29 de marzo de 2024

Un aniversario inolvidable

9 de noviembre de 2014

Pocas imágenes pretéritas son tan poderosas como la escena de hace un cuarto de siglo, cuando, a ambos lados de los puestos fronterizos en los que se controlaba el tránsito de personas, se formaron multitudes que acabaron fundiéndose en un abrazo, en lo que sería el preámbulo de la reunificación germana pocos meses más tarde.

El hecho significó en la práctica el fin de la cortina de hierro, detrás de la cual estaban las naciones de Europa oriental desde el final de la Segunda Guerra y en donde habían comenzado a soplar los vientos del cambio en 1989. Tanto en Hungría como en Polonia y lo que fuera Checoslovaquia la presión popular generó irreversibles y profundas transformaciones, que parecían impensables en un planeta que todavía vivía en medio de las tensiones de la Guerra Fría.

Nadie creía, sin embargo, que la entonces existente República Democrática Alemana, que había sido el alumno más fiel de la desaparecida Unión Soviética y que seguía las instrucciones del Kremlin –incluyendo la creación de una temible fuerza de policía secreta–, pudiera disolverse porque unos cuantos miles de ciudadanos franquearan la barrera erigida en agosto de 1961. Pero así fue y desde aquel 9 de noviembre el mundo es otro, tras el derrumbe del sistema comunista, que todavía sobrevive en Cuba y Corea del Norte y trata de combinar las libertades económicas con las restricciones políticas en China y Vietnam.

El fin de la confrontación entre el este y el oeste ha disminuido las posibilidades de una guerra nuclear, pero no necesariamente desembocó en un escenario global más tranquilo. El extremismo religioso es ahora un fenómeno creciente, mientras que el Oriente Próximo sigue siendo el polvorín de siempre. A lo anterior hay que agregar las tentaciones expansionistas de algunos, como las que llevaron a Moscú a quedarse recientemente con un pedazo de Ucrania, en medio de una crisis que aún persiste.

Sin embargo, el mensaje de que la represión y los límites al libre albedrío no son sostenibles por siempre es una lección que perdura y debería servirles de enseñanza a los defensores del autoritarismo, de izquierda y de derecha. Tarde o temprano, no importa la latitud o las tácticas restrictivas que se apliquen, el anhelo de libertad de un pueblo acabará triunfando.

Semejante verdad constituye una oportunidad y un desafío para los sistemas democráticos, cuya supremacía quedó ratificada con la caída del muro. La primera consiste en interpretar adecuadamente los deseos del electorado sin olvidar nunca que el bien común prima sobre el individual. El segundo consiste en contar con el marco institucional apropiado para que las sociedades prosperen y sean más justas y combatan lacras como la corrupción y la inequidad.

El mensaje es válido en Colombia, que ha logrado avances importantes en materia social, pero en donde queda una enorme tarea por hacer si se trata de cerrarles la puerta a la violencia y la marginalidad. También sirve para resaltar los contrastes ideológicos que son evidentes en un proceso de paz con una guerrilla de orientación comunista, que no parece entender a veces lo ocurrido 25 años atrás.

A este respecto, la experiencia de Alemania tiene mucho que enseñarnos, más allá de las obvias diferencias entre un caso y otro. El punto central es que la reconciliación se construye entre todos y que, junto con los sacrificios, si el trabajo queda bien hecho, llegan las recompensas. La economía germana es, de lejos, la más poderosa del Viejo Continente, la de menor desempleo y la de mayor capacidad de innovación, gracias a un sistema educativo modelo, que muchos países tratan de imitar.

Dentro de lo realizado, sin duda lo más significativo ha sido el empeño de cerrar las brechas que existían en el momento de la unificación entre orientales y occidentales. Si bien todavía hay diferencias en lo que hace al ingreso promedio o los índices de ocupación, la tendencia es positiva y muestra que la verdadera integración se construye no con discursos, sino con hechos.

Lo anterior no quiere decir que los problemas no existan. Como en cualquier sociedad abierta, la ciudadanía germana exige mucho de sus gobernantes y tiene poca paciencia. Dependiendo de la región de Alemania, unos y otros califican de manera más o menos ácida este cuarto de siglo transcurrido, mientas no faltan los políticos que quieran aprovecharse del descontento.

Pero, aun así, nadie quiere volver atrás. Más allá de ser una atracción turística, los pocos trozos de muro que todavía quedan en pie son un recordatorio permanente de un pasado infame, sepultado para siempre. Así lo demostrarán hoy los miles de personas que estarán en la puerta de Brandeburgo, en Berlín, celebrando no solo el estar juntos, bajo una sola bandera, sino también el triunfo de la libertad sobre la opresión. Y más que nada, la victoria de la razón sobre la fuerza.

EL TIEMPO/EDITORIAL