27 de marzo de 2024

Paulina Vega, la niña que jugaba a ser reina con la corona de su abuela

27 de enero de 2015
27 de enero de 2015

paulina con la abuela

No hay sino que repasar algunas de las gestas de los nuestros que han llegado a la cima, tras superar cualquier cantidad de obstáculos y dificultades.

La del torero César Rincón, por ejemplo, en la memorable tarde del 7 de junio de 1994, en Las Ventas, cuando tocó por primera vez el cielo madrileño, luego de quedar apaleado, amoratado, escurrido en sudor y sangre, “como si hubiera regresado de la guerra” -apartes de la crónica de Antonio Caballero-, tras la arrasadora faena con ‘Bastonito’, un poderoso y fiero ejemplar del hierro de Baltasar Ibán, con 501 kilos en la báscula, “que embestía como un buque fantasma en una tenebrosa borrasca de alta mar”, al decir de Caballero.

O la gesta del ‘Jardinerito’ Lucho Herrera, de tanta épicas en carreteras, cuando se coronó Rey de la Montaña en el Tour de Francia, en 1985, paladeando una bronquitis insufrible y una caída lamentable por esquivar una mancha de aceite en su ascenso a Los Alpes, al punto gélido de Saint Étienne.

El ciclista fusagasugueño rodó cien metros por fuera de la carretera. Hecho un guiñapo, con la rodilla derecha y el rostro sangrantes, corrió en busca del vehículo, le enderezó el manubrio y continuó la marcha. Los titulares de prensa en Colombia no lo bajaban de héroe. El mismo Bernard Hinault, monstruo de las demoledoras alturas francesas, no lo podía creer. Dos años más tarde, Herrera repisaría ese heroísmo como Campeón de la Vuelta a España.

Y ahora, lo que nos corresponde. El presente. El momento crucial en la historia de la belleza colombiana, luego de 57 años de sequía para que Colombia conquistara un título de Miss Universo, como lo consiguió en 1958 la caldense Luz Marina Zuluaga, también en Miami, donde acaba de producirse la hazaña de Paulina Vega Dieppa, la dulce y atractiva barranquillera de 22 años, estudiante de Administración de Empresas, recién coronada como la mujer más bella del planeta.

Detrás de esa personalidad arrolladora, esa sonrisa cálida, más no impostada de la mayoría de beldades, se afianza una mujer fuerte, segura, auténtica, pese a su corta edad y a estar hasta ahora abriéndole los ojos al toro duro de la vida. Esa belleza y fortaleza unidas, viene de ancestros.

La Miss Universo colombiana con doña Elvira Gómez Castillo, su abuela, tutora y confidente. Foto: El Heraldo

Su abuela materna, Elvira Castillo Gómez, Señorita Atlántico en 1953 y tercera princesa en el Concurso Nacional de Belleza de ese mismo año, oficia por antonomasia como la matrona sabia y consejera, la que imparte optimismo y bondades en los instantes difíciles de la familia, y es a quien todos oyen, jóvenes y adultos, a la hora de encontrar una voz de aliento o una respuesta a sus interrogantes, en esos momentos confusos e indescifrables de la existencia.

Paulina es de las nietas más cercanas de doña Elvira. Y, cuando la hoy Miss Universo, recuerda, era a la única que le permitía que jugara con su preciada corona cuando estaba chiquita. De hecho le insinuaba cómo afianzar con sutileza la mano en la cadera y avanzar parsimoniosa los primeros pasos de una reina.

En noviembre de 2013, Paulina fue la más entusiasta en celebrar los 60 años del título de Señorita Atlántico de su abuela. Y, al año siguiente, fue doña Elvira la mano derecha de su nieta en su aspiración a Señorita Colombia, como efectivamente se consolidó en 2014.

