Violencia bipartidista
Escuchada la invitación, “Tirofijo” les manifestó la imposibilidad de regresar, pues ya hacía parte de una autodefensa organizada, bajo la dirección del “General“ Gerardo Loaiza. A renglón seguido aprovechó para lamentarse de haber tenido que salir con su familia y un puñado de amigos de Génova, perseguidos por el gobierno conservador, sin que su propio partido hiciese algo para defender su vida y sus bienes.
No obstante, el jefe Gerardo Loaiza, consciente del inminente peligro en que se hallaban sus copartidarios, aceptó enviar a un muchacho supremamente guapo y de su absoluta confianza, llamado Teófilo Rojas, alias “Chispas”, que valía por cien combatientes, según su expresión, a quien le entregó ocho hombres y cuatro fusiles. No regresaron con las manos vacías los dirigentes liberales, dirían sus copartidarios.
A poco andar el grupo fue creciendo y, merced a la complicidad de algunos vecinos, dieron muerte a los integrantes de un comando del ejército nacional acantonado en la cordillera central y, además, se dieron a la tarea de vengar la masacre cometida por Efraín González contra treinta y nueve labriegos liberales que laboraban al servicio del Ministerio de Obras, en la construcción de una carretera veredal, asaltando y quemando la Hacienda “Bosconía”, donde se congregaban más de veinte dirigentes conservadores, sin que quedasen sobrevivientes del macabro operativo.
Luego vendría el anticipo de lo que sería el sicariato en los núcleos urbanos de la región, cuando cayeron ciudadanos de uno y otro bando bajo la real o supuesta sospecha – que para el caso daba igual -, de ser promotores o cómplices de la violencia contra los contrarios y, donde cada quien se creía guardián y salvador de su propio partido, sin percatarse que simplemente era un vil instrumento de la maquinaria de guerra que había desatado su furia incontrolada sobre este pedazo de la Patria.
Así fueron sacrificados, por diestros y siniestros asesinos, significativas figuras de uno y otro partido, como el cafetero Floro Yepes, padre del Senador Omar Yepes Alzate, el Odontólogo, Luciano Echeverri, el concejal Joaquín Lopera, padre del exgobernador, Jaime Lopera Gutiérrez, el representante a la Cámara, Oscar Tobón Botero, el Diputado Juan Gabriel Hurtado y su hermano Carlos, el agricultor Maximiliano Roa, el comerciante, Tobías Osorio Peña y sus hijos Gildardo y Gabriel Osorio Orozco, el periodista Celedonio Martínez Acevedo, el jurista Enrique Cano Agudelo y muchísimos otros, igualmente, víctimas anónimas de la sinrazón política enceguecida y de un distorsionado sentido de la militancia partidista.
Era como si voluntariamente se turnasen, en forma paritaria y alternativa, para asistir al trágico cadalso que los esperaba.
Menos mal la época aciaga fue superada con la desaparición de los verdaderos protagonistas y actores de la confrontación fratricida, incluyendo, desde luego, a aquellos que, mediante el famoso “boleteo”, hicieron del despojo de tierras una empresa criminal para su enriquecimiento torticero, lo que les daba motivación suficiente para el financiamiento de la violencia. Pues, en última instancia, esos perversos intereses, constituyen el telón de fondo de todas las violencias que ha habido, sin distinción partidista alguna.
Solo entonces, la reconciliación y la armonía social se anidaron en los corazones de nuestros conciudadanos. Por eso quienes, como espectadores impotentes, vimos desfilar, ante nuestros ojos apesadumbrados, el monstruo infernal de la violencia delirante, apostamos con vehemencia a una paz digna, sostenible y duradera para todos los hijos de esta Colombia adolorida. En el entretanto, será la sociología y la Academia las que deberán ocuparse de encontrar las claves de la severa patología social padecida, para asegurar su no repetición.