La última canción de Rafael Mejía Cano
Nota de la Dirección: Como informó oportunamente Eje 21, el 25 de este mes de noviembre, murió en Manizales el doctor Rafael Antonio Mejía Cano, extécnico del Comité de Cafeteros y profesor jubilado de la Universidad de Caldas, personaje muy querido en esta ciudad, no solo por sus dotes artísticas para el canto y la música, sino por su muy cálida y singular personalidad. Con motivo de este deceso que ha entristecido a sus muchos amigos, unimos a éstos y a su familia nuestra solidaridad, publicando la siguiente nota escrita por uno de nuestros colaboradores.
La vida de Rafael fue una canción. Es natural que su muerte también lo fuese. Pocos ejemplos hay de vidas tan plenas de vida, de vida vivida, como las de este amigo perseguido por la alegría, perseguido por la amistad, perseguido por la música, las que a su vez compartió y repartió con sonriente y abierta generosidad entre los que le fueron cercanos, sin que los que simplemente lo escucharan cantar, lo oyeran reir y notaran su abrazo, quedaran excluidos.
Rafael fue centro siempre, en su casa, en el hogar en que nació y en el que formó, para no hablar de los sitios que adoptó o que lo adoptaron, en los que se sintió o lo hicieron sentir como en ámbito propio. Como su señor y su servidor. Desde el colegio de Nuestra Señora donde inició su primaria, hasta en el colegio de San Luis Gonzaga, del que fue alumno fundador y en el que obtuvo su bachillerato, el “Mocho” formaba parte de lo que estimulara vida, sensibilidad, belleza y goce compartidos.
Desde niño tuvo una voz fuerte y timbrada, la que no solo brilló en los coros, sino en las lecturas en voz alta en la capilla del colegio, en las que, más pequeño, hube de alternar con él y después sucederlo, o en los discursos de ocasión y en la recitación de poemas en la academia literaria. Cuando el grueso y atractivo volumen de literatura colombiana del padre Segura, se impuso a los del último año, Rafael, conociendo mis precoces desvelos por la materia, no obstante los varios cursos que nos separaban, me lo mostraba de lejos para incitarme y poco después, con su natural espléndido, prestármelo y regodearse con mis pueriles regodeos.
Me imagino que sus clases en la facultad de agronomía, que fue su carrera universitaria, si no tuvieron música sí debieron tener su en canto. La herencia pedagógica de su madre, Ana Cano, de la que centenares de señoras en Manizales han ostentado su nombre con orgullo de discípulas, le facilitó su tarea y la dotó de eficacia.
Pero si hay algo a lo que le hayan dado sentido, elegancia, júbilo y arte, la vida y la voz de Rafael Mejía, fue a la bohemia, la que con él nunca tuvo las connotaciones de la melancolía romántica ni los despechados excesos de los poetas del pasado, pero sí sus virtudes tradicionales de la nostalgia de lo bello, del regocijo, de la conversación memoriosa, de las letras inolvidables, de la exultación amistosa, de los brindis satisfechos en la participación del alborozo. “Caballo viejo” le llegó a dar un carnet de identidad a un lugar, a “Quien” y al mismo Rafael. Y entre muchos otros, a “Un lugar”, en los últimos años. No porque lo buscara, si no por la razón misma de su personalidad, pues donde quiera que estuviese, la presencia de Rafael era difícil que pasase inadvertida. Por esa grata y admirable armonía de imponencia y sencillez que conjugó en su ser y en su aparecer. Cada que oigamos el cidí con las canciones de Rafael, sabemos también que lo veremos y que haremos coro con él. Con ésta grabación y el sonreído recuerdo de su familia y de sus amigos, le ganó la batalla al olvido.
Hablar, compartir, cantar con Rafael Mejía fue siempre un placer. Precisamente, porque también los desánimos, los quebrantos, los dolores, que acompañan todo existir, igual acompañaron el suyo, más en los últimos meses, ahora con su muerte, nos admiramos de cuánta vida tuvo, pero sobre todo, de cuánta vida nos dio su amistad.
Rafael Mejía en el centro, con las maracas
Mejía (derecha) con dos amigos (Jairo Arcila izquierda)