Entre El Paisa y El Opita
Puntadas sin dedal
Por Óscar Domínguez Giraldo
Imagino la perplejidad del ciempiés cuando abre el ropero y tiene que tomar la decisión sobre los zapatos que se pondrá ese día. Guardadas las desproporciones, es lo que nos pasa a los mortales cuando tenemos que escoger el traje de luces con el que saldremos a la pasarela. El famoso “qué me pongo”.
Detrás de todo chiro hay un sastre que dio puntadas con y sin dedal. Supongo que a todos nos pasa que abrimos el ropero y nos encontramos con un pliego de peticiones: “Sácame a mí, te traigo buena suerte”, dice el traje a rayas de presidiario; “No, es mi turno”, dice el de medio luto que hace tiempos no pasa por la funeraria. Ni asiste a un matrimonio. (El negro rige para ambas ceremonias).
Tengo un arcaico blazer, de serenatero, que me ve y quisiera tirárseme en plancha. No salgo de él: ya se pondrá de moda de nuevo. Otros vestidos esperan una segunda oportunidad.
Llegué a estas reflexiones al enterarme de que el martes 28 era el día de san Homobono, italiano, patrono de los sastres. Entre las múltiples ignorancias que me adornan, no tenía ni veniales de la existencia de este santo, bueno como los ocasos, que se distinguió más por hacer milagros y redistribuir su quincena con los arrancados, que por pegar botones y hacer dobladillos. (O sus equivalentes de entonces, claro).
Viéndolo bien, los sastres tienen mucho de milagrosos, de magos, como Homobono. (El nombre original, sastre, tiene más poesía que el nuevo de modisto, diseñador de modas; el cambio de nombre aumenta escandalosamente la factura).
La cintura de Delimiro Moreno
Por Edgar Artunduaga Sánchez
El periodista Delimiro Moreno Calderón se recupera de un accidente que le fracturó el fémur. No fue un problema de cadera, como se especuló, porque Moreno no tiene cintura de avispa, desarrollada en otros seres humanos para afinar la gambeta.
Los futbolistas con buena cintura pueden hacer piruetas, engaños y malabarismos en la cancha. Los políticos con cintura femenina son buenos para sacarle el cuerpo a los compromisos.
En el caso de las reinas y ciertas damas, el asunto es de vanidad. Procuran reducirla al máximo para que las protuberancias –inferiores y superiores- realcen la figura, al punto que algunas logran el anhelado cuerpo de guitarra, como dice la canción de Gabino Pampini.
En el caso de los periodistas, lo ideal es que sean planos, tengan figura de nevera, que carezcan de contoneo, que no sean expertos en posturas acrobáticas ni conviertan el acomodo en su norma de conducta.
Delimiro ha demostrado en el largo ejercicio de su carrera periodística carácter, honestidad, valentía, seriedad y estudio, en tiempos en que tales condiciones ya no pegan, como tampoco pegó la ley 80 de la contratación en la Costa.
Por fortuna llegó este paisa al Huila, importado de Bello, el hijo de don Octavio y doña Mercedes, apasionado por la historia.
Nuestro común amigo Orlando Cadavid Correa me ha recordado que a Delimiro le resultó tocayo hace algún tiempo, tras una ansiosa búsqueda en todos los directorios telefónicos durante más de cinco décadas.
El hallazgo de su homónimo -que con documentos en mano probó llamarse Delimiro Moreno Altamiranda- produjo enorme regocijo entre estos dos hombres que salieron mal librados de las pilas bautismales. El encuentro fue rociado con una alta dosis de whisky de la mejor calidad. Los Delimiros quedaron de repetir celebración.
Si el buen humor es uno de los deberes del hombre, prosigue Cadavid, otro tiene que ser el contar entre los amigos con algunos que hayan sido víctimas de agresión impune, en las propias fuentes bautismales, por infame determinación de padres y abuelos, con la necesaria complicidad del cura y los padrinos del histórico momento que generalmente ocurre en la primera salida de su casa del inocente bebe, cuya protesta tardará hasta cuando tenga uso de razón.
Tolón Tilin
A favor de los padres de Delimiro cabe resaltar que a otros les ha ido peor, bautizados como Crótatas, Epaminondas, Tertuliano, Niceas, Minervino, Olegario, Custodio, Montegranario, Leovigildo, Cupertino o Gundisalvo.
Diofanor Narváez, un vendedor de enciclopedias, perdonó al cura que lo bautizó, cuando supo que el religioso que le rompió la crisma se llama Macario Fredesmiro!