29 de marzo de 2024

Una mujer me espera

4 de junio de 2015
Por César Montoya Ocampo
Por César Montoya Ocampo
4 de junio de 2015

cesar montoya

Walt Whitman es un gran poeta americano de todos los tiempos, es decir, universal. Librepensador, imaginativo, le insufla majestad profética a sus mensajes. Hay que leerlo morosamente, sin afanes, sentado en un canapé burgués para rumiarlo. No es fácil digerirlo. Su fantasía es desbordante, es un crecido río que abandona el cauce para anegar los secos valles de la imaginación. Cenestésico para ponderar su cuerpo, desparramado y abierto para cantarle a la naturaleza. No son muchos los rapsodas de su estirpe.

En la antología “Hojas de Hierba” Whitman escribió “una mujer me espera”. Fabrica odas sobre el sexo y eleva su numen para cantarles porque “saben nadar, remar, montar a caballo, luchar, disparar, correr, golpear, retroceder, avanzar, resistir, defenderse”. En esos verbos rectores acuarela la estampa de una amazona peligrosa.

“Una mujer me espera” en un confidencial escondite. Cuántas, ¡cuántas! nos martirizaron. Sobre la tela liviana de los días avanza ella, un tanto diluida por la distancia, ataviada con luces opalinas, con ojos profundos y mejillas de carnadura sensible, querendona de los mensajes secretos. Las tardes fueron dulces a su lado, absortos los dos, y cuando el destino quiso acorralarla, la asistimos como caritativo Cirineo, llorando juntos, solidarios con su destino. Compartimos la cicuta amarga y no la abandonamos en su aterida soledad.

Ella es así. Tiene fertilidad selvática, es heraldo de la profunda montaña con su rumor de cascadas y también de los plácidos lagos, propietaria de caminos misteriosos, cargada de sinos su testa soñadora, abierta su boca que se amuralla en blancos cercos de marfil. Son movibles y ariscos los montículos de sus senos, ceñida y vigorosa su cintura, pasmosa su cadera, apenas perceptible por la imaginación el escondido riachuelo de vida que la convierte en imán irresistible. Dios la aperó de puntales seguros para afirmar el contenido de sus recados y la hizo versátil y abundante cuando entrega su prosa verbal.

¡Ah de los errores y de las confianzas suicidas! ¡Ah de las inesperadas trampas mortales! Inútilmente la pesquiso. Escarbo pajonales buscando la hebra de sus huellas. Ella traspasó el perfume de su cuerpo al mío atándome a su bálsamo divino. Por su resplandor vivo en encantados paraísos artificiales donde fluyen manantiales de aguas aromadas, con barcos peregrinos que recorren estaciones ventiladas por los céfiros, con posadas para los entretenimientos que vulneran el sexto mandamiento. ¿Cómo ha sido posible vivir sin ella, tan lejana, pero también cercana, inalcanzable para los apetitos, creyendo que en su corazón de fuego, (¡cándido que es uno!) es posible que exista un espacio mínimo que me pueda pertenecer?

El amor fabrica paisajes ficticios. Existen unas arquitecturas poéticas soportadas en andamios de ilusión, con adornadas curvas lascivas, con vetas profundas donde la bigornia martilla nacimientos, con refugios para las faenas sentimentales y piscinas para los naufragios. Es un mundo irreal pero el enamorado conscientemente vive de engaños, se auto flagela con mentiras que lo crucifican en gólgotas de dolor. ¿Será posible que el corazón no tenga antenas, que unas sirenas mentirosas lo adormezcan con músicas de embrujo, que transite senderos sembrados de espinas para degustar el acíbar de los crepúsculos?

Toca de pronto compartir el amor. Cuando se es pirata y los asaltos se hacen de noche, es sorprendida la amada, resistiéndose ella a los adulterios. Esa cuesta difícil que se recorre, esos atisbos previos a las cacerías, lindan con el peligro para feriar el destino, a veces, en trifulcas de honor.

Pero siempre “una mujer espera”. Cada una tiene un amado oculto, convertido en providente imagen que la asiste como Ángel de la Guarda. Ella lo mima en la tibia temperatura de la almohada, lo persigue con imaginación ingobernable, lo invoca en los desconsuelos, es su protector en las fantasías que el amor construye. Socava y se incrusta en los pliegues íntimos del alma. Es la Dulcinea del Toboso que comanda la mente del alucinado don Quijote.

Feliz el que abre las ventanas de la espera, el que acaricia ternuras, el que paladea intimidades y duerme rozando una piel afrodisíaca. Ella lo sabe y yo también.