De las generalizaciones, ¡líbranos Señor!
Víctor Zuluaga Gómez
Se está exhibiendo en los cines una película en donde la fantasía y la realidad se entrecruzan sobre la base de una tecnología propia del siglo XXI. Se trata del enfrentamiento entre dos superhéroes, a saber, Batman y Superman.
Independientemente de los argumentos de la cinta, me llamó poderosamente la atención el hecho de que de manera reiterativa se mostraban los rostros de los antihéroes, de los terroristas, de los malvados, con una fisonomía en la cual no queda duda de su procedencia: árabes. Y cuando digo árabes me estoy refiriendo a todos aquellos pueblos islámicos que profesan la religión de Alá, en donde por supuesto se incluyen pueblos africanos. Y para completar, aparece la figura de un ruso. Lo único que faltó fue el rostro de un latinoamericano y de un oriental para completar el cuadro.
Me parece, en relación con los pueblos islámicos que se está incurriendo en una dolorosa equivocación en la medida que se generaliza la violencia y el terrorismo a tal punto que no es difícil equiparar islam con la violencia y terrorismo. No hay duda que existe la propensión entre los pueblos islámicos a igualar la política con la religión, pero ello no implica reducirlo al terrorismo.
Los islámicos que están dispuestos a inmolarse para eliminar a los no creyentes no son todos y así como ocurre con la fama de los colombianos en Europa y en el mundo en general, las generalizaciones son peligrosas y hemos visto que gran facilidad nos asimilan a narcotraficantes.
En el caso de los colombianos, desafortunadamente nuestra televisión y el gran parte del cine se ha encargado de reforzar esa idea errónea de que somos los colombianos narcotraficantes. Pero con el islamismo es el cine, especialmente el norteamericano el encargado de reforzar la idea de mostrarlos a todos, es decir, a los sunitas, chiítas, koraichitas, fatimíes y todas las sectas en que se encuentra dividido, como terroristas.
Ello sería tanto como decir que mormones, evangélicos, testigos de Jehová, católicos, presbiterianos y otra docena de sectas del cristianismo, son iguales. Pero el deseo de homogeneizar, de cuadricularlo todo, es tan antigua como el ser humano. Nos parece terrible la diversidad y sólo la apreciamos cuando caemos en la monotonía de lo homogéneo, lo igual.