28 de marzo de 2024

“El Incidente de la Corbeta Caldas”

6 de septiembre de 2015
Por Héctor Álvarez
Por Héctor Álvarez
6 de septiembre de 2015

 Memorias de una Agregaduría

Por Héctor Álvarez
Coronel Retirado

 pluma ilustracionComo comenté en ocasión anterior, llegué a Caracas el 2 de agosto de 1987 para asumir como Agregado de Policía en la Embajada de Colombia, donde fui recibido por mi antecesor el Coronel Carlos Corzo (QEPD) y los señores Coronel EJ Carlos Prieto, Coronel FAC Héctor Fabio Velasco y Coronel IM Alonso Franco, agregados militar, aéreo y naval respectivamente, quienes me orientaron sobre aspectos importantes de la vida en Caracas y me informaron que acababan de adquirir una nueva línea telefónica y un fax para uso exclusivo de las cuatro agregadurías, por lo que, de entrada, me “ejecutaron” con la cuota correspondiente para  cubrir a prorrata el costo de esta herramienta de trabajo.

Mientras encontraba vivienda, me instalé en un complejo de apartamentos amoblados del Hotel Caracas Hilton. Andando por la ciudad me sorprendió ver carros en las calles, encadenados a postes y árboles, como se hace con las bicicletas. Qué gente tan previsiva y desconfiada, pensé para mis adentros. Pero empecé a sentir la misma impresión cuando, con mi esposa visitamos edificios de apartamentos para rentar y todos lucían a la salida de los ascensores en cada piso rejas de acero aseguradas con cadenas y enormes candados que daban a los inmuebles el aspecto de prisiones de máxima seguridad. A la semana de nuestra llegada, suspendimos la búsqueda, pues el 9 de agosto estalló en Venezuela una crisis cuando la corbeta colombiana ARC Caldas, navegó por aguas del Golfo de Venezuela que se encuentran sin delimitación, por lo cual, como es lógico, a ambos paises asiste el mismo derecho de navegarlas o de permanecer en ellas.

¡ Y ahí fue Troya…!  Porque a partir de ese momento se complicó la situación de los miembros de la Embajada a cuya sede le fueron suspendidos sin advertencia alguna, la luz, el agua y el teléfono, atención que también recibieron en sus residencias particulares los funcionarios y empleados de la embajada, incluidos los agregados militares, quienes además fueron objeto de permanentes y ostensibles seguimientos por agentes de civil de alguno de los servicios de seguridad. Ante las quejas de uno de los agregados por el molesto seguimiento, algunos recomendamos que lo tomaramos como un servicio gratuito de acompañamiento, gentileza no solicitada pero tolerable. Pero lo que si causó molestia fue la arbitraria suspensión de la comunicación telefónica por lo que la línea y el fax de las agregadurías, recientemente adquiridos, que al parecer no figuraban registrados ante los organismos de inteligencia venezolanas, se convirtieron en el único medio de contacto con el mundo exterior, que sirvió para mantener comunicación con Bogotá. La situación se volvió tan tensa y espesa que fue preciso ensayar planes de contingencia para cerrar la representación diplomática y regresar a Colombia en caso de que la situación siguiera deteriorándose. La opinion venezolana pedía guerra contra Colombia por haber osado tocar aguas del Golfo de Venezuela, que por llamarse así, le otorgaría derechos exclusivos a ese país. Menos mal que no se les ocurrió aplicar el mismo principio a la avenida Caracas de Bogotá. Los ataques verbales se multiplicaron en los medios venezolanos por el incidente, que fue mucho más grave desde el punto de vista de Caracas que de Bogotá donde, que yo sepa, muy poca trascendencia mereció el asunto. Después de un tiempo, todo regresó lentamente a la normailidad.

Nuevamente centramos nuestra atención en cuidar nuestra seguridad pues Caracas volvió a su ritmo habitual de atracos callejeros a mano armada, robos de vehículos y raponazos de carteras, joyas y relojes. Luego sufrimos el asalto nocturno a la sede de la embajada, en el piso 14 de un edificio en zona segura de la ciudad, supuestamente bien vigilado por la policía local, donde padecimos el saqueo de nuestras oficinas y el robo de las pertenencias de quienes confiabamos en que estábamos en territorio seguro e inviolable. A algunos nos quedó la sospecha de que esa visita se la debíamos a algún representante de uno de los organismos policiales responsables de la seguridad de la embajada. Dentro de la comunidad de 40 agregados militares acreditados en Venezuela, casi todos fuimos víctimas de alguna manifestación delictiva. Más de la mitad de los agregados militares, sufrió el robo de sus carros, entre ellos el coronel Corzo, cuya hija estaba dormida en el asiento trasero del auto robado, jamás recuperado. Afortunadamente la niña fue liberada ilesa por los ladrones momentos después. El agregado naval de Argentina, también sufrió el robo de su auto con una de sus hijas dentro del mismo, por fortuna liberada ilesa, aunque el vehículo nunca apareció. Lo propio ocurrió, entre otros, a agregados de Brasil, Yogoeslavia, Corea, China y España y al nuevo agregado militar de Colombia, Coronel Salomón Rivera, (QEPD), a quien le robaron su vehículo 20 días antes de regresar al país. En una ocasión pedi a mi secretario, el Sargento Primero Rito Antonio Avellaneda, el favor de cambiarme un cheque en un banco local, situado cerca a la embajada. Durante la fila para acceder al cajero, fue marcado en la espalda con tiza y al salir fue asaltado por dos motociclistas que a punta de pistola lo despojaron del dinero.  Pero la cereza del pastel fue lo que le ocurrió al coronel de aviación Agregado de Defensa de El Salvador, durante un asado en la terraza del penthouse del Agregado militar del Paraguay, quien periódicamente recibia de su país generosas remesas con los mejores cortes de carnes maduradas y sabrosísimas que eran la envidia de todos nosotros. El salvadoreño estrenaba ese día una flamante camioneta que no movia de su garaje, pues tenía otro carrito para el uso diario, tal como hacíamos todos los agregados. Pero no resistió la tentación de lucirla ante sus colegas por lo que decidió acudir al festejo en su joya consentida.

