19 de febrero de 2025

Ir a la raíz

18 de octubre de 2014

De no destinarse rápidamente más medios a reforzar los sistemas sanitarios de esos países, la epidemia puede llegar a causar hasta 10.000 nuevos infectados por semana, 10 veces más de los que ahora se producen, con una mortalidad del 70%. A pesar de estas predicciones, la respuesta internacional sigue siendo tibia. Hay más preocupación por el inútil intento de sellar las fronteras al virus que por atajar el problema donde realmente puede combatirse: en África. Los ministros europeos de Sanidad ni siquiera se han puesto de acuerdo en una estrategia común; mientras, algunos países aplican o debaten medidas de dudosa eficacia, desde la suspensión de vuelos al control de la temperatura de los pasajeros procedentes de las zonas afectadas. Con la medición de la temperatura se podría descubrir y diagnosticar algún caso y evitar los contagios que pudieran derivarse, pero eso no impediría que el virus entrara a través de pasajeros infectados que aún no presenten síntomas. Y es una medida que tiene el grave inconveniente de generar muchos falsos positivos pues una persona puede sufrir fiebre por otros motivos. Y también falsos negativos, con lo que el riesgo de contagio no se elimina.

Los países occidentales reaccionan de forma inadecuada. Es en África, el lugar de origen de la epidemia, donde debe combatirse el ébola, y el hecho de que en dos lugares —Nigeria y Senegal— se haya logrado contenerla muestra el camino a seguir. Es, sobre todo, una cuestión de recursos. Los ciudadanos deben saber que la mejor forma de protegerse no es cerrar las fronteras, sino enviar medios y profesionales sanitarios al foco de la epidemia. En un mundo tan interconectado, la pretensión de que lo que ocurra en África no nos afecta es errónea. Tarde o temprano, lo que no hagamos ahora por ayudar se volverá contra nosotros.

EL PAÍS, MADRID