Hace cien años
El primero de los caídos fue Ernest Psichari, el 22 de agosto, en Saint-Vincent-Rossignol cerca de Virton en Bélgica. El segundo fue Charles Peguy, el 5 de septiembre, en la víspera de la batalla del Marne, con escasos cuarenta años y cuando su talento prometía mucho más. El tercero Alain Fournier en Les Éparges, Francia, el 22 de septiembre. Estamos entonces conmemorando los cien años de estas muertes, en un 1914 trágico para Francia y particularmente para sus letras. Después vinieron, claro, muchas otras víctimas, porque la crueldad de esta primera guerra, que todos los contendientes creyeron iba a ser muy corta, todavía nos estremece, a pesar de conocer lo que conocemos de la segunda.
De estar vivos los escritores caldenses que orientaban intelectualmente el periódico manizaleño La Patria, hace cincuenta años, estaríamos leyendo páginas y páginas, por varios días, sobre estos escritores, sobre las características de sus obras y sobre las circunstancias de sus muertes. Porque fueron Rafael Lema Echeverri, Jorge Santander Arias, José Vélez Sáenz y Alberto Londoño Álvarez, principalmente, los que habían sido integrantes del grupo “Milenios” y que a mediados del siglo XX eran los subdirectores, y los columnistas permanentes del mencionado diario.
Por ellos supe de sus nombres y un poco sobre su pensamiento y su influencia, especialmente los de Psichari y Peguy, obvio que con muchos otros más, los leía con frecuencia, desde los tiempos de mi bachillerato, en las columnas de Rafael Lema Echeverri, porque Lema “era quizás el único escritor católico en Colombia. Escritores de temas religiosos los habrá y los hay todavía. Pero ninguno con él se comprometió serlo en plena época de literatura comprometida, con ganas, con beligerancia, excesivo e intemperante como su maestro León Bloy”. Así escribí en el ensayo que le dedico en el pequeño libro “Diez escritores, Dos generaciones” (1990). Hizo dos años del centenario de su nacimiento, en Santa Rosa de Cabal (1912). No tengo información sobre qué tanto se volvió sobre su memoria, su poesía, o su periodismo. Pero debo decir que aunque me exasperaban sus posiciones, me arrebataba su estilo. Y fue Lema, junto con sus compañeros, pero en mucho mayor grado, el gran divulgador de los grandes escritores católicos. Con Vélez Sáenz, fue un apasionado de Bloy, del que no gustaba, valga decirlo, Peguy, así aquél le haya dirigido un carta llena de admiración.
Sobre Charles Peguy vine a saber mucho más en mis años iniciales de universidad. Los primeros cuatro tomos de “Literatura del Siglo XX y Cristianismo”, de Charles Moeller, fueron una emocionante introducción a la aventura intelectual contemporánea. Allí ocupó Peguy, el necesario capítulo sobre la esperanza. A estos se agregaron “Las Grandes Amistades” de Raïssa Maritain, la escritora rusa esposa del filósofo Jacques, quienes le debieron a Bloy su conversión, como lo narra ella en este libro, en el que varios capítulos están dedicados al temperamento y a los conflictos religiosos de Peguy. Me adentré tiempo después en su obra, más en su prosa polémica, debo decirlo, que en su poesía. Pero el fervor que muy niño me suscitara la Juana de Arco, que viera en el cine interpretada por Ingrid Bergman, se me acendró con él, extendiéndose a su significación, a su historia, y a la abundante literatura que ha ocasionado.
Por esa misma década del 60, conocí la obra póstuma de Ernest Psichari, “El Viaje del Centurión” y la biografía que sobre éste escribió Henri Massis, la que lamentablemente perdí. La Maritain le dedica también en el libro mencionado varias páginas a este escritor y soldado, nieto de nadie menos que de Ernesto Renan, el pensador francés de mayor influencia a finales del siglo XIX y los primeros años del XX. Habla de su llamamiento a las armas, de su sentido de la amistad, del llamado de Dios y de las circunstancias de su muerte, a la temprana edad de treinta años.
Por el mismo tiempo, la curiosidad que Simon de Beuvoir en “Memorias de una Joven Formal”, me hiciera sentir por “El Gran Meaulnes” de Alain Fournier, me llevó al primer intento de leer una obra en francés. Fue ésta bellísima novela la escogida, pero al fin me tuve que ayudar por una traducción castellana que conseguí más tarde. Aunque de esa narración me quedara siempre una impresión no muy precisa, como entre la ensoñación y la nostalgia, ahora que he vuelto sobre ella, en una relectura excitante y conmovida, en homenaje a este escritor tan amado por sus amigos y tan admirado por sucesivas generaciones, me di cuenta de que, si bien su argumento se me había perdido un poco, la atmósfera un poco alucinada, como la de toda infancia, guardaba todavía su dulce sedimento.
Fournier desapareció más joven aun que Psichari y Peguy, a los 27 años, un año después de publicar su primera y única novela en 1913, fecha considerada memorable, lo que explica que el año pasado hayan sido múltiples los actos académicos, más una reedición ilustrada de lujo, que la pusieron de nuevo en primer plano. Más que una lectura obligada, para los bachilleres franceses, “El Gran Meaulnes” ha sido un punto de referencia convocador, no sólo dentro de la literatura francesa. Borges habló de él, no recuerdo en cuál cuento, lo mismo Vargas Llosa y García Márquez. Dos películas se han hecho sobre este libro, una dirigida por Jean-Gabriel Albicocco (1967) y se hizo una nueva versión cinematográfica en 2006.
Estoy seguro que Jorge Santander Arias, quien por cierto murió hace 40 años, a la edad de cincuenta, o sea que habría cumplido noventa años en este 2014, le hubiera dedicado a estos tres escritores unos muy extensos y sesudos ensayos para conmemorarlos, si es que no lo hizo, como sí con tantos, George, Maurras, Proust, por ejemplo, hace medio siglo. No sobra anotar que septiembre fue el mes de sus complacencias. En alguna página literaria dirigida por mí, incluí la bella evocación que le dedicara.
En recuerdo de uno de los momentos más críticos que vivió la inteligencia francesa, el del positivismo, la laicización, la filosofía de Bergson, los ateísmos y las conversiones, y sobre todo, el del antisemitismo que se desató con el tristemente célebre Affaire Dreyfus, en el que la actitud y la soberbia escritura de Charles Peguy, mostraron al polemista de carácter, daré una o dos conferencias, a las que el centenario de los tres escritores y el memento de los aniversarios de mi admirable amigo, Jorge Santander Arias, me han servido de propósito.