8 de febrero de 2025

Manizales odia los árboles (I)

24 de octubre de 2014

No me vengan con unas cuantas excepciones. Que las tiene que haber, ya que cuando me refiero al manizaleño medio, es de acuerdo a la tipología weberiana, de la que puede darse un ejemplo con la frase de Cicerón en la que afirmaba que el senador romano como individuo era un buen hombre, pero que el senado era la mala bestia. Ojalá refuten mi hipótesis con contundentes y arborizadas pruebas y que mis últimos años los pueda vivir, sin volver a saber de la tumbada de ningún árbol más, o a tener que presenciar impotente su derribo.

El primer  y quizá único argumento que aducirán, es la obvia, fácil y erróneamente usada expresión de “fundamentalista”. Es la que aducen para descalificar a quien quiera que se manifieste en defensa de la naturaleza, o que simplemente la ame por sentimiento estético. No por razones biológicas, científicas o de utilidad, sino solo por su belleza. Y por gratitud, claro. No hay árbol feo, si lo es, se debe a la acción humana. Todos son bellos y todos dan, dan mucho, generalmente a cambio de nada, o si acaso, de que los dejen tranquilos, que los dejen vivir, crecer, llenarse de pájaros.

Díganme si no dan ganas de llorar. En los últimos cuarenta años, para dar una fecha, digamos “cercana”,  nunca, lo que se dice nunca, pude leer en la prensa local, un editorial, una columna, menos una página, escrita en defensa de los árboles, haciendo campaña para que no los corten o incitando a su siembra o pidiéndole a las autoridades, instituciones,  empresas, o a sus habitantes, la arborización de la ciudad.  Quizá un investigador minucioso me traiga una que otra nota aislada en ese lapso que comprende dos o tres generaciones. Porque yo me cansé de recortar las continuas fotografías e informaciones que daban cuenta y han seguido dándola, de peticiones para tumbar árboles, de árboles cortados por no se  supo por quién, o si se sabe, nada pasa y el arboricida queda impune, mejor dicho, sigue fresco. El funcionario encargado de Corpocaldas, el del pasado lejano, el del reciente, o el que esté en funciones hoy, las autoriza con tal  prontitud, que uno admiraría si así procedieran  los de otros organismos para solicitudes justas. Le tiene la norma legal que se lo permite o que lo justifica. Si es que hay alguna, porque no debería existir, pero seguro se rebusca algún inciso para interpretarlo como una autorización. La que se da, esa es mi impresión, casi a diario.

Sí, van a hacer referencia a las tres únicas manifestaciones, que llamo  proárbol, en contra, no de la hipótesis, porque la confirman, sino del  silencio sin hojas, sin verde, del periodismo manizaleño.  Son muy recientes, todas de este año. La primera, en la revista “Cereza”,  en la última página que escribe el periodista lector –hoy muy escasos -, Fernando Alonso Ramírez, quien abordó hace unos meses la empobrecida  presencia de los pocos árboles que sobreviven en Manizales y la falta que le hacen, aunque sea en los contados parques.  Por fin,  lograba percibir la que me pareció una gota de agua en el inmenso y seco desierto de la palabra, que no llegaba a la raíz, pero que bien pudo provocar el leve estremecimiento en el delgado tronco de algún árbol que logró subsistir a la tala de sus hermanos.  Al fin y al cabo el articulista nació en un territorio cuya riqueza hídrica y forestal, debió impresionar su retina desde la primera aprehensión del paisaje natal. Más acá, no hace un mes, por primera vez en casi medio siglo, un editorial del diario de casa, no como concepción propia sino apoyando una idea ajena,  aludió a un proyecto, no recuerdo si fue al insinuado, más que propuesto, por el rector de la Universidad Autónoma sobre las terrazas  y techos verdes, en el que van muy adelante y hace tiempos en otras partes, o sobre otro que de todos modos, si bien no era para detener la tala de árboles, sí me parece que aludía a la necesidad de sembrarlos. Era muy técnico y la ausencia de poesía, quiero decir, de emoción, me afecta la memoria.

Pero en estos días de mi mes de octubre, leo una página, por Dios, una página entera en el periódico, no podía creerlo, se dio el milagro estando todavía vivo, distintísima a la que quise escribir, diagramar, llenar de fotografías, de imágenes, de poemas, en fin, a la que soñé por años, para despertar, alertar, sacudir a esta comunidad verdicida y odiadora de los árboles, pero una página con una extensión adecuada, con un titular llamativo por los rojos que lo resaltan, que indudablemente tuvieron que leer los lectores habituales de La Patria, así el contenido lo pasaran por alto, por cuanto la crónica de Killy Alejandra Gutiérrez, que se atrevió a tocar un tema angustioso y vedado por años, es más bien técnica, o para ser preciso, más clínica que emotiva, más normativa que literaria, más de informe que de toma de posición. Los árboles “favorecen el paisaje” dice. ¿Favorecen? ¿Es la palabra adecuada? De acuerdo con el texto, que es un llamado utilitario, puede ser. Quizá si se logramos sembrar y conservar los árboles que hay, y los dejamos ser más vigorosos, la joven periodista y los niños del futuro, sabrán, como lo supimos nosotros y millones de seres humanos desde su origen, que los árboles embellecen el paisaje y embellecen la vida.

Con todo, después de los innumerables crímenes de lesa naturaleza que se han cometido en Manizales desde hace muchos, pero muchos años, tantos que nos acostumbraron a ellos, resignados, indiferentes, con pocas, débiles e inaudibles  protestas, pero  con frecuentes  y variados estímulos de publicación periodística, de aplauso, estímulo o complicidad ciudadana y de  aprobación institucional, se abre una luz de esperanza en la ciudad, y es verde el color de la esperanza.