Ella, la abuela real, y el equipo de asesores y preparadores encabezado por Javier Murillo y Alfredo Barraza, y por supuesto, el respaldo de los padres de la actual Miss Universo, el acreditado cardiólogo Rodolfo Vega y doña Laura Dieppa, sus mejores aliados, que en la noche del veredicto final en Doral, Miami, estuvieron a punto del soponcio por la emoción que los embargaba. Como toda Colombia, y en especial Barranquilla, que no para de celebrar.

Cualquiera, ajeno a las trastiendas y las entretelas del camino que emprende una reina para alcanzar el máximo título, podría intuir que es un mecanismo fácil que se remite a saber sonreír, caminar por una pasarela, ajustarse a una dieta coherente con las agujas de la báscula, y llevar el ajuar ideal.

¿Y el resto? ¿Cadenas de oración de familiares y amigos? ¿Barajas caprichosas del destino? ¿Asuntos del azar? Todo esto puede caber en la bolsa de las probabilidades. Porque para sentarse en el codiciado solio, una entre ochenta y ocho participantes, es una lotería. Y está ruleta, por lo visto en Colombia, se gana cada cincuenta y más años.

Lo de Paulina fue un trabajo a pulso. Una ilusión que venía abrigando desde los cuatro años, en una casa de puertas abiertas de Barranquilla, por donde entraban y salían muchachas de rostros celestiales y figuras curvilíneas, aspirantes a reinas del Carnaval de Barranquilla o a la convocatoria de Señorita Atlántico, modelos, cantantes, actrices, presentadoras de televisión.

paulina Por eso su triunfo no es gratuito. Parte de un linaje real, de una tradición de familia, desde doña Elvira, su abuela materna, pasando por la parentela generacional que enarboló por años las carrozas carnestoléndicas, y una Adriana Tarud, su prima segunda, Señorita Colombia, hoy feliz esposa del actor Rafael Novoa y madre de Alana.

Pero el camino de Paulina para llegar a ser la más bella entre las bellas, no fue nada fácil. Es el resultado de un trabajo arduo tortuoso, de largas jornadas -entre 18 y 20 horas diarias-, que es lo que demanda madrugadas ineludibles al gimnasio, citas médicas, odontológicas, con el dietista, con el asesor de imagen, el peluquero, el vestuarista, los directivos del comité de belleza, los posibles patrocinadores, la experta en etiqueta y glamour, el profesor de fogueo periodístico, las entrevistas a granel con diferentes medios, la visita a una escuela remota en una aldea extraviada en el mapa, para rematar en un cóctel donde primero hay que pasar al hotel a ponerse el traje apropiado, de cuatro, cinco y hasta seis veces que ese día ha cambiado de ropa.

Y al final, sin dar lugar a agobios ni miramientos de cansancio, de cólicos puntuales, disfuncionalidades digestivas, jaquecas y demás, con unos tacones que de tanto andar refractan punzadas en los riñones, la sonrisa dulce intacta, el cabello impecable, todo en su puesto, como cuando sale al trajín a primera mañana.

He ahí la dictadura de la belleza de la que suele hablar el zar de las Miss Universo en Venezuela, el empresario de origen cubano Osmel Sousa, que dicen es lo más parecido a un teniente-coronel en ascenso, pero como quiera que sea, su fórmula le ha brindado generosos resultados.

Todo lo anterior sin descontar las críticas de los supuestos expertos en belleza, las habladurías venenosas de las chismosas con licencia para escribir y parlotear en los medios, las habituales crisis derivadas del exceso de trabajo y la ansiedad, la pataleta con el novio intenso, o el desbarajuste emocional de última hora cuando recibe una llamada del diseñador que la cita de emergencia para una nueva toma de medidas del vestido que lucirá en la máxima ceremonia, de más de una docena que ha cumplido, y ya en la recta final.