  • “Puedo estacionar al frente de tu edificio?”, preguntó el salvadoreño.
  • “Claro que sí, este es un barrio muy seguro…” respondió el paraguayo.

Durante el asado, entre copa y copa de vino y entre bocado y bocado a la jugosa carne importada, el celoso invitado se asomaba para vigilar su carrito, del cual estaba muy orgulloso. Luego de una de esas asomadas, “abra kadabra”, la camioneta se había hecho humo.  Alarma general, gritos de angustia, carreras en todas direcciones, llamadas a la policía, en fin, el acabóse. Se tiraron la fiesta, se enfrió el asador y su contenido de fragante carne y tentadores chorizos, se calentó el ambiente, se regaron varias copas de vino, se desmayaron tres señoras y uno de los invitados, que venía embestíéndo con más fervor al vino que a las viandas, se puso “malito” y “devolvió atenciones” sobre un sofa de la sala. Como Fuenteovejuna, todos a una corrieron a denunciar el robo.  ¡Qué despiporre…!,  ¡Qué confusion…!,    ¡Qué bochorno…!

Al dia siguiente la inconsolable victima acudió al apartamento del paraguayo a recoger algunas prendas olvidadas en el alboroto de la víspera, para lo cual llevó su carrito de combate, un Renault Fuego muy bien “engalladito”. Al salir encontró que le habían roto un vidrio y habían destrozado tablero y consola para robarle el radio. Nueva frustración, caso impensable en una vecindad caraqueña  “tan recomendable y tan segura”. Visita relámpago al taller para reparar los destrozos y reponer el radio. El paraguayo, algo avergonzado por el nuevo incidente sufrido por su colega, programó un nuevo festín de desagravio para el siguiente fin de semana, con nuevos invitados, entre ellos el distinguido general de la Guardia Nacional de Venezuela Luis Humberto Seijas Pitaluga, quien por cierto, fue representante diplomático de esa fuerza en nuestro país. El salvadoreño, algo amoscado condicionó su asistencia a la disponibilidad de estacionamiento dentro del edificio, con el sano argumento de que al perro no lo intervienen quirúrgicamente dos veces para aliviarlo de peso, a  lo que el anfitrión accedió gustoso.  –Cuando llegues al edificio me llamas y yo bajo y te guío al estacionamiento interior, prometió el anfitrión.

En efecto, el invitado llegó con su carrito recién reparado, pasó frente a la recepción y antes de pasar al estacionamiento interior, vio en el lobby al general Seijas y a su esposa en compañía de varios desconocidos. El salvadoreño pensó, “-Qué detallazo de mi general, trajo músicos…” y se bajó del carro que dejó con las llaves en el encendido y la puerta abierta para saludar al general. Cuando entró al edificio, descubrió, algo tarde, que los tales músicos eran vulgares asaltantes que a punta de pistola estaban atracando al general y a su esposa. Los bandidos naturalmente hicieron participe del convite al recién llegado y le aceptaron la urgente donación de reloj, cadena, anillos, billetera y hasta un cortauñas que llevaba en el bolsillo. Los agradecidos malandrines salieron apurados y vaya sorpresa, encontraron frente al edificio el Renault Fuego prendido y con la puerta abierta, por lo que se sintieron obligados a aceptar la deferencia del aviador y salieron volando con lo recolectado al general, la esposa, el coronel y su cónyuge. Aun hoy, el pobre cristiano no se explica cómo le ocurrieron tantas calamidades juntas en una Caracas tan “plácida y segura”.

Eso es culpa de Uribe…” diría hoy el mandatario más inteligente y perspicaz de estas latitudes, el que habla con pajaritos y está convencido que el tiempo se mide en fracciones de milímetro, que los pollos se multiplican sembrándolos como las yucas y que el “acetominofén” es un analgésico que se da en las matas, como los limones o los choclos de los que se saca la harina para amasar hallacas y arepas bolivarianas, que por cierto, como el papel higiénico, nunca se encuentran en el mercado. Ese genio de la economía, quien, parafraseando a Milton Friedman, provocaría escasez de arena si se encarga de administrar por un par de meses el desierto del Sahara. Es un hecho, la inseguridad y la miseria de Venezuela no son algo nuevo, ni atribuíble al despelote madurista, al que solo se puede sindicar de cavar, con las herramientas de la corrupción y la incompetencia, el profundo abismo al que fatalmente se asoma ese entrañable país hermano. Hermano siamés, por cierto.  Para   bien  o  para  mal.