1823) que “por todos estos sitios la navegación se hace en balsas que tienen por quilla un tronco y cuyo puente y bodega están hechos de caña […] cuando un pobre agricultor se dispone a ir a Honda, construye a toda prisa una balsa, carga en ella algunos sacos de cacao, instala a su mujer, pone a su lado el perro y dirige por entre los rompientes del río la frágil navecilla que lleva sus esperanzas”.
A mediados del siglo XIX Girardot se convirtió en uno de los puertos más importantes del río Magdalena, pues comunicaba las regiones de Huila y Tolima con el centro (con el puerto de Honda) y con el norte del país (Barranquilla). Hacia 1866 “el puerto hervía de actividad: la carga para media república se cruzaba en los rústicos descargaderos y la mercancía colmaba la avidez insaciable de las bodegas […] Sobre sus brazos el día y la noche no conocieron descanso, ya que exprimían la jornada continua en turnos ininterrumpidos. Más de 8.000 braceros estremecieron el puerto […] el dinero abundaba […] Fue el tiempo de las migraciones europeas y asiáticas […]” (Río Magdalena. Navegando por una Nación. Museo Nacional de Colombia, 2010).
Pero pasaron los años y un siglo después quedaba muy poco del río. Así lo entendió Florentino Ariza cuando observó que este río, uno de los grandes del mundo, “era solo una ilusión de la memoria”. “El capitán Samaritano les explicó cómo la deforestación irracional había acabado con el río en cincuenta años: las calderas de los buques había devorado la selva enmarañada de árboles colosales que Florentino Ariza sintió como una opresión en su primer viaje. Fermina Daza no vería los animales de sus sueños” (García Márquez. El amor en los tiempos del cólera).
En este punto encaja La Piragua, la cumbia que compuso José Barros en 1969, que cuenta los recuerdos del comerciante Guillermo Cubillos, quien soñó tener una canoa que no le temiera ni a la ciénaga, ni al encuentro de los ríos Cesar y Magdalena; el tema nos devuelve con nostalgia al río que ya no es: Me contaron los abuelos que hace tiempo/navegaba en el Cesar una piragua/que partía del Banco viejo puerto/ a las playas de amor en Chimichagua […] solo quedan los recuerdos en la arena/ donde yace dormitando la piragua.
A mediados del siglo XX se disparó la voraz codicia de los grandes hacendados modificando el cauce natural de los ríos para arrebatarles tierra. El Magdalena tenía su cauce por una red de ciénagas que lo comunicaban con la bahía de Cartagena, pero desde mediados del siglo pasado los terratenientes las desecaron, le quitaron curvas al río y de este modo ampliaron sus propiedades. Los latifundistas desarrollaron otro método que consistió en limpiar la tierra de colonos, comunidades indígenas y afrodescendientes, luego derribaron los árboles, sembraron pasto y tomaron posesión con escrituras “perfectamente legales”, para los ojos del Estado.
Hoy es gravísimo el daño ambiental de la cuenca del Magdalena-Cauca; se destruyó el 77% de su cobertura vegetal, el transporte de sedimentos se incrementó 33% y la pesca cayó 50%. Y para completar el cuadro las obras de infraestructura se realizan sin una visión de cuenca, donde interaccionan los ambientes biológicos, geológicos y sociales. Como no hay una visión ecosistémica, el deterioro de la cuenca se desbordó.