Un año largo en estas bregas y con la misma sonrisa dulce de comercial impresa. Paulina asumió el desafío y lo consiguió. No tanto con el rigor y la dictadura de Sousa, pero sí con la firmeza de sus convicciones, el trayecto abonado desde la infancia, el respaldo de su familia, de sus padres, su candor a toda prueba y la fe afincada de darles a los colombianos esa alegría, después de 57 largos años de espera, con algunas salvedades en el virreinato universal como las de Paola Turbay (1992), Paula Andrea Betancur (1993), Carolina Gómez (1994) y Taliana Vargas (2008).

En la primera semana de septiembre del año anterior, cuando la actual Miss Universo colombiana cumplía a sus ajetreos preparatorios del certamen, dos bandidos en motocicleta la interceptaron en el tramo de la carrera 7° con calle 96, al norte de Bogotá, y armados de cuchillos la despojaron de sus pertenencias: dos teléfonos inteligentes.

Los antisociales emprendieron la huida, y ella, aunque pasmada por el impacto de la agresión, recobró valor y fue a poner la respectiva denuncia. Los medios se enteraron días después porque ella no quiso que el atraco tuviera visos de escándalo. Cuando fue entrevistada en algún noticiero de televisión, sólo alertó a decir, con el sello de su sonrisa: “no se puede dar papaya”. Y que no se diga más.

La semana anterior, en Doral, Miami, Paulina estuvo a punto de abandonar el concurso. Su compañera de cuarto, la puertorriqueña Gabriela Berríos, dejó enchufada sobre su cama un alisador de cabello. La colombiana, en medio del agite de rutina, no se dio cuenta y se sentó encima de él.

Parte de su trasero quedó marcado con la herramienta y el ardor no podía ser más insoportable. Pero otra vez se armó de valor y se abstuvo de hacer alharacas. Menos de armarle un lío a la puertorriqueña,  con quien la prensa local le había tejido una supuesta rivalidad.

Se apropió de cremas y bálsamos refrescantes, superó el impasse y continuó la marcha. Cuando hasta el mismo Sousa le pronosticaba la corona y el magnate Donald Trump, propietario del certamen, le daba un toquecito de gracia en la espalda, la barranquillera, ya entre las cinco finalistas, vaciló al principio con la respuesta a la pregunta oficial. No fue lo que esperábamos.

En ese momento creímos que las esperanzas, otra vez, después de 57 años de expectativa, se habían derrumbado. Pero Paulina se desquitó con el interrogante que le formuló un usuario de Facebook, la del aporte que le ha hecho Colombia al mundo.

Estuvo fluida, categórica y precisa en su respuesta, aduciendo la capacidad de los colombianos para salir avantes, pese a los malos momentos, a las dificultades cotidianas. Y que por eso se sentía firme y orgullosa de representar a su país.

Minutos después, con Estados Unidos a su lado, la beldad colombiana sintió un espasmo en el pecho al oír pronunciar su nombre como la nueva Miss Universo. Un espasmo que repercutió en Colombia, en los suyos, en la conmoción de su señora madre Laura, próxima al desmayo; y paradójicamente, en el miocardio de Rodolfo Vega, su padre, el cardiólogo.

Luego se desencadenó la fiesta tricolor de vítores, pitos y cornetas, y nos vimos obligados a despojarnos de las cobijas para unirnos al jolgorio. Porque sólo después de cincuenta o cien años se producen noticias apoteósicas como las de Gabriel García Márquez, Fernando Botero, Shakira, Juanes, Lucho Herrera, César Rincón, Juan Pablo Montoya, Silvia Tcherassi, tantos otros, y ahora, Paulina Vega Dieppa, la  inteligente y adorable Miss Universo de casa.

En La Troja, en la calle 84 y en los alrededores de La Arenosa, las fanfarrias y las cumbias del Checo Acosta siguen sonando. Como los porros de Juan Piña y la sabrosa salsa del Joe Arroyo.

Quiera Dios que con el triunfo de Paulina, la anhelada paz también llegue pronto y reine para siempre. Es que ya son 50 años de paciente y dolorosa espera. Aunque ese evento, con sede en La Habana, se ha prolongado más de la cuenta.